Por ejemplo la palabra "azucena", a simple vista parece una mujer
con ese nombre árabe: Azucena, pero desde el punto de vista
gramatical podría ser una parte de la oración o una muchacha
que se desviste y al desvestirse se divide en dos: en el adjetivo
"azul" y en el sustantivo "cena". Incluso si metes con delicadeza
de un médico en joyas el dedo en su carne, en cada uno de sus
miembros (sus letras) y la divides, si hueles el perfume de su origen,
la polisemia en su belleza te puede matar. Porque la palabra "azucena"
es una mujer, pero también es un lirio, una planta de lis. Entonces
descubres el horror de desnudar no a una mujer, sino a una flor.
Sabes que la llaman "Botón de Oro" e imaginas que botones de oro
adornan su blusa. ¿Pero cómo puede un hombre desnudar a una caléndula?
Además, hay especies de esa flor que viven a la vez en América
del Norte, en Europa y en Asia. ¿Y cómo se puede amar a una
mujer que habita en tantos sitios a un mismo tiempo? Lo peor no es
solo su desnudez, sino que existe un tipo de mujer con ese nombre,
una flor que es "de turbante" y eso, como macho, te turba.
Pero supón que ahora desnudas, pieza por pieza, la palabra "azucena"
y su aroma femenino te moja el anhelo con un delicado aceite de primavera
que se aloja en tu sangre. Supón que te enamoras de su carne en el mes
de abril. Supón que la desnudas sobre la cama y que ella se vuelve blanca,
naranja, púrpura, rosa, amarilla. Entonces enfermas de amor por una simple
palabra. Su raíz (su morfema) te enloquece, se hunde en tus manos
y en su fragilidad ella busca la sombra protectora, la seda varonil
de tus dedos, el amor no tupido en la hoja. Escribes, pero sabes
que ya nunca podrás escapar de su belleza. Ni siquiera escribiendo el poema.
Dolan Mor nació en Pinar del Río, en 1968. Su último libro es Poemas míos escritos por otros (Aduana Vieja, Valencia, 2012), publicado en dos volúmenes.