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Crítica

¿Alguien sabe qué ensaya un manual de televisión?

Un ministerio ordena la quema de billetes en esta obra teatral de Alessandra Santiesteban, pero es solo parte de la historia.

Santiago de Cuba

De lo que representa una serie de televisión se deducen dos ideas por explorar todavía: primero, la existencia es un remake, y cualquiera de sus partes una mise-en-scène en reposición; y segundo, estarás obligado, continuamente, a seguir el guion —tu parte del libreto— como se cumple una entrega postal o la ordenanza de un ministerio: con precisión y celo

No hay lugar para especulaciones. Manual para usuarios con movilidad limitada, de Alessandra Santiesteban (¿Las Tunas, 1982? ¿El Polo, 1959? ¿Simbirsk, Visaginas…?), es una serie, pero no una serie cualquiera: trátase de una ficción seriada sobre la realidad; una que, según se advierte al final del dramatis personae de la obra, "se trasmite actualmente para toda la Isla".

Pero, ¿qué es lo que se trasmite aquí? ¿Una exposición sobre relaciones interpersonales? ¿Una diatriba acerca del carácter hoy de lo nacional? Y todavía más: ¿es este un "melodrama" en el que se cuentan pérdidas y desencuentros de personajes varados en la fatalidad de una circunstancia sin moción?

Tal vez sea, en compendio, todo eso; solo que este Manual… es, además, una visión alucinada de lo que ha devenido el ser social del cubano de hoy: su culpabilidad, su angustia, frente a las mismas preguntas que siempre atormentaron al individuo asfixiado en un esquema sin solución...

Más allá de cualquier sometiendo a cánones teatrales clásicos, Manual para usuarios… viene a ser una pieza armada con una técnica cercana al assemblage, es decir, puro artificio de construcción: cláusulas agolpadas en los bocadillos de los personajes; superposición de ideas en un discurso que lleva, a fin de cuentas, el papel protagónico en la obra.

De ahí que la pieza se trate, más que de una sucesión de actos lineales, o de una "historia" contada para ser representada en escena, de una gran performance: una "actuación" de lo real, un texto, casi despojado de escenografía (salvo la presencia fantasmal de una tele de marca KRIM-218), en el que "intervienen" actantes que entrarán/saldrán del escenario simulando los planos y cortes de un programa de televisión.

Si se dijera el cuento rápido y mal, este sería el asunto: cierto ministerio ha ordenado, en un tiempo impreciso, la quema de billetes "que, por alguna razón, necesitaban salir de circulación", mientras la gran masa (habitantes, gente, espectadores…), ahora dividida, intenta por un lado salvarlos del fuego a hurtadillas de la policía, y por otro, observar ciegamente la nueva ley.

Entonces, la ficción seriada de la realidad será la verdadera trama: cinco personajes "tipo" —es decir, perfectamente referibles en el suceder inmediato de la Cuba actual— que operan según la circunstancia y sus fluctuaciones.

Pero esto, todo ello en sí, es solo el pretexto para la real intención de la obra: la estructuración de un discurso explicativo del sujeto cubano contemporáneo, de sus direcciones motoras y mentales, frente a los mecanismos de la realidad…

(Y aquí hacemos un stop… y un rewind. En su libro anterior, Mecanismos para (des)habilitar (Unión, La Habana, 2014), con el que obtuviera el Premio David de poesía del mismo año, Alessandra Santiesteban puso en circulación un discurso —muy a tono, por cierto, con lo que hay de exclusivo y tal vez perdurable en la Generación Años Cero—, un discurso, decía, altamente preocupado por la civilidad en su variante identitaria: una poética marcada por la inquietud del sujeto que tiene algo que decir al presente, pero que, habiendo perdido sus asideros raigales, solo puede argumentar un grito en el vacío de las redes e internet…

Pues bien, el Manual para usuarios… viene a ser la completez de ese proyecto de poética antes referido. Y, de algún modo, su segunda arista, donde el enfoque va dirigido, no a la pregunta por la identidad, sino a mostrar el inmovilismo que resulta de esa pregunta, el lado vano de un sistema de representación.

Una cadena de "pequeños" acontecimientos; cuadros y cuadros en sucesión uno tras otro, que componen las dos partes en los que se subdivide la obra. Y en donde (suponemos) no hay relación simbiótica alguna: el espectador no debe esperar nada que lo agasaje, sino todo lo contrario: "palabras/balas" —explica el Manual…—; "una innecesaria representación del dolor"; diálogos con espacios de largos soliloquios, en los que el tiempo muere, y hablan muertos/reales que aseguran, una y otra vez, que "LO MUERTO ESTÁ MÁS MUERTO QUE NUNCA".

¿Y qué es aquí "lo muerto"? ¿El ministerio? ("Ah, el ministerio. […] Una se levanta un día por la mañana y siente que ese organismo ya no cumple su función y pide locamente una bala”.") ¿Qué es lo muerto? ¿La imagen distorsionada que "se escucha con claridad" en la televisión? ¿La emoción, el manual, la masa toda y en conjunto…? ¿O acaso la quema organizada de billetes que dicta el ministerio?

Lo muerto —deducimos— es el instinto de movilidad. El interés de salir de un programa de supresión física y subjetiva que ahoga, en los personajes, cualquier intento de regresar a la normalidad, y que deja —a la ausencia de esta— incapacitación, conservación, aprendizaje, puesto que la movilidad ha sido aplazada/programada (en el sujeto heroico) por el discurso hueco/vacío de la ideología. Lo muerto es, en resumen, la misma "serie" para la que se-actúa.

Entonces, no importa que te llames Tula, te llames Nico, te llames Yeico o seas un practicante de salud, o un Igor tal —según los personajes de la obra— de los que llenan las calles del país: lo importante es el guion, y lo que tu parte representada constituye en la trama que produce la historia.

Porque lo que hay que ver en este libro es una asociación en la que personajes, parálisis, trama y discurso, expresan (y trasmiten) una crisis de identidad social, una crisis de rol ("Uno es el personaje que puede y no el personaje que quiere ser"). Una realidad frente a la cual ya no quedan preguntas sino prácticas de exquisito silencio, el código no verbal de un televisor KRIM-218, la angustiante certeza de que este —desde luego— es un manual que "no ofrece garantías"… de ningún tipo.

Se entiende ahora que lo que la autora llama en la obra —en voz de uno de sus personajes— un "sistema de rectificación", es la concreción de algo verificable: el libreto mismo (¡la realidad!), representado como una serie que (por supuesto) "se trasmite actualmente para toda la Isla".

Y así, hacia el final, en el "acto" postrero —con cierre tipo "aldabonazo"—, tendremos a un Nico (¿ese, este, aquel…?) ejercitando su último cansancio:

 

Siento pena por ustedes. Tan cobardes tan enfermos

El resto de Isla que no ha nacido

El resto de Isla que no ha vivido

El resto de ustedes

[…]

Pienso ¿no se cansan de venir al mundo? ¿No se obstinan

de su miseria?

Sin decir no sin decir basta

Decir basta

Basta

BASTA

Y apagar el canal y mandar todo a la mierda

 

Pero, si esto es solo una serie, me pregunto: ¿saben ustedes —alguien sabe— qué ensaya entonces un manual de televisión?


Alessandra Santiesteban, Manual para usuarios con movilidad limitada (Premio Calendario, La Habana, 2015).

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