Una vez me dijeron que Salvador Dalí dormía sosteniendo cubiertos de mesa para que, al cambiar de postura, estos se desparramaran al piso y su ruido lo hiciera descubrirse in fraganti, en el País de los Sueños. De los apuntes veloces todavía en el umbral entre ambos mundos —me aseguraron— surgieron muchas de sus famosas pinturas.
Nunca pude confirmar si eso era cierto. Pero me impuse imitarlo y con la alarma del reloj, despertar también en varios ciclos de la noche. Escribía las imágenes que había estado viendo, las sensaciones, pensamientos, impulsos, antes de que fueran barridos por la razón.
Era pleno Periodo Especial, y ante la devastación externa de mi país tracé un camino a través de los sueños. No por seguro sino por posible.
Es desde esta premisa que leo Secretos equivocados (Diario de sueños 1. Historias), publicado por el Centro Cultural Francisco Henríquez, en Miami. El autor es el poeta Francis Sánchez (Ceballos, Cuba, 1970), director de la revista cultural Árbol invertido.
"En una época en que sentía que el vacío existencial aplastaba mi vida cotidiana, y no solo la mía, sino quizás también la de mi país, encontré en la posibilidad de soñar, una escapatoria", confiesa Francis Sánchez en una introducción, y yo asumo que fue el mismo tiempo en que me obsesioné con los sueños y sus códigos que debían ser (tenían que ser) premoniciones cifradas de esperanza.
En las primeras páginas hay una voz maternal que invoca el nombre del autor-soñador, desde la cocina, entre ruido de cacharros. Suena el teléfono y es la misma voz maternal advirtiéndole que no vaya al fondo de la casa, desde donde lo llaman. Suspenso, desdoblamiento o absurdo que se prolonga a lo largo de las páginas y se va tornando natural, casi lógico.
Casas de Cultura, galerías de arte, metrópolis que se mezclan con la apacibilidad de los caseríos y emanan los olores del monte. Un París donde el Sena se convierte en arroyo en que nadan los manatíes. Retamar, Borges, Breton, Antonio José Ponte… personajes que alternan con parientes carnales y amigos reales (de esa realidad cuya solidez es su condición más dudosa), y comparten espacios transformables, maleabilidad que es la única libertad no discutible. El foso o la gruta de los placeres en que coincide con la esposa, ahí, "donde la felicidad no parece posible sin un poco de depredación o canibalismo…"
La desnudez inocente y a la vez morbosa. "No somos perfectamente sinceros más que en nuestros sueños", cita Francis a Nietzsche en un exergo.
¿Qué ocultos resortes se activan en la mente del hombre al adentrarse en el lapso del sueño? No los estudiados por el psicoanálisis o las ciencias ocultas, sino factores como la geografía, la cultura, la política. Porque si la personalidad es influida o condicionada por la educación y la sociedad, los cubanos sin duda tenemos vigías que traspasan las fronteras de la conciencia.
Uno atraviesa estos escenarios ficticios y siente que los peores absurdos se han importado de afuera, del mundo real. De un país minado de límites visibles, y otros respirables. "Descubrí que a los manatíes y a mí, en aquel lugar, nos faltaba el oxígeno."
Hay funcionarios celosos del orden de las palabras, de las imágenes, de los pensamientos. Se sabe que hay un "Innombrado que saca del país los centrales azucareros en piezas… Si quiero vivir", piensa Francis mientras sueña, "aunque esté seguro de que va a estirar sus brazos y meter sus manos cada vez que esté cerca del borde, debo mantenerme en movimiento".
Moverse no impide escapar del peligro, pero preserva la autonomía, la voluntad (esa zona profunda donde germina subversivamente algo puro, algo intacto). Hay que defenderse todo el tiempo del que aecha, desde una ventana vecina o desde los abismos del subconsciente. El policía mental, el fantasma injertado desde el uniforme escolar, la omnipresencia de los héroes, y las consignas.
El Comisario que observa las forma en que los escritores cubanos reaccionan ante la nieve. Y la nieve representa el más allá de la línea, el extranjero, el espacio prohibido.
Negros marginales que hacen una performance del acto de cortarse las venas (Amaury Pacheco y Luis Eligio de OMNI). Uno tiene un grifo en la boca, el otro una olla en la cabeza. El público se incomoda, se resiente, se escandaliza. ¿Cómo se atreven a pasar las cuchillas afiladas por las zonas más sensibles de su carne? ¡Y públicamente! Hay que matarlos, aniquilarlos, porque aquí está prohibido hacerse daño.
Hay un hombre sobre un puente enorme que no atraviesa ningún río. Hombre que deviene mujer buscada obsesivamente por el soñador, como se persigue la verdad y la libertad entre las opresiones de un mundo sin reglas, o con reglas que se descubren durante el recorrido.
Relatos, que como dice en la contraportada del libro revelan “a un autor en pleno ejercicio de su oficio", y se percibe el viento como un golpe físico, se palpan las monedas tomadas de una bandeja que recoge el agua de plantas ornamentales. Sí… se sienten los relieves bajo los dedos, se respira el aire de otra época, se siente uno en el corazón de un niño, y la plenitud de estar completo.
Paisajes cambiantes maravillosamente descritos, donde el horror convive con la belleza y siempre hay alguien vigilado o a quien vigilar, siempre algo nos acecha, una violencia que estallará contra el otro y luego contra ti, y si se te deja vencer es por el disfrute de verte ilusionado con la impunidad y ser luego despedazado por un tercero, o por muchos.
Siempre una zozobra que se sobrepone a sí misma, que decide seguir y enfrentar lo que aparezca en cada viraje del camino.
Una constante que pugna entre lo ansiado, y lo prohibido. Entre el derecho y su escamoteo. Y junto a la angustia, la inminente presencia del peligro, está la resistencia por alcanzar lo que se necesita, lo que se merece. Algo a lo que no renunciará el soñador antes de que el despertar se convierta en la verdadera pesadilla.
Francis Sánchez, Secretos equivocados (Diario de sueños 1. Historias) (Centro Cultural Francisco Henríquez, Miami, 2018).