I
un diluviar de bien amoral
Las noches en Brazos Valley, que ejercen en mí anulaciones.
Disueltas en axilas: nimiedades, un asunto de esquirlas.
Estación de frescas carnes, pero entonces corrimiento de cortinas y escaleras. Frescas carnes y escaleras. Es extraño no caer o apenas atravesar el encristalado se vuelve un gesto indefinible, como de desinteriorización. Todo cuerpo es cicatrices.
Parodiaba un idioma ante poeta distinguida que derrama algún líquido soberbio sobre los pechos. Mal acompañada en sus viajes al sur desde una biblioteca antigua. De su laberinto al laberinto de malas traducciones y peores pronunciaciones. Todo tan difuso.
Y usted, señor M., ¿cómo es que ha llegado aquí?, pregunta poeta distinguida y humedad en los pechos. Los astros, que suelen torcernos el camino y hasta la mirada, puestos ya a hablar.
O el dolor de tinta sobre papel embotellado.
No conoció usted a mi padre, dice.
Tampoco usted al mío, hombre de puntuales imprentas que se extinguieron dejando ningún vacío.
En Brazos Valley, durante las marchas por el respeto a los limpiadores de ciudad se irrespetaron los derechos de los ensuciadores. Así abortistas y provida pintaron y despintaron. Luego, ya idos, de dos en dos hacia las cópulas.
Copular en Brazos Valley: a pie por cada pluma de pájaro en sordina.
Manifiesto de las carnes: oscuras. Vendrán ya asimilaciones.
Qué aviones, qué vientos.
De anoche a hoy, cero en timeline.
Y sin embargo, niebla afuera y un ruido infernal de carros y nervios.
Comprensible que la siembra de alguna dalia o jacinto rompa rutina de e-lecturas. Llaman por peras envinadas o delicias extrañas al Valley.
Aunque de Lomas, Calero Jones se hizo urbano.
Fui cooptado, escribe. Me asombra que use un término caro a la política.
Calero Jones no hablará nunca de política. Otra mudez de exilio, otro asidero.
Cuenta una historia de cruces de fronteras, gente conocida que de pronto se ve atrapada en aludes de centroamericanos que bajan de los trenes grises. "¡Papeles!", grita alguien, giros y sin darse cuenta están corriendo. Disparos al aire, ruidos como de motos y helicópteros pero no hay ni motos ni helicópteros. Polvo y olores a pólvora y goma quemada.
Desde la autopista un alto obelisco. Nos detenemos pero no en los detalles. Es casi noche, bastante claridad todavía. Veamos por qué se dice que ahí comenzó todo. Batallas de antiguos habitantes del Valley por alcanzar un giro, la condición pedánea, un desprendimiento de lo conocido. De sus muertos también bebieron.
Apenas si nos hablaba Nazif. Apenas si dejaba de masticar aquellos diminutos soldaditos de harina de maíz porque reparaba en nuestra llegada. Éramos transparentes, un pedazo de escritura muda. Errábamos. Poco se avanzó en esa dirección. Una pena. Otros corrieron mejor suerte.
Y sin embargo, era como un joven Pierre Michon volviendo una y otra vez sobre frases, con brío patibulario, de ascensos y descensos.
Boberías de Nazif a tutiplén, recordaría Calero Jones años luego de enterrarse en Nebraska o Arizona.
No murió nadie en Brazos Valley en todos esos años. Nadie conocido.
Yo monologaba y decía: Jardín de invierno, hermoso título. Nadie escuchaba. Hasta que desapareció aquella mujer que volvía cada mañana a los dictámenes, a subir las mismas escaleras.
Cierta vez dijo Calero Jones: Nací en Pantano, pero no hablo ese idioma tortuoso que allí abunda. Pantano fue alguna vez una playa sin torres. Ahora es de nuevo costa, una empalizada, laderas, unas cuantas familias de caimanes que cruzan por sus esquinas antes asfaltadas. Desde cualquiera de sus puntos acechan suicidas y vendedores de canoas plásticas y artefactos futuristas.
Tenía una novia, Argenta. Antropóloga la niña.
Pero si he de hablar de alguien en concreto hablaré de mi madre, que un día me da los buenos días y al otro no me reconoce. Mi madre de aquel tiempo, cuando salía a caminar, venía a decirme cosas como ¡qué lata de gente!
Pero al grano. Calero Jones, atendiendo a la descripción de ciertos arquetipos o esquemas del espíritu, lo que propone es:
—una especie de teoría literaria de la que no es posible desentenderse,
—variaciones de un carácter abstracto, y
—construcción de una realidad, vaya si equidistante.
Ha salido de pesquería. Veremos.
No sabe sufrir la inteligencia que necesita.
Michael H. Miranda nació en Cueto, en 1974. Su último libro publicado es En país extraño (Silueta, Miami, 2014). Este texto pertenece a un libro homónimo en preparación.