Félix Luis Viera ha reunido en un volumen —Traicioneras— ocho capítulos que ya habían aparecido por entregas en la revista de arte y literatura hispanoamericana Otro Lunes, con el título "Ellas son traicioneras". Dichas entregas, recordarán sus lectores, eran historias — capítulos—, que sobresalían, en un primer vistazo, además de por la vivacidad y la limpidez del estilo características del autor, por su alto contenido erótico.
Debe advertirse que en la portada de este libro se nos avisa de que se trata del Libro Primero y, al final (en un recuadro), el autor deja abierta, y desglosada, la perspectiva de una continuidad que, conviene decir, no incide para nada en el disfrute y entendimiento del presente volumen.
El comentario de la contraportada merece, por así decirlo, un comentario que me servirá para destacar lo que, como lector, considero es lo que, más allá del sexo, sobresale en esta nueva obra de Viera. Una obra, Traicioneras, que por la fuerza y reiteración de su contenido, puede "traicionar" al lector que no se esfuerce. Porque —adelanto— pese a todas las evidencias (pese al "poder del sexo" presente, muy presente, en cada uno de los ocho capítulos), pienso no se debe leer esta novela como una "novela sucia", "erótica", pornográfica o, como se decía en la Cuba de 1940, que es en la que sucede todo, "de relajo". Al menos no solo, ni sobre todo.
Al leerla con este nuevo formato, de seguidas, se puede apreciar, por ejemplo, la relación existente entre las historias, la justificación de cada escena, el ajuste o compactación del conjunto donde todo parece estar ahí "para" y "a causa de". Una ingeniería imperceptible, como debe ser.
El tema-base, sí, es el sexo, eso es evidente. El autor lo narra y lo hace con realismo, precisión, libertad y gracia (que en el caso es —esto de la gracia—, también con humor). Y ello, ese tema-base, es un gran riesgo que Viera asume hoy, cuando la literatura "seria", más desinhibida que nunca, parece haber agotado el asunto, y lo hace con acierto. Esta novela está hecha de eso, sí, y sin embargo, lo que sobresale (lo que yo veo que sobresale), es la ironía que hay encerrada en ese contenido, es la referencia poética que subyace en cada historia, es incluso la referencia política o "comprometida" que resulta del conjunto.
Por eso sería injusto enmarcarla solo en esa única categoría. Ya se sabe que las obras de ficción nunca deben leerse de forma literal. Siempre, como lectores, debemos buscar no solo lo que el autor quiso sugerirnos e, incluso, ocultarnos, sino además lo que la obra, ya como un ente independiente, nos deja. En este caso lo que Traicioneras rebasa: el sexo o la traición sentimental y sexual.
Entre lo que se nos muestra a simple vista, eso que para mí la novela termina rebasando, están las mujeres de esta novela. Son mujeres de verdad, cada una con sus rasgos, cada una viva y distinta como suelen ser los seres humanos en la realidad. Quizá eso sea lo más logrado. Esas mujeres tan reales moviéndose, dicho sea sin segundas, en un escenario tan real.
Finalmente, también dentro de esta "literalidad", están esos logros que forman parte del estilo del autor. En el capítulo titulado "La India" recuerdo la pertinente relación que establece entre la postura y la gestualidad de la mujer cuando se desviste y la mujer "que está tejiendo". Es un logro, porque en ese capítulo habla precisamente del "oficio" del personaje. Lo cito:
—No sé si sabes que sin sostenes es medio peso más— me avisó la India con la mirada en el piso mientras se desvestía sentada en el borde de la cama, con esa postura y relajamiento de la mujer que está tejiendo, se me ocurrió.
Pero esto es lo que puede ver cualquier alfabetizado. Lo importante, como vengo diciendo, está detrás, o diluido en todo eso. Lo importante es el significado. Una buena novela —y hasta una no tan buena—, siempre es un símbolo, siempre dice algo que quizá no dice pero que cada lector "escucha" a su modo. En el caso de Traicioneras podría tratarse de la pérdida y la búsqueda de ese sentido que el personaje persigue disimulándolo tras, o a través de, el sexo.
Y ya que menciono la cuestión, digamos algo sobre el asunto del género. Creo oportuno recordar un punto de vista de Jorge Luis Borges que comparto. Para mí —como para Borges—, los géneros literarios son cosa de según qué lector. O de según qué lectura.
Siguiendo esa línea de pensamiento añadiré que, a estas alturas, la "pornografía" (en su acepción más limpia o "literaria") es poco "original" por fuerza. Que para intentar paliarlo se utilicen determinados procedimientos técnicos y perspectivas, tiene que ver con la técnica y el talento del autor a la hora de escribir y no con el tema o el género. Hasta Sade (que como se sabe partía de un tipo de experiencia sexual que, por lo extrasexual de su naturaleza, debemos pensarlo como más versátil) llega un momento en el que choca con el límite. Porque —es así— la actividad sexual, vista en conjunto, es uniforme y repetitiva. La única diferencia está en la poesía que se le añade cuando participan, además del instinto, los sentimientos que, por cierto, se alimentan de ese instinto. Mas no creo que un autor deba "trabajar en busca de la originalidad" para resolver esa limitación, y Viera no lo hace. No creo que estuviese en su interés. Y gracias a eso vuelve a acertar.
Pienso que Viera quería (o lo quiso por él la novela) producirnos esa sensación de volver al mismo sitio, de hacer lo mismo otra vez con otro cuerpo, y volver a hacerlo. Porque justamente eso es lo que, con humor, como una gran broma (algo por cierto consustancial al autor), produce ese efecto que considero esencial: el efecto de inutilidad, de pesadilla, de... agonía.
Uno siente todo el tiempo que el protagonista es un tipo atrapado. Sus preocupaciones sociales, que las tiene, no llegan a sacarlo nunca de ahí, son solo como esfuerzos de su mente. Así visto, hay algo kafkiano en esto: el sexo es como la atracción del "castillo", o como los recovecos judiciales del "proceso", o como el caparazón con que Gregorio Samsa despierta una mañana. Sí, al leer esta novela de Félix Luis Viera pienso en Kafka. O en Beckett. En todos esos personajes atrapados. Trágicamente atrapados en sus circunstancias de mierda.
Todo sin que deje de ser una novela que también va de sexo. Por supuesto.
Félix Luis Viera, Traicioneras (Alexandria Publishing, Miami, 2017).