Back to top
Narrativa

Nada de Frank: Fernando

'Sus siglas FC coinciden con las de Fidel Castro. Pero nuestro FC en Washington es un niño cubano bueno, un hombre que nunca se animó a envejecer mientras veía a Cuba alejarse en el horizonte de la historia como una nave de los locos.'

San Luis

 

En la Cuba de Castro, ese invento del que en 2018 nadie habla ya en Cuba, lo llamaban "el agente número 2 de la CIA", superado únicamente por el benemérito Carlos Alberto Montaner, que era el súper enemigo público Number 1, empatado con nuestro ángel de la guarda San Luis Posada Carriles.

Su nombre no es Frank, sino Fernando. Y su apellido tampoco es Calzón, pero eso me lo reservo. Por modestia, por no hablar de mí mismo.

Sus siglas FC coinciden con las de Fidel Castro. Pero nuestro FC en Washington es un niño cubano bueno, un hombre que nunca se animó a envejecer mientras veía a Cuba alejarse en el horizonte de la historia como una nave de los locos. Como una carabela cargada de criminales.

Siempre zozobrando. Pero insumergible siempre, como el Titanic.

O, mejor, como un antiguo acorazado Potemkin de la post-patria, del que hoy solo los nacidos antes de 1959 se acuerdan con cariño en lugar de roña. Cuba, carroña.

Conocí a FC en una conferencia que di junto a Yoani Sánchez en Nueva York, en marzo de 2013.

La estrella era ella por entonces. Yo solo le cargaba las maletas y le hacía la traducción instantánea. Secretamente, además de amarla, y sin que se lo haya confesado aún a nadie, yo le iba poniendo en su boca de bloguera otras palabras sobre sus palabras.

Fui el ventrílocuo de Yoani Sánchez.

Generación YOLPL.

FC vino hasta el podio y se autopresentó:

—Soy Frank Calzón ―sonrió, mafioso―, en Cuba los castristas me han dicho que soy agente de la CIA.

Cincuenta años después del triunfo de la Revolución, sus enemigos más enconados aún dependían de las calumnias castristas para tener una biografía habitable.

Enseguida simpaticé con FC. Me recordaba a mi padre. Españoles del sur, cubanos septentrionales. Animales de islas y exilios.

Pobre papá, el asturiano de Regla y Lawton.

Pobre FC, el apátrida del Río Almendares que nunca aceptó ver su foto y firma en un pasaporte norteamericano.

FC una vez se fajó a los gritos en televisión con Joe García.

Nuestro FC en DC se ponía de pie durante el debate (para escándalo de la futura congresista republicana María Elvira Salazar), se quitaba los micrófonos, y se iba manoteando del estudio.

Pero al rato FC volvía, se encasquetaba los micrófonos a lo comoquiera, se sentaba de nuevo en su curul de hardliner, mandaba callar a Joe García sobre la cuestión del embargo a Cuba, y muy pronto se volvía a poner de pie.

Ciclos maravillosos que las nuevas generaciones por suerte pueden consultar en YouTube, por los Castros de los Castros hasta el fin del castrismo.

FC es también el hombre de los radiecitos. Ha mandado millones de radiecitos a Cuba, a través de la embajada norteamericana del Cabo Cason, para que así las audiencias cautivas del castrismo se entretuviesen escuchando al menos a Radio Martí.

A la pobre Rukmini, por ejemplo, la voz del horóscopo que hipnotizaba la vejez cancerígena de mi papá.

A FC la Seguridad del Estado intentó involucrarlo en un fraude fiscal de medio millón de dólares, pero él solito los desenmascaró. Le habían plantado en su ONG Center for a Free Cuba a un alto oficial del G-2. Un cubano, por supuesto, experto en estafas de cuello blanco, y cuyo alias operativo es Félix Sixto y cuyo nombre real todavía hoy se ignora, incluso por la supuesta CIA que había reclutado a FC en la flor de su juventud.

Gracias a FC pude obtener mi residencia permanente en USA, a lo largo y estrecho del 2014. Pues el más confiado de los contrarrevolucionarios cubanos me prestó el apartamento de lujo de un amigo y encima me autorizó a declarar en la planilla I-485 su dirección postal.

I-485 siempre me ha sonado a expressway. Carreteras para escapar del castrismo. De ser posible, a la cubanía. Si bien FC todavía me remite no a FC, sino a Fidel Castro. Hay siglas donde sedimentan todos los sigilos de nuestro siglo, que de pronto ya no es el XX ni el XXI. El siglo de los cubanos torna a ser ahora el XIX de nuevo: hay que refundar a la nación desde el exilio, por el exilio y para el exilio.

Como FC durante décadas no se cansaba de combatir al FC original, Cuba no tuvo más remedio que romperle la crisma en persona. Y así lo intentaron sus agentes con trajes de diplomáticos, en plena convención sobre los derechos humanos en Ginebra, Suiza.

Después de una votación donde el mundo libre condenó a los Castros, los Castros le metieron un tanganazo en su cabeza calva, tan impactante que FC perdió el conocimiento durante horas.

Eso fue en el 2004, pero todavía hoy FC sufre no pocas consecuencias cerebrales, incluido su carácter volátil que va de la negación a la nostalgia, de la ira a la ironía, y de la parálisis a la provocación. Por supuesto, Republicano siempre, como buen Boy Scout de la Era Batistozoica.

Sin embargo, su anticastrismo militante milagrosamente se ha mantenido intacto hasta el día de hoy. Al parecer, ese órgano reside en una zona oculta de su masa encefálica.

En cualquier caso, por aquel atentado contra la vida del FC exiliado, los matones del FC de La Habana no pagaron consecuencia ninguna, salvo ser promovidos a mejores embajadas del capitalismo desarrollado por los mandamás de La Habana.

La democracia es ansí.

Un último detalle: una vez le salvé la vida a Frank Calzón.

Estábamos en el Center for a Free Cuba, de madrugada. Washington DC corría silenciosa al otro lado de los paneles de vidrio. La oficina de FC se parecía un poco a la eternidad.

Yo pensaba en mi padre enterrado en Cuba, que de niño tanto me habló sin saber ni un carajo sobre las grandes ciudades norteamericanas.

Yo pensaba en Rosa María Payá y en su padre enterrado en la misma pobre Cuba de mi padre. No nos unía el amor, sino el espanto.

Y yo pensaba, por supuesto, en ti. Que soy yo y somos todos y no es ninguno de los cubanos.

Entonces me viré para decirle a FC que ya me iba a dormir, que estaba molido de beatitud y belleza, que quería recuperar las ráfagas de mi cuerpo al tocármelo en soledad.

Y entonces vi que un librero lleno de archivos de la USAID, la NED, el FBI, la CIA, y hasta la NSA, se le venía encima a FC. Directico a su nuca. Un golpe a lo Trotski. Con todos y para el mal de todos.

No sé si por piedad o por instinto de conservación (ya me veía acusado de homicidio en primer grado), salté como un tigre herido sobre el cuerpo aún no cadáver de Frank Calzón. En ese intenso instante fui su escolta de elite, su Juan Reinaldo Sánchez. Y lo cubrí con mi cuerpo de bloguero sin generación para recibir yo en mi espalda el impacto.

Los pulmones se me hicieron tierra, tabula rasa.

Hubo un ruido del recontracoño de su madre. Aquello sonó como una bomba, en la solemnidad de la oficina y lo marmóreo de aquel edificio federal.

Los libros caían y caían a nuestro alrededor. Lluvia de lomos, tormenta de tomos antitotalitarios. La muerte viene de la mano menos pensada.

FC estaba vivo, yo también.

Y entonces los dos comenzamos a llorar.

Parecíamos dos pésimos personajes de Leonardo Padura, lo sé. Y lo siento. Tampoco les voy a decir ahora una cosa por otra.

Patéticos, perdidos, pequeños.

Lejos de todo lo que cada cual había imaginado a su manera que serían nuestras vidas vividas en un mismo país.

Lejos de Cuba.

Lejos de Fidel Castro.

Sin habeas corpus cubano. Desaparecidos de remate. O, peor, aparecidos a perpetuidad.

Imagino las caras de satisfacción de los oficiales del Ministerio del Interior cubano si nos hubieran grabado a Frank Calzón y a Orlando Luis Pardo Lazo llorando. Pero por más qué trato no logro imaginar la cara de Yoani Sánchez al respecto. Por eso mismo lo cuento ahora. Porque hasta el más anónimo de los cubanos se merece al menos una escena de misericordia.

Rukmini de Radio Martí, la novia de la vejez de mi padre: ¿qué habrá sido de tus pronósticos sin patria y de tu seudónimo seductor?

Can you hear the drums, Fernando Calzón?

Yo recuerdo long ago another starry night like Cuba.

Éramos jovenes y full of life and none of nosotros prepared to die.

And I´m not ashamed to say that the roar of libros and lágrimas almost made me cry.

Gritarle en la cara a Joe García.

Gritar en la carota de Donald J. Trump.

Gritar que la guerra se perdió antes de perderla. Porque los cubanos estamos solos, incluso abrazados bajo un cementerio de letras y archivos confidenciales de la amnesia anti-Castro.

—Frank, vámonos en pira ―le dije en cubano recuperado repentinamente de Cuba, y no sin un toque de tristeza acondicionada―. Tú y yo ya no pintamos nada de nada aquí.

 


Orlando Luis Pardo Lazo nació en La Habana en 1971. Ha publicado Boring Home (Premio Franz Kafka, 2009) y Del clarín escuchad el silencio: 59 poemas de amor y una canción contrarrevolucionaria (Hypermedia, Madrid, 2016). Este texto es un fragmento de libro Espantado de todo me refugio en Trump, que publicará próximamente Hypermedia.

Más información

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.