Hace unos días soñé que estaba en Cuba. No fue, ni con mucho, la primera vez. Hubo un tiempo en que estos retornos nocturnos a mi patria eran un tema recurrente y casi siempre triste. Luego escribí Naufragios, incluí recuerdos y experiencias en su trama y mis noches volvieron a ser claras. Ahora que me encuentro en la fase de promoción de otra novela sobre la vida en la Isla, parece que se me han despertado los fantasmas, al menos algunos de ellos.
En esta ocasión yo había ido a visitar a mis familiares, cosa que he hecho tres veces en los años de mi exilio sueco y español. Un amigo de mis tiempos de infancia y juventud en el pueblo, que en paz descanse, conversaba conmigo. Como en los sueños las cosas generalmente ocurren de manera caótica y sin la menor pizca de lógica, él estaba vivo y yo no percibía que hablara con una persona que había muerto hacía ya algunos años. Creo que nos hallábamos en su lugar de trabajo o algo así. Por otra parte, la gente en el pueblo columbraba que yo me había ido del país por mi desencuentro con la Revolución. Pese a ello, un halo de inexplicable tolerancia política parecía envolver ahora todo lo concerniente a mi persona.
En la bruma del sueño los hombres y mujeres que se movían por la estancia trataban a mi amigo con una marcada deferencia. Esto hacía que en ocasiones me saludaran también a mí, y que yo me sintiera bastante a gusto en el lugar. Algunos me reconocían y me estrechaban la mano; luego me preguntaban cómo andaba y seguían de largo. ¿Sabrían ellos que en algunos de mis libros y artículos publicados en otros países yo criticaba abiertamente la sociedad en que vivían? Entonces se nos acercó un desconocido que parecía ser el jefe de mi amigo y me saludó con la desenfadada sencillez que caracteriza a la mayoría de los cubanos en la Isla. ¿No sería un equívoco? A mí, la verdad, no se me ocurría qué hacer ni cómo comportarme en un sitio donde, ya lo había comprendido, no solía ir nadie con opiniones como las mías. Por suerte, mi amigo estaba allí, a mi lado, y eso me daba seguridad y confianza.
En fin, me dije —siempre en el sueño, que aún no se había convertido en pesadilla—, estarían dándome un "tratamiento" apropiado para el caso de un disidente, de un cubano del exilio que tenía, no obstante, un amigo situado en lo que parecía ser un lugar de cierta importancia en el Gobierno municipal. Recuerdo que en cierto momento pensé que tal vez los dirigentes de mi pueblo querían saber cómo habían evolucionado mis ideas, las cuales ellos, de seguro, consideraban totalmente erráticas. Pero había otras variantes, razoné preocupado. Quizá estuvieran explorando algún tipo de colaboración mía con el Gobierno cubano. Habrían perdonado mis serias diferencias, mis "desviaciones" ideológicas y mis libros, y querrían mantener una buena relación conmigo ¿Por qué?, me pregunté en mi neblinosa irrealidad.
¿Tal vez desearan explorar posibles vías para convertirme en una suerte de agente secreto del Gobierno? Secreto o hasta manifiesto y público, dado que residía en Europa y podía ser un abanderado de su causa, como algunos otros compatriotas que se han establecido en los más disímiles rincones del mundo. Para ese entonces, mi cómplice de travesuras en el barrio se había sentado conmigo a una mesa en aquella gran oficina o lugar de trabajo. El sitio era, según veía en mi onírica aventura, una estancia amplia pero rústica, con un mobiliario también rústico y un ir y venir de personas que me recordaban los colectivos de empleados en las oficinas del Poder Popular en mi pueblo natal, que era, como he dicho, el sitio donde ocurría el sueño.
No sé por qué; pero yo sabía que mi anfitrión tenía pendiente una entrevista (o una especie de interrogatorio, qué más daba) con alguien de su entorno, es decir, de la gente que vivía en el municipio. Yo, por mi parte, era un ciudadano sueco que había ido a pasar unos días con su familia en Cuba. Estaba allí con él en mi calidad de visitante "extranjero", mirándolo todo con el interés propio de quien viene de fuera —casi como un turista— para ver la evolución de nuestra Isla. Llegas, observas, sonríes educadamente y te marchas de nuevo a tu segunda patria. Entonces le pregunté a mi paisano que a quién iba a interrogar. Para mi sorpresa, me contestó que a mí.
Recuerdo que en el sueño sentí una viva sensación de peligro, pues de repente comprendí que había caído en una trampa, y que mi destino en Cuba no era tan "de visitante extranjero" como había pensado hasta aquel preciso instante. Mi amigo de toda la vida comenzó a hacerme preguntas que sonaban bastante alarmantes desde el punto de vista de mi seguridad personal. Yo, por supuesto, me sentía decepcionado y, sobre todo, víctima de una sensación de incomodidad que se volvía cada vez más acusada. A pesar de intuir que soñaba, había comenzado a sentir miedo.
En la vaguedad de mi semiinconsciencia, lamentaba haber confiado en aquel antiguo socio de juegos y de fiestas; me dolía su traición a nuestra amistad de tantos años. Habría pensado siempre que, por sobre todas las cosas del mundo, seguíamos siendo amigos. Aparte de cualquier posicionamiento político, éramos los grandes compinches de antaño, los inseparables "chicos malos" de nuestro común y lejano pasado. Ni en el sueño ni ahora que escribo estas líneas podría esclarecerme a mí mismo qué sentimiento era más intenso, si el temor por mi suerte o la decepción que sentía con mi compañero de andaduras de infancia y juventud. Era, en suma, una situación bastante pesada, comprometida y pesada. De repente, el hombre que parecía ser el jefe del lugar, el mismo que al principio me había tratado con cierta simpatía, vino hasta nosotros y le susurró a mi camarada algo que yo no comprendí. No lo comprendí; pero sí pude leer la expresión de avenencia que atravesó como un relámpago el rostro de mi amigo. Este asintió, esbozó a su vez una sonrisa de conformidad y yo me dije para mis adentros: "¡Cojones! Creo que me jodí". Entonces, con el corazón palpitando a toda marcha, desperté.
Antonio Álvarez Gil nació en Melena del Sur en 1947. Sus últimos libros publicados son Perdido en Buenos Aires (Editum, Murcia, 2010), Callejones de Arbat (Terranova Editores, Puerto Rico, 2012) y Annika desnuda (Verbum, Madrid, 2015). Este texto pertenece a un libro inédito.
Arístides Vega reseña Annika desnuda.