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Narrativa

El descubrimiento

'Una de esas tardes a la medida de los amantes, como diría Virgilio, enfilábamos mi padre y yo la calle del Pez. Él venía hablándome de los papeles que necesitaba para nacionalizarme.'

Madrid

 

Una de esas tardes a la medida de los amantes, como diría Virgilio, enfilábamos mi padre y yo la calle del Pez. Él venía hablándome de los papeles que necesitaba para nacionalizarme. Yo le hacía alguna que otra broma. ¿Y si yo quisiera, no sé, de repente, ser uzbeko? Se reía y caminábamos casi contentos. Mi padre llevaba un mes conmigo. Y estaría otro antes de regresar a la vedadense casa patrucial, como les gusta decir a mis primos gallegos. Otro mes y luego se iría con mi madre y mi abuela. Trataba de estar alegre y despreocupado, pero esos ojos verdes que no engañan a nadie delataban la angustia por tener que dejarme atrás pronto y por no se sabe qué tiempo. Nos aproximamos a la vidriera de una ferretería. Buscaba mi padre algo que tenía que quedar resuelto antes de que se fuera. Un artilugio que yo no sabría instalar en el nuevo apartamentico al que me había mudado. Revisó todos los productos y aseguró que era como ese, el que está detrás del negro. Me miró para saber si yo entendía. La luz, la tarde, la vidriera y mi mirada se divertían juntos en un entretenimiento de reflejos. Asentí. Sí, me imagino que sí, dije. Me seguía observando. En otros momentos se me quedaba así y terminaba poniéndose bravo y diciéndome con ganas de morderme: ya sé que a ti esto te importa un carajo, oye, no se puede ser así. Pero esta vez me sorprendió. Tienes una cana. Puse cara de hacerme gracia. Él se acercó a mi cara y me investigó la barba. Repitió. Tienes una cana. Yo persistía en la misma cara de gracia ridícula. A ver si vas a tener canas tú tan temprano. Nos separamos de la tienda y emprendimos de nuevo el camino de regreso a casa. No hablamos hasta llegar. Hasta que tocó quejarse de las escaleras. Viejas escaleras de madera escandalosa. De más está decir que los dos nos sentíamos bastante raros.

 


Orestes Hurtado nació en La Habana, en 1972. Ha publicado Cuentos de salir (Verbum, Madrid, 2009) y El placer y el sereno (Bokeh, Leiden, 2016), al cual pertenece este texto.

Más narrativa suya: Un apólogo, Los dos más raros e Historia de las pelusas.

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