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Crítica

El líbero (o la importancia de llamarse Carlos Alfonso)

'De las poéticas de la segunda promoción de los 80 ninguna me interesa más que la de este autor.'

Santiago de Cuba

Para empezar, una parodia: Carlos A. Alfonso, el líbero, es un poeta muy mayor, quiero decir, que su trabajo participa de lo que podríamos llamar la zona de la mejor escritura en la poesía cubana actual, parcela a la que pocos son llamados, y menos aún, los escogidos.

De las poéticas de la segunda promoción de los 80 (alrededor de 1985 y siguientes) ninguna me interesa más que la de este autor, a quien sigo leyendo (muy a placer) "como se desenrolla una bobina/ con dedicación y empeño". Y así se lee también este volumen llamado Protestante: un paseo fundamental por la marcas de estilo de un poeta que todavía no ha dejado espacio para la caída o el traspié hacia lo mediocre, declive en el que se han visto envueltos, pasados los años, muchos de sus colegas de generación.

Protestante afirma, más que nada, la permanencia y vitalidad de un exitoso esfuerzo poético, o más exactamente, el repaso de una intensidad in crescendo: desde su primer cuaderno de 1987, El segundo aire, a su último libro publicado en 2010, El rey sastre, su trabajo no ha dejado trazas visibles de debilidad verbal. De ahí la importancia de un libro-antología como este: no se trata solo de una mirada a más de 30 años de trabajo, sino también de una experiencia que justifica su estar entre los pocos poetas cubanos realmente vivos.

Y es cierto: la poesía de Carlos Augusto Alfonso sigue siendo hoy un ejemplo curioso de cómo mantenerse activo después de largo tiempo de faena, y de haber puesto varios libros en el saco (el gran-saco-sin-fondo, donde cada vez hay más libros en verso y menos poesía) de la literatura cubana.

Pero el secreto no está en el movimiento: Carlos Augusto Alfonso no ha dado grandes saltos o desplazamientos en su escritura, si bien de libro a libro (y ello es un dato visible en este) pueden seguirse sinuosas variaciones de una misma huella. Una huella que ha devenido (como se observa en los textos seleccionados de El rey sastre, la última entrega)en lo que es hoy: la apoteosis gozosa de la forma, que por lo discreta en su devenir, no se sabe nunca dónde inició, con exactitud, tal vehemencia estructural del verso libre.

El secreto, explico ahora, está en la ejecución: no existe en toda la poesía del autor aquí tratado, las zonas "blandas", versos "bobos" o el ideotema "sin sentido" a los que nos vienen acostumbrando buena parte de los poetas cubanos contemporáneos, que ya no sueñan (como diría Padilla), pero tampoco escriben. El secreto aquí es la intensidad.

Hay en la poesía de Alfonso un deseo constante por engranar, atar y concentrar, una lengua que no es suya, y que ha sido tomada de lo circundante-cotidiano. Dicha lengua, convertida por él en expresión versal, es el lenguaje que tira del carro de su poesía, y lo singulariza.

Pero ese deseo por concentrar se proyecta de un modo raro, diferente: en la locución envolvente del verso, en la desintegración, en muchos casos, de la cadena lógica del lenguaje. De modo que lo que vemos en él es el efecto de una envoltura, un recubrimiento que quiere significar a la realidad, siguiendo (o duplicando) el mismo caos dramático con que se nos presenta.

De ahí la lógica de un lenguaje dislocado, desplazado, sin centro, en corrimiento constante hacia franjas poco exploradas por la poesía cubana, y que se organiza todo el tiempo en un particular sentido del ritmo, de lo sonoro y cadencioso de la frase, como la máquina de moler de un central, es decir, constante y oficioso, sin detenerse:

 

La cafeína da con el hombre que busca,
a veces no hay alivio, y siguen ahí
los objetos más rápidos y claros
para infringirme daño.
En una tarima suelta, en medio del polvo,
un padre y una madre, dos buenos yemenitas
proponiendo cazuelas para guindar,
unos cigarros sueltos y amarrados,
un desfibrilador, un terno.
Me ven ojos de loco porque siento llover,
tienen miedo, preguntan cualquier cosa,
qué me ha costado "el agua",
qué es un sueldo decente y qué no lo es,
cómo fertilizaron la picadura innoble. 

                                                            ("Moka")
 

Quizás el detalle de tal intensidad esté en que la escritura de Carlos Augusto Alfonso vincula de manera efectiva elementos del lenguaje y la terminología marginales a la práctica poética. En efecto: en una mirada inmediata a sus textos resalta de súbito aquello que Osmar Sánchez Aguilera llamó en su momento la selección de "palabras y frases sin tradición en el discurso de la poesía cubana", con lo que el autor señala de este modo sus "no agotadas potencialidades expresivas" ("La poesía en el margen; las palabras en outside", en Otros pensamientos en La Habana, Letras Cubanas, La Habana, 1994).

Allí donde las prácticas escriturales no interactúan, donde la tradición poética se aleja con temor, Alfonso halla y recupera elementos del habla marginal que incorpora con gran acierto a su trabajo, en la concepción de una estética lírica muy particular, y que refleja, asimismo, una voluntad delictiva y transgresora, que lo separan sustancialmente de otras prácticas escriturales.

 

Un líbero es un loco por inmersión,
entra al juego y se sale cuando le place.
Ventano con la muerta (con la des-poseída)
sabe que nunca entró,
como también él sabe "qué mosca lo ha picado".
Una inyección de sangre vieja,
las traiciones que urden los retenes
ponen la cofradía patas arriba.

                                                           ("El líbero")

 

En su registro poético (esa lengua engranada que no es suya) sube y baja lo cotidiano, y deja entrar lo que Reina María Rodríguez llama justamente en el prólogo del presente volumen "una historia de la mendicidad y sus horrores": el ciego o el menesteroso, los vendedores de, los seres de otra parte porque nadie los mira, y que son actores esenciales de su poesía.

El poeta solo puede mostrarnos su visión problemática de lo real, en un lenguaje que reúne lo popular elevándolo a categorías de valor, a expresión culterana de la forma. Y en esa síntesis encuentra el modo de establecer un verso áspero, rocoso, que en su enroscamiento y contorsión lingüística halla y crea su fuerza contenida. 

No hablo aquí de una expresión barroca; no creo que tal poesía pertenezca al género de lo barroco aun cuando en muchos casos la reconstitución o reintegración de sus significados a la realidad (como podría hacerse por ejemplo con el recurso de la metáfora) sea un proceso arduo y a veces desorientador: se trata simplemente de una tarea con el lenguaje, que pone su obra en el proceso mayor de La Historia sin ser la historia misma, para marcar su propio territorio de construcción mental. Escribe el poeta:

 

yo te pido Claudel
irreflexivos versos, otros nuevos,
que deshagan la Historia
que repasen mi vida.

                                       ("Misa Claudel")

 

Tal angustia es la marca distintiva del autor, la experiencia imprescindible para entender su obra total, como el relato de lo que él mismo llama "días extraños como desprendimientos". Porque en este Protestante está, en definitiva, aquello que todavía lo hace un líbero en fuga, que entra y vuelve a salir del juego sin enfriarse, aquello que lo hace llamarse con el nombre (que digo yo Augusto) de Carlos Alfonso.


Carlos Augusto Alfonso, Protestante (con prólogo de Reina María Rodríguez, Unión, La Habana, 2014).

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