Soleida Ríos vuelve del bosque cargada de
mejorana, a mejorana
huele la cesta de
mimbre y yagua, las
manos callosas de
Soleida, el agua del
balde para fregar la
loza del día: sube
las escaleras, el
pasamanos de vidrio,
la balaustrada de
terracota desparraman
retoños de mejorana.
Está un poco cansada, en el rellano del
segundo piso cuesta
arriba se queda unos
minutos reposando,
la cesta a sus pies,
está pensando en
nuevas combinaciones
de infusiones, si el
boldo va con la
manzanilla, y si
habría que poner un
rubí o cornalina en el
fondo de la tisana. Y
piensa en ponerse a
freír, está cansada,
flor de calabaza, o
por si llega visita
tener boniatillo o
unas yemas de
Santa Teresa en
la despensa. Cuánto
cacharro para
sobrevivir.
Antes de abrir la puerta se le enreda la
cabeza en el fajín de
llaves que cuelga de
su cintura, unas llaves
que no abren nada,
carecen de misterio,
y entra: la franja de
luz en el suelo de
baldosa azul, el
zócalo rosado, orienta
la mirada a prueba de
bala, no del todo
realista, de Soleida
Ríos: se dirige al
mandil colorado que
cuelga del perno
bruñido de la cocina,
descuelga unas
sombras, un par de
espejismos, tararea
en voz más que baja
interior, unas plegarias
dirigidas a unas ánimas
que hace años, quizás
cincuenta, sobrevuelan
Obrapía: la calle ya no
hace esquina, y donde
huele a rayo también
crece la mejorana.
A la mesa la olla de agua hervida que funge
de tetera en un país
donde una cosa
funge por otra para
tirar más o menos
el día, un boniato
en un alféizar sirve
de ornamento, el
humo que despide
la infusión hirviendo
en la taza al borde
de la mesa remeda
usinas, altos hornos,
la vieja chimenea de
la Compañía de Luz:
las manos de Soleida
fungen de birlibirloque,
y cuanto invocan hace
surgir en el cielo raso
estrellas fugaces,
asteroides, las urracas
del mito Vega y Altaír:
en el centro del techo,
donde estuvo el plafón,
la última conversación
que entablaron Baucis
y Filemón junto a
Mercurio.
En La Habana, y es un modo de fingir, todo
duerme: las ánimas del
sueño de Soleida Ríos
dejaron de hacer
preguntas, sería
jactancia someter
el sueño a las
revelaciones. Hoy
tenemos toque de
muertos, palos, fugas
y veda, a las seis
pasadas acabará
el sueño, en cuanto
Soleida Ríos despierte
irá sirviendo tazones
de mejorana, dos
cucharadas de
azúcar prieta, a lo
largo de Obrapía.
José Kozer nació en La Habana, en 1940. Autor de una extensa obra poética, recibió en 2013 el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Este poema pertenece a un libro inédito.