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Poesía

Bajo la vida

'Y en toda la circunferencia del miedo habitado, hemos perdido/ la ciudad y el exilio, la voz y los potros de la anunciación.'

Ciego de Ávila

 


Nosotros los sobrevivientes
a quién debemos la sobrevida.
R. F. Retamar

Nosotros los sobrevivientes
a nadie debemos la sobrevida
R. F. Larrea
 

Vamos, sombras amargas, por eriales
donde han sido borradas las marcas de Dios súbitas,
las marcas de mareas de sueños destrozados.
Nos ponemos, comemos y vestimos palabras
que nadie necesita,
las congojas de musgo en torno al agua negra.

Será que lo que nunca habitamos se pudre
como un grito estudioso debajo de los dientes.
Por el cielo se pasan versículos de tránsfugas.
Se comercia en el aire con castillos y príncipes.
Y se embotan abismos donde nombres enfermos
penetran a los cuerpos con una sangre muerta.

Observamos, derivamos y cavamos el ocaso
de la maldita patria en todas partes,
atentos al rodaje de las transformaciones,
el pájaro decapitado, la estrella hermosa y helada
para empeñar el arte de ser indiferente.

No nos hacemos, ni buscábamos ni dábamos más preguntas.
Somos ya las preguntas, las negaciones que se conceden
al que va a morir, al que va a olvidar.
Las primeras y las últimas preguntas abarcadoras.
Y en toda la circunferencia del miedo habitado, hemos perdido
la ciudad y el exilio, la voz y los potros de la anunciación.
Reservamos, elevamos a toda la tierra conocible
las deudas de otra vida, un mar de sangre negra.

Vamos, nevamos como efímeras aspiraciones
en las plazas de aldeas lejanas donde hemos oído
a nuestro corazón detenerse.
Poco amo y pocos ramos de tumbas y pañuelos
no nos hacen volver la mirada brillosa
a través de la carne sin memoria de las estatuas.
Grano de amor que rasga y desnuda la vida
para seguir despierto, vela el sol de la noche.

Bajo nuestras cabezas, bajo el cáliz amontonado
halan siempre el mantel y no caemos completos,
nunca estamos aquí del todo.
No sentimos las caras ni el mar tan bien alineados
delante de la aurora.

Vamos a lo que somos, al racimo de esperas
y pérdidas como el oleaje de una sed infinita,
marcas de sombra súbita, sombras del mar dormido,
cicatrices de sueños que han borrado los frutos
y solo esta inmediatez inconfesable elevan.

 


Francis Sánchez nació en Ceballos, Ciego de Ávila, en 1970. Sus últimos libros de poemas publicados son Extraño niño que dormía sobre un lobo (Letras Cubanas, La Habana, 2006) y Epitafios de nadie (Oriente, Santiago de Cuba, 2008). Este poema pertenece a un libro inédito.

Otros poemas suyos: Fijar la voz al muro..., Hombre negro, Túnel a la Patria y La palabra abedul.

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