Cuando miro al suelo, está partido,
sin reparar, y aunque lo repare
seguirá rompiéndose.
Todo se rompe.
Y aunque lo cuides
y vivas en el cuidado
se rompe.
La planta de salvia recostada
a la puerta de entrada
se rompió mientras yo limpiaba.
Ahí cayó sin fuerzas.
El cantero lleno de arena
con los restos de mi gata
lo rompió un oso.
Cuando vi la vasija y el cristal roto,
no dije nada para no romper palabras.
Con los ojos presencié el sacrilegio.
Busqué los huesos.
No encontré nada.
Removí los pedazos de cristal
y busqué las huellas de mi recorrido.
El papel está roto y contiene palabras.
Si uno rompe el papel rompe las palabras.
Y las palabras,
las palabras que tengo acumuladas
se desbordan de mi cabeza,
de mi boca.
Salen deterioradas
llenas de musgo y hierro.
¿Cómo cuidar las palabras?
A veces salen por la noche
y dicen algo así como
soy capaz de dar trompadas,
de tirarme el piso del centro de la fiesta
y preguntarte: ¿Puta dónde estabas?
Salieron las palabras y qué hago,
¿buscar una cuchilla
esperar cuando salgan
y cortarles las patas?
Hace horas, tiempo,
que vivo entre cosas rotas.
No puedo desecharlas.
No tienen sustitutos.
La mesa está rota, pero como en ella.
La silla apenas me sostiene.
Con las palabras no cuento.
Si salen es un milagro.
Saldrán desesperadas,
agrestes,
rompiéndose
mientras atraviesan confusas
los recónditos espacios
de esta rota cabeza.
Magali Alabau nació en Cienfuegos en 1945. Sus últimos libros publicados son Volver (Betania, Madrid, 2012) y Amor fatal (Betania, Madrid, 2016). Ha recogido sus poemas en el volumen Ir y venir. Poesía reunida 1986-2016 (Bokeh, Leiden, 2017). Este poema pertenece al libro inédito Mordazas.