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Ensayo

De Marías, con una carta de Labrador Ruiz

Unos reproches idiomáticos hechos a Javier Marías hacen a la autora recordar una carta de Enrique Labrador Ruiz dirigida a gramáticos y majaderos.

Boston

Claro que un escritor que se respete, como es el caso del narrador español Javier Marías, no va a contentarse con escribir novelas cuyo rasgo distintivo sea "una correcta redacción escolar", como pretendió cierto gramático, por lo demás muy competente, en un desconsiderado inventario de "incorrecciones" de 25 páginas.

La imaginativa redacción de una escritura creadora, fundada precisamente en un pensamiento literario personal, siempre que venga al caso, puede pasarse de decir las cosas "correctamente" para hacerlo verosímilmente. Y ello al servicio del mundo narrativo del autor, de estilo y tono inconfundibles.

Habría que pensar que no solo en España están confundidos tantos críticos y lectores, sino también en Alemania, Inglaterra, Italia y más recientemente en los Estados Unidos, además de en muchos otros países. Porque lo cierto es que la prosa envolvente y sugestiva de Marías (digna sucesora de la de Browne, Sterne y Conrad, por él traducidos), preñada como está de cultura viva y sentido del humor, reflexión desencadenada y cinematografía verbal, conquista por igual a críticos exigentes y avisados lectores.

En este punto viene a cuento una breve pieza del libro prepóstumo de Enrique Labrador Ruiz (Sagua la Grande, 1902-Miami, 1991), que tuve el privilegio de seleccionar, prologar y poner en sus manos poco antes de su muerte: Cartas à la carte (Universal, Miami, 1991). Se trata de "Carta a gramáticos y otros majaderos", que así comienza:  

"Si se han labrado cuidadosamente páginas y páginas no debemos inquietarnos por pocas palabras —en este caso una que enaltece después de todo un idioma el cual necesita usar trabalenguas para explicar simplezas cotidianas. Lo rutinario son los canales que permiten el libre curso de las ideas, pero si se puede castigar un estilo, sin otra dificultad que conocer el dogma central del lenguaje, bienvenido el que niega seguir con la rutina. Solo que a los gramáticos, que conocen muy bien las reglas y jamás han podido escribir con cierto garbo, les asusta, por contra, la falta más leve al espíritu de sus leyes."

Y agrega: "Si no hubiéramos tenido neologismos, o trasvases de poemas (plantas que tomamos de un jardín y las traemos al nuestro) no existirían lenguas con vigor..."

Las palabras de este "latinoamericano que innovó la narrativa a partir del abismo de sus introspecciones", como escribí en el prólogo, expresan el pensamiento de cualquier creador que encarna en un estilo la dinámica entre sus adentros y el mundo circundante. ¿Es que algunos gramáticos no conciben la riqueza de matices que un uso no convencional de la lengua proporciona?

Basta leer unas cuantas obras de Javier Marías para saber cuáles son algunas de sus preocupaciones esenciales: la dificultad de orientarse en la realidad cuando las cosas están sucediendo, teniendo en cuenta que nuestro radio de percepción es siempre limitado, y como consecuencia, la dificultad de saber nada a ciencia cierta. Cuanto mayor entonces la dificultad de contar cualquier cosa: en su novelas y cuentos la ficción imita a la vida en esto y la vida al cine, por ejemplo, en su capacidad de poner cámara lenta a cada detalle de lo que pasa por la mente de sus narradores en ciertos momentos, logrando así que el transcurso de un instante dure un buen número de páginas.

"Contar el misterio" es justamente el título de una pequeño ensayo de Marías recogido en Vida del fantasma (2000) y de nuevo en Literatura y fantasma (2007) en que de algunos de sus personajes y de todos sus narradores dice: "hombres dotados de voz incansable pero de escasa presencia, voces que cuentan, persuaden y reflexionan, pero que rara vez intervienen en lo que pasó y ellos relatan (. . .) que en cierto modo se sienten responsables de todo, de cuanto acontece o se transmite, porque lo ven todo unido".

Como su voluntad artística es incuestionable, ¿no sería más interesante (menos mezquino) dedicarse a desentrañar los misterios de un estilo que encarna con tanto garbo las vicisitudes o desconciertos existenciales y expresivos que se viven en ciertos momentos de la vida?  Digo yo, ¿no? (Perdón por el cubanismo.) Cierro con el fragmento final de la carta de Enrique Labrador: "Leer por encima del hombro ya está bien... pero mi otro yo lo hace y despoja de agrias consideraciones el resto de esta carta. Quedan fuera, por supuesto, y no más cooperación con el enemigo. Que aprendan a escribir y luego hablamos".

 


Este texto pertenece a uno mayor dedicado a Javier Marías en tanto narrador y traductor.

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