Back to top
Narrativa

El hotel vacío

'...fui cayendo en los primeros pasos de un daydream que consistía en pensar que yo era culpable de ejecutar los actos que podrían conducirme a la inocencia.'

Miami

Se me ocurre, a veces que, después de los bypass, mi esqueleto, peligrosamente, me está bailando por dentro.

Un bailoteo del esqueleto que, también peligrosamente, me trae extraños daydreams durante mis caminatas y durante mis paseos.

Así, apoyando primero el calcañar, y después los dedos del pie izquierdo, en la sala de recuperación del pabellón cardiovascular, fui cayendo en los primeros pasos de un daydream que consistía en pensar que yo era culpable de ejecutar los actos que podrían conducirme a la inocencia.

Así como lo digo: culpable de ejecutar actos que podrían conducir a la inocencia. Como se puede ver, estaba entrando, cuando movía mi pie izquierdo (mi pie izquierdo se mantiene hinchado desde el día de la operación) en un daydream cuya primera enunciación, rarísima, me resultaba, y me sigue resultando,  absolutamente ininteligible.

Me apoyaba, como ya dije, en el calcañar y en los dedos del pie izquierdo, por lo que, desde la ininteligible enunciación antedicha, pasé a la siguiente, absurda convicción: no había colocado, en las casillas,  las piezas del juego que debía jugar, sino, muy al contrario, las piezas de otro juego, completamente diferente. O sea, me había precipitado a sustituir un juego con otro juego. O, lo que es lo mismo, había dejado de jugar el juego que me correspondía jugar.

Entonces, después de oprimir el calcañal primero, y los dedos de los pies después, y esto cuatro veces seguidas, mirándome al espejo comencé a hacer el mismo ejercicio (opresión de calcañar y dedos), pero ya con el pie derecho.

Continué con el pie derecho y, entonces, mi daydream se iluminó con la siguiente construcción: fue el hotel del pueblo de campo donde nací, pero ya sin rastros de lo que había sido, pues ya solo consistía en una construcción de alambre, dividida (tenía dos pisos) en simétricos cuadrados que fingían ser cubículos, aunque, por supuesto, cubículos vacíos.

Entonces, inmediatamente, yo debería de llenar estos cubículos vacíos (y recuérdese que solo contaba con un tiempo limitado, ya que solo cuatro  veces debería mover el calcañar y los dedos del pie derecho). Debería de llenarlos y, los llené... Pero erróneamente, pues, en primer lugar, no contaba con nada para llenar esos espacios cuadriculados por los alambres y, en segundo lugar, sabía que me estaba proponiendo hacerlo con lo correspondiente al juego que no era.

Y todo esto, repito, durante un limitadísimo tiempo para hacer lo que, evidentemente, no podía hacer, ya que solo contaba con el insignificante lapso de tiempo correspondiente a cuatro  movimientos con el pie derecho.

Ya lo dije también: el pie izquierdo es el que tengo hinchado, no el pie derecho.

Todo, en la estructura, estaba vacío. Y los cubículos, vacíos, que simulaban ser los abstractos cuadrados de alambre en que se había convertido el hotel del pueblo de campo en que nací, eran a la vez, en mi daydream, como la representación fantasmal de los palcos del cine del pueblo de campo donde nací (este cine quedaba al lado del hotel).

Pero, repito, mientras hice el mini daydream, durante el escaso tiempo en que hice los ejercicios con los pies, todo estaba vacío, y todo era inexistente.

Repito: después de mi operación, cada vez más siento que mi esqueleto, desprendido dentro de mi cuerpo, bailotea que es un contento.

Por un momento también, evocando a los postmodernistas, y recordando a Borges, sentí que mi daydream podría ser como un mapa que se tragaba esa realidad que, tapándola, pretendía evocar.

Yo, vuelvo a confesarlo, poco fue lo que pude entender de este daydream mantenido en el pabellón cardiovascular. 

Pero lo curioso, dramático, de todo esto, fue el curioso y abrupto fin que tuvo el daydream post-operatorio (¡juro que terminó así!): pues, irrumpió un grupo de jóvenes neonazis vestidos con gabardinas negras, que con sus ametralladoras provocaron una sangrienta masacre. Pero, ¿una masacre con quién?, ¿no es que los cuadrados de alambre estaban absolutamente vacíos?

 Y, como ya lo he dicho, en el salón de rehabilitación del pabellón cardiovascular ponen toda clase de música, mientras uno hace los ejercicios.

Así que yo pensé (eso lo recuerdo bien), y lo pensé en el momento en que, al terminar mi ejercicio, terminó también mi daydream, que debido a una suplantación dentro de los abstractos cubículos que estaban dentro del hotel del pueblo de campo donde nací, quizá lo que se iba a llevar a cabo era una masacre, con chacras saltando por todos los lados, por ese esqueleto que puede que esté bailoteando dentro de mí, desde el mismo día en que me acabé de operar.

Pero, el daydream se acabó, y ya no supe más.  

 


Lorenzo García Vega nació en Jagüey Grande, Matanzas, en 1926 y falleció en Miami, en 2012. Sus últimos libros publicados son El oficio de perder (Universidad Autónoma de Puebla, 2005; Espuela de Plata, Sevilla, 2005), Papeles sin ángel (2005), Cuerdas para Aleister (Tsé-Tsé, Buenos Aires, 2005), Devastación del Hotel San Luis (Mansalva, Buenos Aires, 2007), Son gotas del autismo visual (Mata-Mata, Ciudad Guatemala, 2010), Erogando trizas donde gotas de lo vario pinto (La Palma, Madrid, 2011). Este cuento inédito será incluido en una antología de su narrativa que prepara Pablo de Cuba Soria, a publicarse próximamente.

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.