Era como un biznieto de Federico Nietzsche.
Era el acólito predilecto de Georges Sorel.
Era como un sobrino de Ernesto Hemingway.
Era el niño que lee a Spengler en lugar del Evangelio.
Era como el novio de Arturito Rimbaud.
Era el valet de chambre de Isidore Ducasse.
Era el kinder compañero de Capote y de James Dean.
Era el office-boy de Arturo Strindberg.
Era el peor recuerdo de Oscar Wilde en París.
Era el robafichas de Dostoievski en Baden-Baden.
Era el firma manifiestos de John Osborne.
Era hijo secreto de Gertrude Stein y Bertolt Brecht.
Era cliente fijo de Freud y de María Bonaparte.
Era el pianista favorito de Béla Bartók.
Era de los teen-agers que la noche cuelga en la 42.
Era taquígrafo de Henry Miller y de Ezra Pound.
No nació en Gales: nació en un cuento de Williams, Tennessee.
Y con todo eso, un día, ¡chas!,
Los bosques de Escocia sintieron caer un árbol
Que había sido muy remecido por el ventarrón de la poesía.
Y aquí yace, cubierto por la espuma de la cerveza
Y ahogado por la amarguísima leche de la vida,
aquí yace, Dylan Thomas.
Gastón Baquero nació en Banes o en La Habana, en 1914. Es autor de varios libros de poemas, entre ellos: Poemas (1942), Saúl sobre la espada (1942), Memorial de un testigo (1966), Magia e invenciones (1984) y Poemas invisibles (1991). Sus artículos periodísticos y ensayos han sido recogidos en varios volúmenes. Murió en Madrid en 1997, un día como hoy. Este poema pertenece al libro Memorial de un testigo.