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Crítica

Un libro como un arca

En la ciudad de Santiago de Cuba se ha publicado uno de esos libros monumentales por su ambición, excelencia y utilidad, que muy de vez en vez aparecen.

Ciego de Ávila

En la ciudad de Santiago de Cuba se ha publicado uno de esos libros monumentales por su ambición, excelencia y utilidad, que muy de vez en vez aparecen. Amantes de la historia y la identidad de Cuba, pueden sentirse regocijados con una obra en que han venido a recogerse y salvarse los valores de la literatura hecha en la capital del oriente cubano desde el siglo XVI hasta nuestros días.

Con sus casi 500 páginas de amplio formato, Santiago literario (Fundación Caguayo y Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2013) demuestra que el conocimiento fidedigno de la cultura cubana necesita transitar por estudios regionales —en su mayoría aún pendientes—, sin prescindir de las dinámicas locales y el particular punto de vista del creador y el investigador aquí inserto.

Muchas verdades subyacen en estas comarcas que por lo general más han sufrido los desastres del olvido. Y, entre el semillero de sitios donde esperan infinidad de informaciones, fragmentos y procesos culturales únicos, perfiles ilustrativos, claro que resulta primordial la ciudad, la región o patria pequeña que hasta principios del siglo XX se conoció precisamente con el nombre de Cuba.

El autor del libro, León Estrada (1962), es un notable poeta devenido investigador y tesorero de la historia literaria, con excepcional profesionalismo y afecto por la identidad regional. El proyecto, idea de Alberto Lescay, ha tenido la coordinación de Marino Wilson Jay y Saily Rivas. Colaboraron casi una decena de notables investigadores, entre los que resaltan los nombres de Olga Portuondo Zúñiga, Carlos Rafael Fleitas, Omar Perdomo y Gladys Horrutiner, entre otros.

En esta construcción contra el olvido que es Santiago literario se dedica a cada siglo un capítulo, desde el XV hasta el XXI, y dentro de tales periodos encontramos un acápite no solo para cada una de las figuras sobresalientes, sino también instituciones (sociedades, periódicos, revistas...), sin pasar por alto otros fenómenos que merecen valorarse de manera detenida, como "La Virgen del Cobre: historia y literatura", o curiosas polémicas.

Por último, se ofrece en cada etapa una especie de diccionario de los "otros escritores" no reseñados, con síntesis de sus datos. "Todo está latente aquí" es la impresión que puede embargar por último al lector curioso que se vea desbordado por la realidad múltiple de vidas y obras.

Contrastada aparece la información, a partir de distintas versiones y fuentes a veces contradictorias, en torno a elementos que se presten a especulaciones. Asimismo, cuando el autor considera que no tiene nada que agregar a reseñas ya hechas ni forma de decirlo mejor, simplemente abre paso a textos de investigadores que le precedieron, con lo que termina por asentarse un fluido de opiniones muy veraz, coral y denso como la naturaleza del devenir literario.

Incluso se han tomado, de otros protagonistas de la literatura santiaguera, algunos perfiles de personajes muy significativos. Por ejemplo, José M. Fernández Pequeño (radicado actualmente en República Dominicana) nos presenta "Max Henríquez Ureña: Un dominicano en Santiago de Cuba", y el joven Yunier Riquenes ha escrito la reseña del notable narrador Jorge Luis Hernández.

El siglo XX, por supuesto, es el más prolijo. Aparece este siglo subdividido en seis grandes momentos o etapas, empezando con "1900-1926" y "1927-1958", luego se abordan por separado cada una de las décadas del periodo revolucionario con sus problemáticas y sus propias galerías de personalidades.

Más hermoso y valioso resulta el libro, además, por las abundantes ilustraciones usadas: fotos bien hechas, nítidas, y perfectamente trabajadas en el diseño, que humanizan la letra muerta aportando fisonomías de escritores significativos, portadas de libros, revistas, logos, etc. El resultado: al hojear sus páginas, se tiene la sensación de conocer y palpar una realidad vital.   

Digno de destaque es el afán de justicia que anima, para bien, al crítico literario, algo que puede probarse según distintos aspectos. Lo evidencia ese olfato para la historia y la trascendencia literaria que no anda en busca solo de milagros, no salta de cumbre en cumbre, sino que abarca obras, figuras y hallazgos aparentemente diluidos en la penumbra de los márgenes. Como sabemos, a veces ciertos detalles tienen el mejor sabor de una época y sirven para iluminar grandes contextos.

También llama la atención el hecho de que escritores del exilio tengan su legítimo espacio, ya fallecidos como Alberto Serret (de quien Roberto Leliebre publica "Alberto Serret en la memoria"), pero también otros que aún están muy activos —Odette Alonso, Amir Valle, por solo citar dos—. Intenta superarse así el fundamentalismo ideológico y la política de ajustes de cuentas que a veces se ha pretendido implantar en el ámbito de las bellas letras.

Parece difícil de creer que lo que logra un escritor como León Estrada, con la suma de sus años vividos en paciente laboreo, no sea obra de un ejército de empleados. A él también agradecemos, además de sus poemarios, el Diccionario de escritores santiagueros (Santiago, Santiago de Cuba, 2005) y De cuando la Zambrana era Luisa Pérez Montes de Oca (Santiago, Santiago de Cuba, 2012).

 


León Estrada, Santiago literario (Fundación Caguayo y Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2013).

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