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Poesía

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'Él habla de esos días, madera de esos bosques perdiéndose en el mar:/ Discutimos, gritamos, nos fuimos a las manos y el tiempo era quien esperaba./ Ni tú ni yo: el tiempo.'

Madrid

 

¿Cuál es su nombre, cuál es el nombre de ese sitio? ¿Cómo se llama?
Ni el aullido del agua entre sus ruinas ni la madera podrida de esos restos.
¿Como se llama el tiempo –cómo es—, cómo se dice?
Él habla de esos días, madera de esos bosques perdiéndose en el mar:
Discutimos, gritamos, nos fuimos a las manos y el tiempo era quien esperaba.
Ni tú ni yo: el tiempo.
Tan solo los restos de ese sitio.
El lugar inevitable como otro cualquiera
donde algunos como tú y yo se dicen palabras que luego mueren:
"se fueron a los ojos,
se hundieron, se mataron, se hirieron".
No cabíamos: ni tú en mí ni yo en ti.
Como las historias ridículas:
(Los personajes esos que gesticulan al fondo de alguna película cuya
más importante escena está ocurriendo).
    Los dos.
Como si no fuéramos, ¿quiénes? Ni más ni menos que los dos.
Los dos grandes consumidores de nosotros dos para el olvido.

¿Y ahora?
¿Cuál es el nombre de este sitio? ¿Cómo se llama?
Fui lealmente mísero perro hambriento, alcé las patas del recuerdo.
Nada de lágrimas, nada de ladridos, nada de escenas.
Se hunde a pesar de nosotros.
Se va por el mar bote remado.
Se hunde en el mar como en nosotros.
Porque el tiempo lo esperaba —digamos— "más deprisa".
Porque él sabía que nosotros éramos el pretexto de su vida.
Y que su nombre alguna vez buscaría detalles en nosotros.
¿Y ahora?
Ya no hay gramolas, ni canciones, ni discos de Vicentico Valdés,
Ni mesas de madera, ni taburetes, ni botellas de ron, ni Coca Cola,
Ni intervalos, ni el viejo camarero que entra cansado y se equivoca
y nos pregunta: "¿Algo más?", ni yo que grito: "¡Quédate, quédate,quédate conmigo!".
Ni un vaso que se rompe. "No, nada más, tráigame la cuenta".
El Morro está a lo lejos
los barcos dispuestos a ser ingeridos de otra forma.
De allá a acá para siempre sin un sitio.
Al menos como este que se hunde sin un nombre;
sin que él sepa el papel que representa:
Como no sabremos, el nuestro nosotros.
Como hemos sido en cuanto a lo que nos tocaba sin saberlo:
("Vivir con las palabras es una cosa: vivir fuera de las palabras es otra.
Vivir con la vida es otro asunto. ¿Cómo vivíamos?
¿Se vive? ¿Es que se vive? ¿Qué es lo que se vive?"):
Una noche parece bastar para toda la vida:
Aquella después de ver La Strada en Bellas Artes.
Te sentaste en el banco frente al palacio presidencial: llorabas.
¿Tú sabes lo que es eso a la una de la madrugada, debajo de esas luces
donde se oye el rugido del mar sobre las rocas y la luna es tan tremenda?
Pues sí: lloraste.
Saldré a caminarte: La Avenida del Puerto.
La Iglesia de Paula.
Las llamas de la destilería.
Las luces contra el agua. Los destellos en las piedras.
Los instantes clavados en el cuerpo mientras me siento en el muro del malecón.
Saldré a hundirme con ese sitio.
Rodearé sus maderas y su nombre que no conozco.
La virgen negra que está enfrente.
Santa Bárbara que está a su puerta.
Las voces que suben al embarcadero
    o bajan a perderse con la lluvia
    o una botella de cerveza
    o en otras voces que no sé si son esas u otras que he oído hace mucho.
El agua que asiste a devorarnos.

 


José Mario (Güira de Melena, 1942-Madrid, 2002) fue el director fundador de las Ediciones El Puente, en La Habana y en Madrid. En España fundó también las ediciones La Gota de Agua y Resumen Literario El Puente. El grito y otros poemas (Betania, Madrid, 2000) compila una antología de todos sus libros de poemas. Este poema, incluido en esa antología, aparece también en una breve selección de poemas suyos hechos por Felipe Lázaro para el estudio de Marlies Pahlenberg, Un puente contracorriente. Ediciones El Puente: un esfuerzo literario dentro y fuera de Cuba (Betania, Madrid, 2014), que puede descargarse aquí gratuitamente.

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