Está apoyado a una roca al fondo del camino,
oyó segar, acaba de oír
trillar, están cerniendo,
acaba de ver una mano
regordeta descolgar un
rodillo de dos largos
pernos empotrados
en la pared encima
del horno: la piedra
de amolar a mano
izquierda, vio mezclar
la harina con un huevo
(levadura) abrir un
hoyo en medio de
la masa, está atento,
sabe que pronto la
mujer de la mano
regordeta juntará
ambas manos para
luego separarlas tras
la plegaria de rigor:
empieza a amasar
la mezcla, trigo
candeal, alforfón.
La segur se ha oxidado (y él todavía no se ha
movido, no ha modificado
la postura, ni sabe dada
la edad, demasiado). El
trillador se aleja de
hombros cargados,
podríamos utilizar la
expresión hombros
vencidos, visto de
frente se destacan
sus clavículas, dada
su delgadez cadavérica:
también visible de
espaldas y de perfil.
De lo cernido indicar
que a causa de la
sequía, año segundo,
cayó piedra molida,
paja y arena, mejor
darle al pan forma
de ladrillo, después
de todo se trata de
un pan incomestible.
El rodillo está astillado,
lo vio partirse en dos
al ser descolgado, el
horno desvencijado
ya apenas prende,
en parte por estar
averiado, en parte
porque no hay
carbón ni leña en
toda la comarca: a
todo lo largo del
espacio que media
entre la tahona y el
caballero apoyado
a una roca, a sus
pies una guadaña,
detrás un jamelgo,
la Vía Láctea, han
brillado por un
momento el compás,
el astrolabio, y la
Estrella Polar.
¿Y la mano? ¿La mano regordeta? La mano
de la mujer del mandil
de percal con mariposas
amarillas estampadas
por delante en la tela,
sombras y manchas de
grasa, harina ósea en
la trama, y por detrás.
El huevo que cascó
estaba clueco, la masa
se glorió de producir
dos hogazas cuadradas
de un pan que al sacarlo
en frío se desmoronó.
La mano (otrora
regordeta) se
desmoronó: y al
juntar ambas manos
para la plegaria de
rigor, se le vio a la
mujer al trasluz de las
falanges los huesos
por igual desmoronados.
Se vio la hilacha de su
mandil desovillarse, el
pan crucificarse, ceñir
los pobladores de la
zona el saco ritual de
estameña, esparcir
cenizas sobre sus
cabezas, y mirar y
mirar una tras
otra las estrellas
(desorientarse) en
las pupilas.
José Kozer nació en La Habana, en 1940. Autor de una extensa obra poética, recibió en 2013 el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Este poema pertenece a un libro inédito.