Estuviste muy cerca de pintar el retrato
de un ser que de tu ausencia hizo anfibologías,
un ser que constituye la brújula y la sombra
de animales cansados y de muchachas rubias.
La pincelada escarda y al mismo tiempo turba
la paz de los asuntos tejidos en la tela.
Tejedora profunda: la pintura es cautela,
una chispa que rompe la primavera pura.
Abandonados lagos y opuestos precipicios,
una fiesta en el río que reculó dos veces,
los mismos comensales y el becerro en las mieses,
en la rosa hay gusanos y nuevos orificios.
Las negras veladuras de copiosos velámenes
que absorbieron colores de un copón matizado
cubren de azul las pieles y los pechos rosados
antes que el cielo caiga y el labio se oscurezca.
Traes la mancha a la escuela de los impresionistas,
moteada por la sombra de un bello camarada
que tocaba corneta hundiéndose una rosa
en las grandes solapas y en la carne agotada.
Esas manchas lacustres, tus soles de bodega,
deslizándose lentas, a paso de tortuga,
son el polvo de abejas de la coloratura
soplado en las orejas de una lechuga fresca.
Renoir, de tus princesas enjoyadas e ilusas
sale un agrio perfume de cloacas caseras.
¡Quien pudiera negarte, refutar la pintura,
alquilado Sainte-Beuve de las salas burguesas!
Néstor Díaz de Villegas nació en Cumanayagua, en 1956. Sus últimos libros de poemas publicados son Cuna del pintor desconocido (Aduana Vieja, Valencia, 2011) y Che en Miami (Aduana Vieja, Valencia, 2012). Este poema pertenece a un libro inédito.