No escucho el redoble de los tambores filológicos que debieran celebrar el centenario de la publicación de Versos Precursores, el primer y único poemario de José Manuel Poveda (Santiago de Cuba, 1888-Manzanillo, 1926).
Este mulato ha tenido una mala suerte interminable. En los apenas 38 años que vivió, fue con mucho el mayor escritor de un país que se había quedado sin escritores; y quien lo lea hoy seguramente lo incluirá en el canon de la lengua. Los profesores de literatura hablan de Regino Boti, Agustín Acosta y Poveda —en delicioso orden cronológico que poco a poco se convierte en escala descendente—, como los poetas que renovaron la expresión cubana en tiempos de esterilidad. Pero por favor, léase ahora los poemarios Arabescos Mentales de Boti (1913), y Ala de Agustín Acosta (1915), y díganme qué se puede consumir allí.
Boti y el benjamín Acosta, al menos en esos libros, ejemplifican lo lejos que está la literatura bien escrita de la poesía, lo publicado de acuerdo con las mejores normas de la época y la vida de la palabra que ha de perdurar. En Ala encuentro un verso: "Ebrio de luz y de naturaleza", que recuerda a su amado Martí. En Arabescos Mentales, del que Poveda fue editor y defensor,disfruto algunos textos decorativos y más bien prescindibles.
No es el caso de Versos Precursores. Sí, podemos toparnos en él con los tópicos de la literatura decadentista, los ecos de autores franceses de segunda línea que no deja de citar; pero Poveda no solo procesa sus referentes con honestidad y maestría propia, sino que a medida que la edad del autor avanza —téngase en cuenta que tiene 29 años cuando se publica el libro— va hallándose en unos tonos y unos temas que nos permiten leerlo hoy como si fuera el mejor poeta actual.
Para los que, incómodos con el fracaso del socialismo en Cuba, se han peleado definitivamente con la Historia, lean, por favor, la "Elegía del buen desastre".
Para los que no simpatizan con los dictadores y sus revoluciones, atiendan a ese majestuoso poema "El tumulto":
Rebelión tiene siempre ese sabio signo
De traición, de conjura, de plan maligno,
Para gloriosas lides gloriosamente indigno.
O:
¿Por qué el derecho al crimen y al rencor? Yo mismo
No sé por qué ha erigido sus hombros ese abismo
Ciego y mortal, de bestialidad y de heroísmo.
Poveda, como Boti y Acosta, fue un escritor de valiente y lúcida proyección política, desaprovechado por esos compatriotas que siguen invocado todavía el derecho al rencor y al crimen: ni se hacía ilusiones con la historia, ni pretendía ponerse al margen de ella. Era el hijo de un mambí, un patriota de cabeza a pies para el que la poesía, sin mutilaciones ideológicas, formaba parte inseparable de las verdades en las que había que fundar la república.
Una de ellas era la profundidad de la vida individual: Poveda gana la batalla de la actualidad de su erotismo, muy al contrario de los alardes de un Boti, que hoy suenan un poco ingenuos y justamente mentales: no solo entonces sino ahora son reales y gráficos estos versos de Poveda: "te has deslizado como una esclava y vienes/ a colocarte debajo de mí con ansiedad".
Su erotismo es orgiástico pero no celebrativo como en Boti: "la salvaje algarabía / no es sino un falso velo de alegría / sobre el horror de nuestro afán secreto". Poveda no separa nunca lo erótico de lo sentimental: "Tú marchas a mi lado" es un poema donde lo confidencial se hace universal: el hombre que depende demasiado del afecto femenino. En efecto, la clave de la posteridad de este poeta de provincias es que, más allá de las modas y los modos, está siempre parqueado en una universalidad natural: su orgulloso individualismo es al mismo tiempo un nosotros perfecto.
Nada lo prueba mejor que sus poemas de tema negro, que él inaugura: ningún pintoresquismo, ningún "racismo rimado", como llamaría Baquero a la posterior retórica del tema. El poeta mulato nunca está avergonzado de serlo, ni tampoco se confunde, hipócritamente, con unas experiencias de vida que no son las suyas: y en la música del hombre de color del pueblo encuentra una energía dionisíaca común, como lo hubiese visto Niestzche, y también el dolor de unas gentes desfavorecidas y extraviadas ("La danza glebal", "El grito abuelo").
Poveda reside en una noche perpetua, en una oscuridad fecunda: "Trastorna la sombra en luz mi numen", dice. Por esa naturalidad de poeta auténtico, centrado siempre en su ser oscuro, Versos Precursores contiene también más de una página de poesía como sin fecha ("El epitafio", "Retiro", "Palabras en la noche"), y un elevado número de versos ejemplarísimos, de un perfil tan puro como es infrecuente en un autor de menos de 30 años, y que a veces nos abren una palabra radical: "No sé qué cosa se ha perdido:/ algún estruendo interminable,/ o algún silencio interrumpido".
Todo el libro está vivo, 100 años después. Y de igual manera el extraordinario prólogo, escrito por él mismo. Boti le había precedido en esa originalidad, pero no hay comparación. El joven poeta se da el lujo de exponer una ética de la poesía, que ojalá tuviera imitadores hoy, y unos principios de versificación que siguen vigentes en el casi desierto de la versología del idioma.
Para colmo, el joven declara que esos Versos Precursores lo son de su propia obra verdadera que aún no comienza. Poveda quería ser un poeta épico, escribir "un cuento heroico, la novela de la emancipación nacional": era Senderos de Montaña, que dejó inacabada y cuyos manuscritos fueron incinerados por su esposa.
No sabemos si en esa hoguera perecieron además mejores poemas que los publicados. Poveda fue el creador del primer poema en verso libre de nuestra literatura (1912): el que inaugura la serie de los Poemetos de Alma Rubens. Maneja en ellos con maestría el poema en prosa a la francesa, del que es también uno de los primeros cultivadores en Cuba. Y Alma Rubens es el primer heterónimo de la literatura cubana, con la característica, increíble para la fecha, de ser un travesti literario con resonancias lésbicas. Hay que preguntarse si Poveda no es quien inaugura el heterónimo en lengua española, y si antecede o no a Pessoa.
Es hora de romper el cerco de ignorancia e indiferencia que nos priva de conocer a José Manuel Poveda, una de las grandes personalidades de la historia cubana. No solo fue este poeta perdurable que estoy describiendo. Sus narraciones tienen una fuerza insólita, y sus temas, ciertamente heredados del decadentismo, son únicos en nuestro país: los siameses, el niño enfermo, la mujer suicida.
Si su verso es exquisito, su prosa es un prodigio de precisión y de dicción: sus períodos se organizan con una música oratoria, pero sin la menor hojarasca, con un encaje y un agarre absolutos: es un prosista que uno quiere leer siempre, por el vigor y la gracia que despliega en cada línea, y por su claridad y su agudeza.
Poveda fue un importante crítico literario, un esteta, un promotor cultural, y un pensador que se atrevió exitosamente con muchos problemas importantes de la realidad nacional, desde la ausencia de democracia hasta el culto político del deporte. Hasta qué punto intentó iluminarnos, no lo sabemos, pues su obra periodística sigue inédita: cientos de artículos, de una abundancia y un rigor como solo se encuentran en Martí o en Carpentier, esperan por ser compilados, publicados y leídos.
Es comprensible que no haya ahora entre los intelectuales del Estado mucha voluntad de hacer ese trabajito, pues Poveda fue un liberal completo, yo diría paradigmático, incluso por su rechazo del cristianismo y de la religiosidad en sí, y un campeón de la democracia. No estudió leyes para no ejercer, como otros escritores cubanos: este dandy poeta ejerció la abogacía y se tomó en serio su profesión hasta el punto de escribir sobre la independencia de los poderes del Estado o el divorcio; y trató de hacer vida política entre personas totalmente incapaces de imaginarla.
Poveda fue y sigue siendo sacrificado a la incuria y la desesperanza de los cubanos. Yo no estoy seguro de que le quebraran la fe, ni siquiera de que su muerte haya sido provocada por el consumo de drogas, aunque es verdad que las consumió en su juventud. Pudo haber tenido un slump de creación, como cualquiera, y previsible teniendo en cuenta que enfrentaba un cambio de paradigmas, el fin del modernismo y el comienzo de la vanguardia; y tal vez lo mató una fragilidad cardiovascular, para la que no había paliativos en 1926.
Su ánimo era heroico; sus nervios y su cuerpo, no: y estaba sometido a las infamias del mundo. Lo fueron ahogando hasta el edema pulmonar, y seguimos sepultándolo. Sin embargo, sus propias debilidades nos son útiles: a los 30 años Poveda está declarando la inutilidad de su vocación, y profetiza que diez generaciones fracasarán en el intento de hacer literatura verdadera en Cuba.
Para esa fecha, 1918, ya habían nacido Lezama Lima, Feijóo y Carpentier. Pero el no, la negativa, la debilidad de carácter que lleva al abandono de lo mejor de sí, se convertirán en obsesiones ya no de la clase literaria, sino del pueblo. Es una enfermedad nacional, uno de cuyos síntomas es desentendernos de esa herencia que hemos recibido como ciudadanos, y que tantos rechazan por la incapacidad de generar alguna.
Lo siento, pero a mí no me da la gana de padecer esas fiebres. A cualquier escritor nacido en Cuba que no haya renunciado a una idea positiva de sus cualidades, le recomiendo la lectura inmediata de este sobreviviente del tiempo, de los peores tiempos. Es posible conocer a Poveda, y levantarnos con él.