La literatura está llena de locos. De personajes locos, quiero decir. El Quijote es solo el más célebre. Ahora, a este largo y pintoresco catálogo, se añade otro. Un loco sui generis, al menos tanto como su circunstancia.
Nos llega gracias a la editorial Verbum, y lo debemos a la rica imaginación de Félix Luis Viera en las 175 páginas de su novela Un loco sí puede.
En la nota que la editorial ha hecho pública se dice: "Teniendo como escenario la Cuba de las décadas de 1950 y 1960 (...) Félix Luis Viera nos sumerge en situaciones que han marcado hitos en la historia reciente de la nación cubana, utilizando para ello un lenguaje sumamente creativo y apoyado, como en sus novelas anteriores, en las referencias al misterio del sexo, sin dejar de lado (...) el humor".
Cita que utilizo, lo confieso, para ahorrarme la descripción global del suelo sobre el que Viera construyó su edificio y, sí, también algunos de sus materiales.
A priori —si juzgamos a partir de esos datos—, puede parecer que Viera construye con licencia en un solar situado en un barrio céntrico de una ciudad llamada Literatura Cubana Contemporánea. O sea, que no arriesga; que no aporta. Pero tal sospecha no tarda en saltar por los aires. Viera vuelve a sorprendernos. Percibimos de inmediato que sigue siendo un arquitecto con recursos para alterar ese paisaje, y hacerlo con la autoridad de quien sabe lo que hace. Y por qué.
Lo primero es que va y nos sitúa en un punto de vista inusual. Lo cuento, al menos en parte, y así de paso presento los personajes más importantes: el protagonista, que es el "loco", refiere al psiquiatra lo que antes había contado a Leticia, añadiéndole aquello que había aportado la propia Leticia —siendo como es la que se suponía, o suponía él, iba a escribir la novela—, y todo eso, incluyendo las anotaciones correspondientes, al final (por lo que ocurre, y que sabrán cuando lo lean) debe ir a parar al escritor Xilef, quien deberá escribirla en "otro país" y que, por lo que se dice (y es una ironía) lo hará de un modo distinto a como él la cuenta: el modo, este último, en que al parecer la leemos.
Es decir, Viera deja fuera al escritor. Y al no haber escritor, tampoco hay novela. Y cuando por fin la haya, que será cuando haya escritor, deberá ser —se nos avisa—distinta. No sabemos cuánto, puesto que por no saber ni siquiera sabemos si lo que leemos es lo que el novelista nos cuenta, o sea, el texto ya cambiado, o el antecedente prístino.
Existe, pues, esa ambigüedad sobre quién escribe. Pero entre las opciones posibles que nos deja tal indeterminación (Leticia, el loco o el amigo emigrado del psiquiatra), prefiero imaginar una cuarta y leerla no como un "texto" (de ahí los entrecomillados), sino como si escuchara las palabras con que el cerebro del personaje (su flujo de conciencia o, si se prefiere, su monólogo interior) ordena, recuerda y/o explica.
Esto es muy sabio, no solo en el ámbito argumental, sino también en el estructural. Porque así el autor ata argumento y estructura de modo tal que, en el sentido dickinsoniano, forman una unidad redonda. En otras palabras: Viera encierra de este modo todas las "sub-locuras" en el círculo demoníaco de la "locura total". El protagonista es loco, la circunstancia es loca y su vehículo también lo es. Letra, melodía y atrezo coinciden en su esencia. La armonía es perfecta.
Con ello el autor acentúa la ironía del conjunto dándole un toque informal que propicia su libertad. La del autor, quiero decir. ¿Qué mejor para tal cosa que el flujo mental de un tipo con algo de escritor que, si es que no lo está de veras, se hace el loco?
Un tipo (para seguir con el término, pero en otro sentido) de lo que —a fuerza del terror de la propaganda, el adoctrinamiento y la legalidad ad hoc del régimen que se instaura en el transcurso de la novela— ha llegado a ser el cubano de a pie. O el hombre masificado de Cuba. O ese "pueblo" que, si se mira bien, lleva más de medio siglo haciéndose el loco para sobrevivir. Un efecto que comparten, por lo demás, todas las dictaduras y/o totalitarismos, sean del signo ideológico que sean.
Todo lo anterior no son, en lo esencial, más que disquisiciones, en cierta medida extraliterarias, que pienso demostrarían si acaso lo que puede dar de sí, más allá de lo evidente, la buena literatura. Pero Un loco sí puede también merece que se lea sin hurgar en busca de revelaciones trascendentes. Para quienes prefieren el aspecto lúdico de la ficción tiene, como dice la nota de la editorial que cito más arriba, numerosos ingredientes de esta guisa: sexo, humor, dinamismo, intriga.
En resumen: ingredientes comerciales. Ingredientes comerciales que, como sabemos, si se utilizan sin la justificación adecuada, pueden producir el paradójico efecto de hacer que se ganen consumidores y, en un sentido inversamente proporcional, se pierdan lectores. Pero que nadie tema: este no es el caso. Viera supera una vez más este reto, y lo hace con diferencia.
A esto podemos añadir otro valor: la sinceridad del lenguaje. Lo que en la nota de Verbum se considera "lenguaje creativo" viene a significar que Viera no se arredra ante las palabras ni, por supuesto, lo que transmiten. Si bien siempre cuenta, como todo gran escritor, con un elemento de contención: la necesidad dialéctica (o lógica) de la narración. Lo que ha de quedar fuera, queda fuera. Una buena obra lo es también —y quizá sobre todo— por lo que omite.
Conviene advertir, para terminar, algo que también puede ser importante. Viera no parece haber pretendido escribir una novela histórica ni, mucho menos, de corte eminentemente político. Por más que en ella encontremos acontecimientos y hasta algún personaje históricos, amén de parlamentos muy explícitos en tal sentido.
Puede ser importante, digo, para no incurrir en el error, muy común, de colocar la realidad de la ficción frente a la realidad aludida (en este caso la de Cuba en los años 50 y 60 del siglo pasado) y cotejar, en busca de una fidelidad imposible. Lo maravilloso del arte en general es que puede y debe permitirse ese juego en el que la realidad (la historia) pasa a ser un pretexto. Su propósito (coincida o no con el del artista) mira al espíritu de las "cosas reales", no tanto a las "cosas reales".
Parece evidente, en fin, que Viera no intenta una representación especular, a lo Stendhal, de aquella etapa cubana. Para eso están los historiógrafos, digo yo. Él es novelista, y como tal quiso que el resultado fuera, no un tratado de historia, sino el que fue: una novela.
Una novela que, si la observamos en conjunto, podría ser además la novela de la doble moral. Todo en ella recuerda el hecho terrible de esas dos morales que se debaten en un mismo sujeto para lograr el difícil equilibrio exigido por la sobrevivencia. Dos morales que, al final —y en esto consiste la tragedia—, se anulan.
Espero coincidamos en que una novela capaz de abrir tantas vías especulativas, incluso supra-textuales, debe ser imprescindible.
Félix Luis Viera, Un loco sí puede (Verbum, Madrid, 2017).
Un fragmento de la novela: Un loco sí puede.