La producción poética en Cuba correspondiente a la década de los años 60 del pasado siglo quedó marcada por la estética del conversacionalismo o del coloquialismo; enemiga acérrima del ensueño modernista plagado de princesas, cisnes y grandilocuencia y, por otro lado, partidaria de la sencillez expresiva y de la asimilación incluso de los aspectos más sórdidos de la realidad.
Aquella corriente poética que se extendió con rapidez por toda la Isla no constituía verdaderamente un fenómeno inesperado, sin vínculo con la literatura cubana, pues resultaba factible hallarle algunos antecedentes meritorios. Entre ellos se encontraban el "prosaísmo sentimental" de José Zacarías Tallet y "La canción del sainete póstumo" de Rubén Martínez Villena, la Conversación a mi padre de Eugenio Florit y el ya hoy olvidado poema "Afiche" de Rafael Enrique Marrero, que comenzaba: "Yo soy como los árboles sin frutos / que levantan las aceras de los parques".
Pero si bien estos ejemplos tomados de la órbita nacional constituían un estímulo para continuar creando poesía a partir de los patrones de dicha estética, fueron otras corrientes procedentes del exterior las que le insuflaron más vida aún a nuestro conversacionalismo: la poesía exteriorista, que tuvo en el nicaragüense Ernesto Cardenal a su principal promotor, y la antipoesía del chileno Nicanor Parra. La obra de estos autores, divulgada con generosidad entre nosotros y muy bien recibida por los autores cubanos, vino a concederle al coloquialismo en Cuba su espaldarazo definitivo.
Como todo movimiento literario en proceso de expansión, el conversacionalismo halló en nuestro suelo a seguidores entusiastas, a creadores recelosos de su validez y a firmes detractores de sus postulados. Poetas de obra ya consolidada como José Lezama Lima y Dulce María Loynaz se mantuvieron impermeables a su influencia, mientras otros como Félix Pita Rodríguez, Samuel Feijóo y José Álvarez Baragaño, hasta aquel momento histórico seguidores de estilos poéticos muy diferentes, sin poner de manifiesto trauma alguno rompieron con ese pasado y se suscribieron con entusiasmo a la estética del conversacionalismo.
Mucho más natural resultó en cambio el proceso de incorporación de otros poetas jóvenes que integraban la llamada Generación de los 50: Roberto Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández, César López, Heberto Padilla, Rafael Alcides, Domingo Alfonso... Con posterioridad se sumaría a este contingente otra hornada de autores, entre ellos Guillermo Rodríguez Rivera y Víctor Casaus.
No resultó un hecho casual que coincidieran en Cuba el auge de la poesía conversacionalista y el proceso de transformaciones revolucionarias iniciado en 1959. Aquel cambio vertiginoso conllevó una nueva relación del poeta con su realidad que, al combinarse con la honda significación de los hechos vividos, trajo como consecuencia la necesidad de recurrir a formas expresivas más diáfanas para dar testimonio de momentos que se consideraban con razón irrepetibles. Al mismo tiempo la radical politización del ámbito cubano y el compromiso establecido por no pocos poetas con el rumbo trazado por el nuevo gobierno le abrieron las puertas a una poesía militante en correspondencia con el discurso oficial, para la cual se avenía a la perfección la estética del conversacionalismo. Al calor entonces de aquellos principios se alzó la voz de Félix Pita Rodríguez para afirmar con extremismo lapidario: "es traición todo lo que no sea/ poesía bajo consigna".
Por supuesto que aquel tipo de poesía, tanto en su forma como en su contenido, disfrutaba de la total complacencia de las autoridades y de los funcionarios encargados de monitorear y encauzar la producción literaria del país. Por un lado su mensaje estaba en completa sintonía con las directrices ideológicas gubernamentales y, por otra parte, el simple lenguaje tropológico empleado, sin aristas dudosas, facilitaba al máximo la interpretación del poema. Sin mucha dificultad era posible analizar el anverso y el reverso de cada verso y a continuación, de pasar el examen satisfactoriamente, amplificarlo para que fuese del conocimiento de las masas. Con el poema conversacional era poco probable que hubiese un gallo tapado o una bola escondida.
Así marchó con comodidad, por una amplia avenida, la poesía coloquial cubana desde los inicios de la década de los 60. Sin lugar a dudas fue la corriente poética preponderante durante aquel periodo, en el que también disfrutó de un momento de discreto esplendor la poesía más bien de carácter existencialista de los creadores agrupados en torno a la editorial El Puente, que tuvo en José Mario a su principal representante. Del conversacionalismo, cuya vigencia aún no ha desaparecido, podemos afirmar que nos ha dejado algunas páginas memorables, entre las que se encuentran los poemas "¿Y Fernández?", de Roberto Fernández Retamar, "Atardecer sobre San Anastasio", de Roberto Branly, y "Mi madre, que no es persona importante", de Manuel Díaz Martínez. De su fuente nutricia se han alimentado no pocos poetas. Uno de ellos se nombra Rogelio Fabio Hurtado (La Habana, 1946), autor del cuaderno Hurrá y otras elegías.
Frecuente colaborador de publicaciones católicas cubanas, Rogelio Fabio Hurtado no ha dejado de cultivar la poesía desde hace muchos años. En silencio, con total dedicación, ha ido acumulando sus versos en las gavetas de su escaparate. No ha corrido tras la inmortalidad y durante largo tiempo ha preferido, quizás en exceso, preservar su obra de la divulgación nacional que se merece. Lejos de los corrillos literarios, se le ha visto en cambio con frecuencia vendiendo flores por la barriada de Luyanó o de San Leopoldo para después, en la paz de la madrugada, dar vida a sus creaciones poéticas. De ese modo discreto e irregular en el que solo prevalece el compromiso inconmovible con la literatura ha ido edificando sus poemas.
En el año 1969, cuando se desempeñaba como profesor en la Facultad Obrero-Campesina del Puerto Pesquero de La Habana, envió un cuaderno de poesía al Concurso David, convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). El jurado del certamen, integrado por Nicolás Guillén, Raúl Luis y Luis Marré, decidió otorgarle el premio a Raúl Rivero por su libro Papel de hombre y confeccionar además una selección de los textos más sobresalientes presentados por otros concursantes. En esa selección, titulada Poemas David 69 (1970), vio la luz su composición dedicada a Julián del Casal "Patillas, sayales". De esa forma modesta, a los 24 años, se dio a conocer como poeta.
Precisamente en aquellos días Ernesto Cardenal viene a Cuba para tomar parte como jurado en el Concurso Casa de las Américas y durante los meses que permanece en La Habana establece relación con Rogelio Fabio Hurtado, quien le muestra algunas de sus producciones poéticas. El escritor nicaragüense acoge favorablemente aquellas páginas basadas en las experiencias de un joven militar al servicio de la causa revolucionaria y se llena aún más de satisfacción al observar que han sido escritas desde la perspectiva del conversacionalismo, corriente muy afín al exteriorismo que él propugna.
Poco después de su estancia en la Isla, cuando Cardenal publica en México su testimonio En Cuba, muy comentado y debatido en aquellos años, vamos a encontrar insertados entre los capítulos, al igual que algunas composiciones de Cintio Vitier, Heberto Padilla y Miguel Barnet y canciones de Silvio Rodríguez y Noel Nicola, los poemas de Rogelio Fabio "Algunas costumbres del soldado en campaña" y "3.700 cohetes Canímar Año 64".
El ingrediente testimonial es el que impera a lo largo de sus versos, como lo demuestra el siguiente fragmento:
Érase un campamento a dos kilómetros de la Vía Blanca
donde vivieron más de cien hombres en tres tiendas de lona verde oscura.
Érase una madrugada de guardia cada dos noches
Nuestra ducha fue el río azul bajo su puente,
Y apenas nos bañábamos en los meses de invierno.
Con estos estímulos bien hubiera podido suponerse que la poesía de Rogelio Fabio Hurtado continuaría su rumbo ascendente hasta conquistar un espacio en el concierto de la lírica nacional; mas en el año 1971, tras el conocido Caso Padilla y la celebración del Congreso Nacional de Educación y Cultura, de triste recordación, la política cultural del país sufrió un implacable endurecimiento.
La rigidez ideológica, la marginación social y la intolerancia política acabaron de ascender al trono y la imprecisa acusación de "diversionismo ideológico" comenzó a gravitar sobre cualquier ciudadano. Tener creencias religiosas, elogiar el sistema capitalista, ser homosexual, leer a Alexander Solzhenitzin o a Guillermo Cabrera Infante, mantener correspondencia con alguien que se hubiera marchado del país, preferir la música de The Beatles o llevar un joven el pelo largo podían ser motivos de serios cuestionamientos personales con implicaciones políticas y sociales. Entonces en unos ganó espacio el extremismo y en otros la desconfianza, la simulación, la paranoia y el temor a perder el puesto de trabajo o la carrera universitaria. También comenzó entonces en el arte cubano el festín de los mediocres.
Durante aquel período tan funesto no pocos escritores y artistas sufrieron arbitrarias sanciones. Otros optaron por el retraimiento. Rogelio Fabio Hurtado estuvo entre estos últimos. En las reuniones con un reducido grupo de amigos ocasionalmente nos leía sus poemas. Después los guardaba en espera de tiempos mejores, consciente de que no se anunciaba una luz al final del túnel, un editor para sus versos, una publicación para su obra poética. Así fueron transcurriendo los años. Así quemó etapas de entusiasmo con algunas incursiones en la militancia civilista.
De aquellas escaramuzas regresó algo decepcionado de los hombres, no de la nobleza de su causa. Aquellas experiencias le sirvieron además para reorientar su rumbo y, en un sincero proceso de valoraciones y autocríticas, reiniciar de nuevo el largo y difícil camino hacia Dios. El título del cuaderno de poemas que en noviembre de 1995 le proporcionó el premio en el concurso literario "Tengo fe en el mejoramiento humano", convocado por la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, Retornando al Templo, así lo atestigua. Sirvan también para demostrarlo estos versos del poema homónimo, permeados por la humilde sugerencia:
Ven y siéntate, sin ambiciones ni miedo
en el callado banco de la Iglesia.
Ven a compartir tus frágiles decisiones,
a curar la impotencia de tus dudas
—dejarás las lagunas donde las quiera el silencio—
humilde de pensamiento y de obra,
ven a ser uno con los débiles que no se justifican.
Con este cuaderno, con este premio, Rogelio Fabio Hurtado retornaba además a su derecho a divulgar su poesía. Y al año siguiente, durante unos meses de visita familiar en la ciudad de Miami, publica en la editorial La Torre de Papel su libro El poeta entre dos tigres, donde podemos hallar composiciones escritas con casi dos décadas de diferencia. Si bien en algunos casos resultan evidentes los contrastes temáticos y estilísticos, podemos afirmar que en las páginas de este libro prevalecen motivos recurrentes como el recuerdo de los amigos, la nostalgia por las mujeres amadas y perdidas y la especulación acerca del destino de numerosos individuos que ha conocido. Los dos poemas testimoniales recogidos por Cardenal en su libro En Cuba encuentran continuidad aquí con "Remember San Julián".
Ahora Rogelio Fabio nos presenta Hurrá y otras elegías, conjunto de poemas con el que obtuvo el Premio Vitral en el año 2004. También en esta oportunidad ha dejado que la evocación se deslice hacia el terreno de la añoranza. Los nombres de otros amigos vienen a ocupar un lugar en su poesía, los recuerdos fluyen, a veces concatenados a hechos históricos de trascendencia nacional como la Crisis de Octubre. Las vivencias son asumidas como escalones de un largo proceso de aprendizaje que no está libre de la mirada crítica que le lanza el autor desde la perspectiva del presente:
cantábamos a coro
Bandera Rossa brilla más que el sol
Bandera Rossa la que triunfará
Que viva
Lenin
Escandalosamente cantábamos
Pero no íbamos en manifestación
Sino solitariamente borrachos en los dilapidados años 70s.
Braceando entre consignas y
Ingenuas pero tan amadas...
("Epístola a Ferrera")
Sin embargo, a veces el fluir de su memoria conduce a algunas conclusiones filosóficas:
Escribí como pude
para aprender que la verdad —si la hay— es menos esencial
que la ternura.
("Monólogo del pobre emigrante")
Y en otros momentos prefiere adentrarse en las enseñanzas de la historia y recrear la existencia accidentada de filósofos y de reyes, en lo que podemos considerar una forma válida de apoderarse de un segmento del devenir humano. En esa apropiación se pone de manifiesto el dominio del tema abordado y la aguda revalorización del poeta, no exenta de momentos de humor y de sarcasmo.
Mención aparte merece un elemento presente en la obra de este poeta: la autoparodia. Vinculado al choteo criollo, ya estudiado con certera visión por el ensayista Jorge Mañach, este recurso burlesco podemos hallarlo en la poesía de varios autores cubanos, entre ellos José Zacarías Tallet, Heberto Padilla y Raúl Hernández Novás. En el caso de la producción poética de Rogelio Fabio saltan a la vista estos ejemplos tomados de su libro El poeta entre dos tigres:.
Lo que aún me molesta
es que en la escasa repartición de bienes
te hayas llevado la capita rusa de nylon azul
que yo llevaba puesta incluso bajo el sol
porque me hacía sentirme todo un joven poeta.
("Café Conversatorio")
Yo,
Crédulo lector del vientre de las estatuas;
Aprobado en Historia de Cuba y en Moral y Cívica;
Suspenso irremediable en Artes Manuales.
("Madrugada")
Muy relacionado con el ejemplo anterior se encuentra este otro perteneciente a su poema "Quinta Canaria", que vio la luz en la revista Unión correspondiente al período julio-septiembre de 2003:
ser un hombre y no saber trazar
siquiera una estrella sobre un cielo
de papel!
Múltiples parámetros pueden tomarse como punto de partida para adentrarse en el análisis de las creaciones poéticas de un autor. Uno de ellos, quizás el más permisible por ser posiblemente el más elemental, es aquel que se basa en el grado de sensibilidad que el poeta transmite a través de su verso. Desde ese patrón valorativo podemos concederle una relevancia inusual a la obra de Rogelio Fabio Hurtado, quien es capaz de decirnos:
En esta solitaria, atómica, mañana de noviembre
no siendo yo accionista ni dirigente
sino un antiquísimo bebedor de cerveza
ofrezco para todos cuarto en mi corazón,
paz desde esta cuartilla.
("Revista de la Mañana")
Posdata: Tal vez no resulte excesivo y vanidoso agregar a las líneas anteriores un desahogo íntimo. Desde hace poco más de treinta años Rogelio Fabio y yo somos amigos. Nos conocimos en la terraza del hotel Capri por medio del ajedrecista y poeta Benjamín Ferrera y del pintor y poeta Alejandro Lorenzo. Ellos ya formaban parte de un grupo de jóvenes escritores y artistas al que también pertenecían Esteban Luis Cárdenas, Nicolás Lara, Jessie de los Ríos, Juan Miguel Espino y Julio García (Pirosmani), entre otros.
Al atardecer nos reuníamos a tomar café holandés o té frío en la terraza del Capri, mientras contemplábamos a hermosas muchachas que casi nunca nos miraban. A medianoche nos congregábamos en el parquecito de la Funeraria de Calzada y K para comentar la película que acabábamos de ver en la Cinemateca, el libro que estábamos leyendo o las cervezas que habíamos terminado de tomar.
Eran tiempos difíciles en que venían constantemente a pedirnos identificación, todas las puertas parecían cerradas, deambulábamos por la Plaza de la Catedral, entonces sin turistas, y nos atenazaban la soledad y la desesperanza. Aquellos días pasaron y llegaron otros de dispersión. Muchos partieron definitivamente al extranjero. Rogelio Fabio y yo hemos seguido fieles a las mismas calles y, sin renegar de nuestro pasado, hemos llenado nuestra alforja de caminantes con un poco más de esperanza. Ahora que ve la luz un nuevo libro suyo de poesía sólo me resta gritarle un ¡hurrá! y desearle otras alegrías.
Este texto es el prólogo a Hurrá y otras elegías (Ediciones Vitral, Pinar del Río, 2005) de Rogelio Fabio Hurtado.
Dos poemas dedicados a su memoria: Estos, Fabio, dolor que ves ahora..., de Jorge Luis Arcos, y De madrugada al alba, de Benigno Dou.