Del todo claro. A mis espaldas. En la huerta, quiero
decir detrás de la cerca con
la madreselva en flor y el
buey blanco, parece de
bronce, no lo mueve a la
tarde resorte alguno, está
saciado: calculo que está
harto de ser buey, quiero
decir, un cuadro de
labranza, surcos y un
espantapájaros al otro
extremo del terreno, la
mancuerna y su sombra
lo obligan a dar la vuelta,
la da: lo obligan cuando
al llegar al final del surco
debiera dar la vuelta por
su cuenta, o si no, a
qué ser buey, arar en
paralelo, la reja del
arado arroja su sombra
a un lado, y la sombra
de la esteva se enarca
al paso del buey, se
incrusta en los cielos.
Ajeno asunto. No muge,
no gorjea, no ladra,
buey entelerido, buey
de mirada entornada a
la espera de unos
primeros brotes de
acelga, puerros, la
col tiene una flor que
mascaría a satisfacción
durante horas, sin
desgastarla: ¿o es una
hortensia? Un puente al
fondo entre el buey y el
espantapájaros con el
saco de pana estriado,
sombrero puntiagudo de
paja, sigo sentado, el
sol de las once todavía
no pega demasiado,
ulanos y coraceros se
alejan a mis espaldas,
de cuatro en cuatro se
alejan, jinetes en bronce
labrados, en letras
apocalípticas vaciados,
inscritos en lo alto, ah,
ulanos y húsares ah las
sombras, de cuatro en
cuatro al otro lado de
la cerca del huerto las
urracas, las llaman
pegas en un lugar, en
otro picazas, una u otra
se alejan a ras del campo
labrado con su botín de
flora y de semilla de los
viveros imperecederos
con que sueñan: eso,
era eso lo que se movía,
el viento mecía, tras las
cortinas corridas de
terciopelo, en el cristal
de la doble ventana.
Urracas. No gañan, no
bufan, no ululan. No
braman. A qué ladrar
o bramar si son urracas.
Se fueron. Ulanos y
dragones. Los arcabuceros
y subtenientes, y toda la
Plana Mayor de urracas
y lanceros se aleja detrás
(de la cerca) (las cortinas
de la sala) del General de
Brigada, oyeron: ese buey,
eso don de nadie, urraca
y acémila, se detiene, ni
un surco más, ni otra
vuelta. Dios se haga
cargo de hacer brotar
las flores, la acelga,
las coles, se tiende
el buey entre dos
camellones de tierra
recién barbechada,
se tiende mientras
cierro los ojos y me
recuesto: pasé una
hora pintando una
acuarela, yo que no
tengo el menor sentido
de la forma y del color,
pasé otra hora bordando
un lienzo ovalado, yo que
no soy capaz de ensartar
aguja y estambre,
confundo urracas y gallos,
bueyes y minotauros, y
esta misma mañana a
mi madre confundí con
la gorgona.
José Kozer nació en La Habana, en 1940. Autor de una extensa obra poética, recibió el pasado año el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Este poema pertenece a un libro inédito.