Los Venegas se extinguieron
como el oso mexicano,
los delfines del río Chino
o el ciervo de Schomburgk.
Las mujeres perdieron
la memoria y las ganas de vivir,
los hombres resultaron
tener un corazón de cristal.
Sus nombres, muy raros
y siempre compuestos,
no alcanzaron a mi generación.
La elegancia rural de su apellido
quedará suprimida
cuando nuestras hijas den a luz.
Fueron mambises,
carreteros,
bodegueros,
desmochadores de palmas,
guerrilleros,
maquinistas de la marina mercante
y,
por encima de todas las cosas,
borrachos empedernidos.
Conservo una foto donde los varones
posan junto al viejo Lázaro.
Más que un padre
junto a sus hijos,
parecen una manada.
Paulino, Serafín y Cipriano
miran a la cámara con arrogancia,
convencidos de que Cuba
era el lugar perfecto
para perpetuar su especie.
Los Venegas se extinguieron
como el oso mexicano,
los delfines del río Chino
o el ciervo de Schomburgk.
Ninguno pudo intuir
la desaparición de su hábitat.
Todo sucedió de golpe:
Un día el último de ellos
salió a su portal
y ya no reconoció a La Habana.
Ni siquiera es posible localizar sus tumbas.
Se borraron como se borra todo
lo que la humedad inhabitable de la Isla
hiere mortalmente, ahoga o derriba.
Camilo Venegas nació en el Paradero de Camarones, en 1967. Sus últimos libros publicados son Pequeño inventario de cosas que nunca existieron (1998), Itinerario (2003) y Afuera (2007). Este poema pertenece a un libro en preparación: Necesidades territoriales.
Otros poemas suyos: Dolores en la espalda, La voz del guerrero, Algunos paisajes de Bolivia y For Jaco.