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Poesía

Máquina de escrutar (Idea para un poema-objeto)

'Los años la han pulido como a una pregunta, y conserva apenas cuatro teclas que alzan monedas del tamaño de la yema de un dedo...'

Ciego de Ávila

 

En lugar de un texto ha quedado esta Máquina que ya no tiene uso real, perseguida, limpia, puesta contra la pared.

Los años la han pulido como a una pregunta, y conserva apenas cuatro teclas que alzan monedas del tamaño de la yema de un dedo: son —leyendo desde izquierda, aunque en realidad terminaron dispersas al azar, como pedazos de una bombilla— las letras: A, S, C y O.

Pueden combinarse para alargar los pensamientos de quien teclea como se envuelve una mala noticia con rodeos: aquí estás, encerrado entre cuatro paredes. Y, probando a hacer montoncitos, quizás provoquen la ilusión de una galería marina donde, en vez de puertas herméticas, nos esperan horizontes y paisajes deshabitados.

Probar a decir, por ejemplo, CACA, o CASA, con la ingrávida necesidad de un niño al que le han obligado a dibujar un círculo en torno a su cuerpo. Ensayar frases en forma de agujas para ensartar espejos, como OCAS SACO, OS ACOSO OCASO... Y así por el estilo. Ejercicio de fuga prolija dentro de una caja de músculos.

Pesa, puesta contra la pared. Muestra la resignación del mar donde se diluyen todas las palabras que le están prohibidas.

Hay un rastro de páginas vacías cubriendo el piso en torno al cuadrado donde parece que se sentó un obseso a escribir solo con las cuatro letras de su patria. Quizás un marinero. No se ven otras señales de inteligencia aparente, un actor o un autor que vigile a las espaldas del público.

Pintada de blanco —menos el rodillo: esto es una lengua de serpiente, dura y negra, porque aquí penetraba con cada golpe el veneno de la tinta—, niega y devuelve la luz con la indiferencia de una taza de baño.

Los muñones de los brazos partidos, donde faltan las mínimas bandejas con letras, terminan en puntas afiladas, disuadiendo así a un escritor verboso de florecer con un discurso líquido y vacío. Si se mira bien, donde estaban las teclas caídas, hay agujas hipodérmicas.

Sobre una de las puntas, brilla una gota de sangre.

 


Francis Sánchez nació en Ceballos, Ciego de Ávila, en 1970. Sus últimos libros de poemas publicados son Extraño niño que dormía sobre un lobo (Letras Cubanas, La Habana, 2006) y Epitafios de nadie (Oriente, Santiago de Cuba, 2008). Este poema pertenece al libro de próxima aparición Llamadme Libertad.

Otros poemas suyos: Agente libre, Bajo la vida, Fijar la voz al muro... y Hombre negro.

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