El clítoris y el pulmón hicieron un hermanamiento, como dos ciudades nada que ver, gracias a un habitante y una comida rica y contactos suficientes para llevarle el recado del pulmón al clítoris en el aire de una respiración.
Un clítoris se aficionó a una lengua al punto que se ponía celoso de los pastelitos y los cafés y formaba unas en las cafeterías que hasta los calderos se ponían la tapa.
La fea se llamaba Bella y, la hermosa, Grotesca. La gente no le decía nada a Grotesca por su nombre, pero sí se burlaban de Bella por el suyo, lo cual describe la carrera entre la materia victoriosa y la palabra en segundo lugar.
Al aparatico que subía los ojos wireless cuando caían a mirar tetas se le peló el cable del GPS y dejó a la gente mirando siempre abajo.
Una partera fue a parir y pudo pensar cosas como a una peluquera que quiere cortarse el pelo. ¿Quién piense a la otra pierde?
A Buda se le perdió una argolla por un breve tiempo. El mismo que pinta a Buda con dos argollas pinta a Van Gogh sin oreja. La amiga me pregunta que creo de su novio pintor y le advierto que considere ese detalle.
La persona se puso en contacto con su esencia y cada vez que la rozaba sonaba como el quebrarse de un pescuezo de pollo. Se sentía en su sopa, volteado a ese cruel antes rompiendo pescuezos de pollos.
Javier Marimón nació en Matanzas, en 1975. Ha publicado los cuadernos Formas de llamar desde Los Pinos (1999), El gatico Vasia (cómo engañé al Súbito) (2001), Himnos urbanos (2002). Estos textos pertenecen a un libro en escritura: Sinalectas.