Lo simbólico, la elusión, la alusión, el título que avisa la sangre de que están compuestos muchos de sus poemas —de suma polisemia, asunción de la ternura y, en no pocas ocasiones, del estoicismo— hallamos en este libro de Luis Felipe Rojas (Cuba, 1971, y actualmente residente en Miami), publicado recientemente.
Para bien, opino, Luis Felipe Rojas al abordar, por ejemplo, la realidad, la tragedia cubana actual, elude, ya lo decía, entrarle frontalmente —quizás sea cuestión de su credo poético— y así los versos viajan hacia lo universal, hacia las múltiples lecturas que antes citaba; o sea, un lector no enterado de la enjundia del texto, seguramente lo asimilará en otra dimensión, en otro tiempo y espacio, digamos.
Si no, veamos este ejemplo de "regalan tomos grises escolares": "aprenden la historia nacional/ de espaldas/ con las ventanas semiabiertas a tomo gris/ con letras ya borrosas".
O estas de "horas de trabajo": "sobrevivo/ ocho horas de cara a la podredumbre/ a mansalva de los trenes (…) sobrevivo así/ la infectada luz/ debajo de los miedos".
La lealtad, Dios, la bondad son varios de los temas (que temas son) de este poemario en el que Luis Felipe Rojas no utiliza la letra mayúscula en ningún caso y en muy pocos se vale de la coma.
Cito en lo que se refiere al aviso que nos da el título y a la alusión antes citados, con los que el poeta se levanta en excelentes piezas, "a la memoria de los tiempos nuevos": "los perros vuelven a rondar mi casa/ el olor a sangre es tal/ es tal la peste/las vísceras el cuerpo/ la res desollada/a la puerta de la casa".
Dios: "flechas del dios que nos ignora". Y ahora un dios, Dios, con mayúsculas, en "plegaria": "dame oh Dios/ la salud del gran guerrero/ los pies del que está en la lejanía/ la memoria del que se ha marchado/también dame la esperanza/ oh dios/ y algún modo para cantarte en la mañana".
El poeta no tiene manera de cantarle a Dios, nadie se la ha dado, y al mismo Dios, con ironía tanta, se la pide.
En "de la memoria de los tiempos nuevos": "yo regresé como hans peter lugwen/ marino a sueldo bajo/ y lloré al ver tu rostro entre las manos de Dios/ tan frías/ oh Dios para cuidarte acaso".
Cuidar a Dios, dice. Observemos este concepto que trasciende entre los versos citados.
Veamos:
mujeres cañón del bombardeo mesoneras
reinas
hijas de Dios
por no morir
si la vida se vuelve una pantalla oscura.
Los versos anteriores son de "cinema barrio oscuro-mujeres de revistas". Estos encajan al final del texto de manera sobresaliente, y, de nuevo, de modo sorpresivo, diríamos, Dios se presenta por sí mismo. ¿Obsesión del poeta?
Los versos de este libro son cortos, ágiles y en ocasiones las particiones se realizan a capricho del poeta, creo que con la intención de partir el concepto para que pongamos más atención, paradójicamente, en la idea en general.
Sobre el valer de los títulos, ¿acaso no estará dicho todo o casi todo el cuerpo del poema en este?: "las puertas de los bosque se abren con la luz de los que llaman", verso en sí mismo, y viene: "los perros han de comer de tu mano/ soplan aires de guerra/ y no puedes fiarte/ fieras que rondan tu casa…"
Veamos de nuevo el todo en el título "hospitales": "allí lo sirven todo en vasijas ambarinas/ allí el horizonte rueda más temprano".
Hago énfasis en este último verso: "allí el horizonte rueda más temprano". Todo está dicho. Sin embargo, esta línea se independiza, si así los sentimos, y podemos aplicarla a tantas amarguras que nos ofrece la vida.
Quisiera terminar estas líneas con el sugerente "cercano a la tormenta":
acércame el candelero, Khiva,
los lobos aúllan demasiado cerca,
las hienas huelen de mí,
oh, Khiva, amor mío,
fieras a un soplo de distancia
y tú buscando lo imposible.
Gracias al poeta.
Luis Felipe Rojas, Para dar de comer al perro de pelea (Neo Club Press, Miami, 2012).