Lenguaje de mudos es un título maldito, un sintagma que ha sido más literal en la vida y la obra de su autor de lo que nos hubiese gustado a muchos de sus lectores y a él mismo. Tal vez por eso Delfín Prats conoce sus poemas de memoria, con pausas y ademanes precisos, como mismo aprendieron el texto homérico los rapsodas antiguos o como Ósip Mandelstam burló el silenciamiento estalinista. Cierta censura del siglo XX ha potencializado la milenaria tradición oral como vehículo de conservación poética. En el silencio, en la soledad, Delfín Prats ha masticado cada sílaba escrita y concebida como expresión de su pensamiento y sus vivencias. Basta verlo recitar alguno de sus poemas para no tener duda alguna de ello. En la voz de Delfín sus versos logran la consistencia que ninguna edición le ha dado por décadas.
El mutismo metafórico (signo de un Eros desenfadado, urbano y pandémico) que se lee en su primer poemario se hizo realidad inversa, dura y amarga cuando el libro fue satanizado, maldito, hecho pulpa literalmente, destruido por las autoridades políticas y culturales del momento (1968-69). Al Eros de lo furtivo, la mirada y un lenguaje distinto a las palabras, se opuso desde entonces otro silencio impuesto, autoritario, la otra cara heraclitiana de las fuerzas que mueven al mundo: cierta rivalidad y un odio, pero esta vez excluyente y mezquino, nada creador ni complementario.
Ante la negación de su obra y la destrucción de sus libros, Delfín optó también por el silencio que con el paso de los años pasó de imposición a ser estilo de vida, supo crear de la sombra un arma, posiblemente sin pretenderlo siquiera; lo cierto es que a pesar de una edición de Lenguaje de mudos fantasma, de las innumerables erratas en sus libros posteriores que parecieran acentuar como destino la imposibilidad de conocer su obra, a pesar de no contar su poesía con los estudios y el reconocimiento que merece, buena parte de la Generación del Noventa y de los jóvenes autores de hoy leen y recitan con un fervor casi iniciático y eleusino poemas como "Humanidad", "No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz" y "Pero en el viento su rumor llegaba".
A pesar de esa negación obligada y/o autoelegida, los jóvenes poetas y lectores cubanos conocen los textos de Delfín (cosa que no se puede decir de casi ninguno de sus contemporáneos) como si fuesen himnos délficos, como si en ellos se encerrase, en medio del mutismo, el misterio de los sagrado, la esencia órfica de los elementos naturales: "el fuego, todo el fuego", "toda la luz de abril", "el espeso muro de las aguas", "en el viento su rumor", "las furiosas soledades de la tierra". Prats rescata entre nosotros un neobucolismo que es prolongación de su estilo de vida, de su percepción del entorno, de la búsqueda por anular el yo. En gran medida esa mirada hacia la naturaleza, hacia los elementos trascendentes y opuestos al odio y la censura lo ha salvado y lo sostiene hasta hoy.
'Apestados' que hoy son paradigmáticos
Si realizamos una mirada diacrónica desde el presente, si apartamos la muchísima hojarasca del coloquialismo oficialista, ancilar y anquilosado de los años sesenta y setenta en Cuba, el canon de esa etapa hay que buscarlo en los márgenes, en los "apestados", en los autores malditos de esos tiempos: Isel Rivero, Lina de Feria, Heberto Padilla (que pagó más caro que muchos su equivocación y su primera etapa de defensa del proceso del 59), Delfín Prats, Reinaldo Arenas... La mayoría de los demás autores de la época (escritores como Guillermo Rodríguez Rivera y Pablo Armando Fernández) demuestran que el coloquialismo tiene un valor muy circunstancial (sincrónico) y en un alto grado insustancial. La dependencia de un proceso político determinado y puntual marcaba desde su génesis el fatum que con claridad hoy leemos como episódico y forzado en gran parte.
En ciertos períodos de la literatura cubana, las obras canónicas (estilísticamente hablando) son aquellas que rompen con el orden impuesto; los hoy "dinosaurios" de la Generación del Cincuenta poco tienen que enseñar y decir. Más bien muchos de ellos parecen disfrutar con holgura de su posición de víctimas oficialistas, de la rentabilidad que han sacado de la marginación sufrida unas décadas atrás. A ello creo que se debe en gran parte la nulidad de sus obras en el presente. Los autores que más podían prometer de esa generación no han sido para los más jóvenes lo que alguna vez parecieron. La norma estética de dicha promoción es, vista desde el presente, la más estéril y anacrónica del panorama cultural cubano del siglo XX.
Por ello mismo, los poetas que han trascendido (vivos o muertos) continúan siendo unos desplazados, unos inadaptados, dentro o fuera de Cuba. Y son precisamente ellos los mejores representantes de la negación y la ruptura con los principales presupuestos temáticos y formales de la Generación del Cincuenta, sin que por ello esté ausente de sus obras cierto carácter conversacional que siempre han tenido (Casa que no existía, Lenguaje de mudos, La marcha de los hurones, Fuera del juego). Por tanto, la división entre conversacionalismo y tropologismo o subjetividad es uno de los más grandes desaciertos en la historia y crítica de la literatura. Ya sabemos que dicho esquema disparatado responde a otros órdenes excluyentes que no son en realidad estéticos.
Las tendencias artísticas que nacen en libertad y de forma espontánea en diálogo estrecho con los cambios sociales, lamentablemente suelen derivar (como las "revoluciones" que las propician) en dictaduras estéticas que niegan su propio carácter genésico, espontáneo y libre, con frecuencia se vuelven instrumentos de represión en manos de gobiernos totalitarios, desde el imperio de Augusto al realismo socialista, de la expulsión de Ovidio al destierro de Brodsky y al juicio de Heberto Padilla. Cuando ello sucede, no podemos llamar "estética literaria" o "movimiento literario" a fenómeno represor semejante; estamos más bien en presencia de un monstruo que aniquila en masa todo lo que se le opone, y eso no es literatura, no responde a una poética, sino a una política excluyente y discriminatoria, a un partidismo obcecado. Tributar a ello es alimentar y participar de la barbarie. Algunos pocos como Jesús Díaz tuvieron la decencia de reconocer su error de esos años, otros no lo han hecho hasta hoy.
Al contrario de ello, Delfín Prats y Lina de Feria demuestran, desde sus primeros libros, que no hay tal división maniquea, estéril y esquemática entre el coloquialismo y el tropologismo; ello fue más bien política de Estado, de un Gobierno que desechó y discriminó todo aquello que no respondiese a un utilitarismo social y masificador que lastró en gran parte la poesía de la época. Visto desde el presente, es lamentable que a esa política hayan tributado de forma ancilar no (solo) con sus textos sino con sus opiniones autores como Manuel Díaz Martínez y Félix Pita Rodríguez en las páginas de publicaciones como la revista Verde Olivo. E insisto que el problema no fue el coloquialismo en sí, como tendencia o corriente poética, sino la correspondencia monolítica, equivocada y excluyente que se estableció entre creación y política, así como la intolerancia, el cuestionamiento y el desprecio hacia cualquier otra forma de creación.
Los "apestados" de los sesenta son hoy nuestros autores paradigmáticos, los que marcan y anunciaban desde entonces las líneas poéticas fundamentales que en eclosión e inevitablemente se impusieron a partir de los años ochenta a través de autores como Damaris Calderón, Osvaldo Sánchez, Reina María Rodríguez, Raúl Hernández Novás, Ángel Escobar, Sigfredo Ariel, entre otros. El talento de los silenciados, su fluida coherencia, la defensa de lo que pensaban en épocas donde la subjetividad y la introspección eran consideradas problemas ideológicos, han sido descubiertas, leídas, reverenciadas también por los jóvenes poetas nacidos a partir de los años setenta en Cuba, los que comenzaron a publicar en los años noventa, después de la caída del campo socialista.
Heberto Padilla inaugura en medio de la efervescencia política de los sesenta el cuestionamiento al archiheroísmo, al sacrificio, la mirada crítica e irónica ante el legado histórico y revolucionario (temática que es reconocida como una de las más importantes entre los poetas de los ochenta y noventa y entre los narradores conocidos como "novísimos"); Isel Rivero con su libro sibilino La marcha de los hurones (1960) prevé el desastre, analiza y expone el carácter circunstancial de todo movimiento político, logra ver (desde una postura existencial y filosófica) a dónde conducía la marcha forzada de unos hurones ante un amanecer que ha de acabar irremediablemente, que ha de cumplir su ciclo. Lina de Feria comienza su primer poemario (Casa que no existía, 1967) cuestionando el canto social, denunciando la violación del espacio personal, propio, de la habitación íntima: "Han tomado mi casa"; pérdida de toda identidad, del espacio interior a favor de una pluralidad que, si bien es generalizada en esos años, también es cuestionada por más de uno de los autores. Delfín, por otra parte, anuncia cierto (homo)erotismo de los años noventa; algunas zonas de la poesía de Norge Espinosa, Nelson Simón y José Félix León, por ejemplo, así lo evidencian.
Heberto Padilla, Delfín Prats y Lina de Feria tienen en su obra una (con)fluencia, una naturalidad que confirman la "inevitabilidad poética". Parece que en Cuba ciertos autores han de pasar por una reclusión forzada, por un silenciamiento prolongado y cruel. La lista podría ser extensa. Me gustaría creer que ciertos tiempos han pasado, que la alienación contra los artistas es cosa de otro tiempo en Cuba. Ciertas acciones y amagos del presente me lo impiden. Al menos ha sido inevitable que con el tiempo y con la lectura de las nuevas generaciones algunos de estos poetas que una vez fueron los apestados, los corrompidos, hoy tengan el lugar que merecen dentro del canon poético insular.
La soberbia totalitarista lamentablemente llega y pervive en algunos autores jóvenes que echan por tierra todo lo que les antecede, que se refieren a los críticos y autores de otras generaciones y tendencias como "perros que ladran", que desestiman con desprecio toda poética diferente a la suya, que son intolerantes, mediocres y descuidados, que hacen renacer el coloquialismo más burdo y grosero de los años setenta (y que algunos pensábamos superado ya). El problema vuelve a ser no sus obras o su estética, sino las opiniones discriminatorias que lanzan contra todo aquel que no escriba de modo semejante a ellos.
A esa soberbia totalitarista de ayer y de hoy se opone el talento, la labor, la honestidad intelectual y vital de autores como Lina de Feria, Magali Alabau, Isel Rivero y Delfín Prats, y es lo que hace que a la larga Virgilio Piñera esté más vivo literariamente que Antón Arrufat (a pesar de que el propio Arrufat se atreva en su libro Virgilio Piñera entre él y yo a hablar de la supuesta esterilidad creativa de su amigo Piñera, como si la esterilidad tuviese que ver con la cantidad de cuartillas que se escribe), o que Heberto Padilla tenga más vigencia y lecturas que César López hoy mismo.
Vivos y muertos, Delfín Prats y Heberto Padilla, Lina de Feria e Isel Rivero, son supervivientes de un entorno que los cuestionó y los marginó. Tildados de desfasados, de no adaptarse al tiempo en que vivían, de anacrónicos (como si ser poeta e inadaptado fuese un delito, menudo disparate), esos mismos calificativos se vuelven hoy contra los que los erigieron en los años sesenta y setenta: baste leer un poema de Guillermo Rodríguez Rivera hoy, del Nicolás Guillén de esos años (el poema "Tengo" se ha vuelto una mueca amarga y burlesca, una caricatura de lo que cantó), o alguno de los textos y opiniones más circunstanciales de Fernández Retamar.
Su destrucción ha sido su fe
Regresar a Lenguaje de mudos en esta edición de 2013 realizada por Felipe Lázaro en la editorial Betania es sin duda un acto de justicia que merece la obra de Delfín Prats y que vergonzosamente hemos aplazado demasiado tiempo. El soporte digital, el libro electrónico permite burlar también todo tipo de frontera política, de limitación espacial y nacional, hace más difícil que alguien pueda hacer pulpa un libro que no existe en papel, que, como un fantasma cibernético, electrónico, se mueve por los blogs, los correos, los ordenadores de dentro y fuera de la Isla.
La invisibilidad, la transparencia, la sombra que se le impuso al verso de Delfín en su momento es hoy ganancia, arma a su favor; desde esa misma y aparente inmaterialidad, o desde la transfiguración que permite el soporte digital Delfín y su lenguaje se multiplican, burlan todas las cárceles, los grilletes que le impusieron desde su nacimiento.
Con el tiempo, parafraseando un verso de Norge Espinosa, su destrucción ha sido su fe. Tal vez destruir, como nos enseña el Popol Vuh, es el modo más genuino de poseer, algo que no previeron sus detractores. Los años, los lectores, el peso de lo sustancial ha dado a Delfín Prats el lugar que la oficialidad cubana le ha negado muchas veces. Delfín mismo ha sabido hacer de la negación un estilo de vida, un credo. Negación hecha de paciencia, de humildad, cuestionando y rechazando siempre la condición de "intelectual", de "escritor", de "poeta", alejado de toda pose y todo falsa vanidad creativa, anulándose él mismo, ayudando a sus contrarios para llegar a la esencia.
El orden de los poemas en esta edición no se corresponde con la de 1969 de Ediciones Unión ni con la de Ediciones El Puente de 1970 hecha por José Mario en Madrid. Todavía el carácter maldito de este título se intuye en esta última entrega betaniana donde se llama "Discurso entre dedos" al texto que en las primera y segunda ediciones el autor denominó, precisamente, "Lenguaje de mudos" y daba nombre al libro.
Aún en 1973 Orlando Rodríguez Sardiñas (Orlando Rossardi) en su antología La última poesía cubana publica el poema con su título original. Ya en Para festejar el ascenso de Ícaro de 1987, Delfín publicó ocho poemas de Lenguaje..., estos aparecen en el orden siguiente: "Humanidad", "Canción georgiana", "Sitio predilecto", "Saldo", "Gestos", "Lentes", "Litografía"/"Animal extraño" y "Entrega".
Desde Para festejar... es común ver como primer poema de la obra de Delfín Prats el texto "Humanidad", una de sus composiciones más conocidas, casi un himno de iniciación entre los poetas de la década del noventa en Cuba. Así mismo, en la edición de Betania "Humanidad" es el primer texto que aparece, mientras que en la primera (1969) era "Canción georgiana". A partir de Abrirse las constelaciones (1994) el poema "Lenguaje de mudos" recibe el nombre de "Discurso entre dedos" y "Animal extraño" se denomina "Litografía", títulos que mantiene en esta nueva revisión de Betania.
Cuando en 1994 aparece por Ediciones Unión el volumen Abrirse las constelaciones, la primera sección del mismo recoge íntegramente (aunque con una nueva organización) los trece textos que conforman su primer poemario Lenguaje de mudos. Este fue el modo que el autor encontró para burlar la censura, para trascender ciertos moralismos y determinadas posturas partidistas por encima de las que siempre ha estado. Su poesía tiene una vigencia y un valor que van más allá de posturas políticas desacertadas y de imposiciones absurdas, denigrantes y pasajeras.
Las UMAP, las cuales padeció el propio Delfín, son hoy una razón de vergüenza y descrédito hasta para los que las organizaron y llevaron a cabo, tanto así que es aún un tema en la sombra, sin esclarecer ni afrontar por los dirigentes del país; los artículos contra Arrufat, Delfín Prats y Heberto Padilla en los años setenta hoy quedan como testimonio de un período oscuro, erróneo, como textos de un extremismo grotesco y bochornoso; sin embargo, los poemas que quisieron destruir desde la oficialidad y su ortodoxia restrictiva e infamante, los cabellos de Kolia como la vodka rusa, el animal extraño que se deslizaba desde el closet hasta la masturbación compartida, el amor entre hombres, La Habana nocturna y convivial que nos ha sido negada siguen intactos en estos versos que, como un conjuro, repiten de memoria su autor y muchos de sus lectores.
Esa es su victoria: desde "un lugar llamado humanidad" y desde el don amargo de la paciencia y la perseverancia, Delfín ha sabido encauzar la anulación padecida en su visión del mundo; la negación de su propio yo, de su condición de intelectual (la cual le fue impedida en su momento y hoy él por decisión propia rechaza constantemente) lo ha convertido en uno de los hombres más sinceros, consecuentes e importantes de la cultura cubana. El soslayo (propio o gubernamental) es en él confirmación inevitable de su vocación poética, entendiendo la Poesía no como un mero oficio, sino relacionada directamente con el entorno, la naturaleza, como la entendieron los antiguos griegos y los autores románticos.
Como los líricos arcaicos, Delfín ha sabido entregarnos en sus versos la esencia, la pulpa de su ámbito natural y de la noche festiva y urbana; va en su poesía del junco sáfico al convivium anacreóntico, es, sin dudas, hijo de Eros y Dionisos, y hacia ellos se encaminan sus versos.
Hoy estos trece poemas podrían parecer inofensivos y, sin embargo, a pesar de la censura, han sabido abrirse espacio y vía desde el silencio hacia el lector futuro, no han perdido color ni juventud. En la actualidad el cubano y el ser humano en general siguen hablando con el lenguaje y el mutismo de un Eros fraguado en la sombra, en el flirteo, en la búsqueda y a pecho abierto. Simultáneamente seguimos luchando contra ese otro mutismo impuesto por la intolerancia que demora e impide el reconocimiento de una obra valedera y trascendente.
Desde Lenguaje de mudos es visible la importancia de los elementos naturales en la lírica de Delfín. "Humanidad", leído hoy, evidencia cuál era/es la meta de este escritor, qué persigue con su silencio, con su verso desenfadado y prístino. Vale la pena callar, desentendido de los extremismos pasajeros y esperar pacientemente para contemplar este locus amoenus, "la época nueva de la siembra", "un amor distinto", amor que inaugura con "Canción georgiana" una de las líneas temáticas más importantes dentro de la poesía de Prats: la (homo)erótica. A este se unen "Lenguaje de mudos"/"Discurso entre dedos", "Animal extraño"/"Litografía" y se le suman poemas paradigmáticos posteriores como: "Pero en el viento su rumor llegaba", "No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz", "Tus juegos y tus manos animales".
La buena poesía está en la negación, en el silencio, esa es posiblemente la lección más clara y lacerante de Lenguaje de mudos como texto y como hijo/aborto de sus circunstancias, una lección que, por el afán mediático, por el oportunismo político (tan común y al día en ciertos referentes de la disidencia "literaria" actual), no acabamos de aprender. Ojalá al releer estos trece poemas sepamos callar a tiempo y hagamos una pausa para contemplar desde las palabras ese lugar imposible, onírico, atópico y a la vez necesario llamado "humanidad".
Delfín Prats, Lenguaje de mudos (Betania, Madrid, 2013)
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