Marasmo de paredes,
muebles viejos
recogidos en la calle,
destartalados,
inútiles y feos.
Pomos de medicinas
desplomados
en esa habitación
repleta de cuentos.
El fogón
de cuatro hornillas
escabrosas, con escamas.
Dientes,
uno encima de otro;
café, granos de arroz,
el polvo de algún insecticida,
vasos sucios vestidos
con el vaho
del paso de los días.
Mosquitos atrapados
en tazas de café,
en la miel pegajosa
desplegando
sus huellas
y sus fechorías.
Anotaciones que luego no se entienden
por la premura
y ese nerviosismo que produce
visitar los lugares,
los sucios escenarios.
Ella desapareció hace 33 años,
su novio diez días antes.
Su prima,
el esposo de su prima,
su padre.
A todos
fueron a buscarlos.
A la mujer la golpearon,
le avisaron que todo estaba listo.
Feliz cumpleaños.
La desnudaron, la colocaron
en una mesa de madera en la cocina
y atada de pies y manos
procedieron a aplicarle
el tratamiento.
Entre ellos comentaban
que hay que encontrar el punto más sensible
donde mejor se aplica.
Puede ser en los pezones
o debajo de las uñas.
Los senos se volvieron dos cartuchos
estrujados, mientras alguien
apuntaba una navaja
para desinflarlos.
Trajeron al médico.
Le informó,
a la parturienta
que no había anestesia,
y después muy bajito,
apenas susurrando,
se acercó a la oreja y le dijo:
Te hago esto para liberarte.
El resto de los espectadores
en el cuarto,
participó aguantando una mano,
una pierna, o la cabeza.
Magali Alabau nació en Cienfuegos en 1945. Sus últimos libros publicados son Dos mujeres (Betania y Centro Cultural Cubano de Nueva York, Madrid, 2011) y Volver (Betania, Madrid, 2012).