Me contaba la escritora Claudia Apablaza sobre el taller que imparte en su apartamento de Santiago de Chile: con lo que gana le alcanza más o menos para ir tirando. Yo le aseguré que en Cuba hoy nadie pagaría por asistir a un taller literario. ¿Y si el taller lo imparte Pedro Juan Gutiérrez, por ejemplo, o Wendy Guerra, autores reconocidos internacionalmente?, me preguntó ella. ¿Tampoco lo pagarían?
No voy a entrar en mi respuesta. El asunto es jugoso (y además tiene su gracia) pero lo dejo ahí. Quiero detenerme en Goø y el amor, libro con el que Claudia Apablaza obtuvo el premio de novela Alba Narrativa en su edición del año pasado. Porque se me ocurre que si un día imparto un taller literario (por el que nadie me va a pagar, está claro) unas páginas de esta historia podrían serme útiles para secuenciar, a la manera de un cómic, algunas ideas o puntos de partida.
Por ejemplo: Goø, la narradora-protagonista —que al igual que en Diario de las especies (2008) y EME/A (2010), dos títulos anteriores de la escritora chilena, funciona como una variable ficcional de la propia autora—, llega a un pueblo de la Costa Brava y mira a los turistas como si fuera una turista más. Se puede empezar por ahí: la narrativa en plan turismo. El recuerdo, la foto, la guía bajo el brazo. El lector quiere relajar, quiere conocer. El paisaje puede ser extraño pero está bien codificado, es predecible y mainstream. Se encuentra lo que se espera encontrar.
Primer punto: si escribes turismo, si escribes para el turista, no estás escribiendo nada.
Ahora bien, el pueblo al que llega Goø es Portbou, en la frontera con Francia. Y Goø lleva el pelo muy corto, siente que los únicos hombres que la miran son gays. No solo está en la frontera, sino que se piensa ella misma como frontera: "No estás en ningún sitio" —dice—. "Acaba un país y empieza otro. No eres hombre ni mujer". La cosa va mejorando. Hay un desacomodo, una inquietud, una incertidumbre (Goø fantasea con llegar a Montpellier, pero no tiene pasaporte), de pronto el terreno que pisamos ya no parece tan firme.
Segundo: habría que escribir siempre en la frontera, buscando las fronteras: del lenguaje, de la imaginación, del sentido. Narrar desde allí. Desubicarse.
Pero me temo que esto tampoco es suficiente. Hay que subir otro escalón.
La historia es bien conocida: en Portbou, en 1940, se suicidó Walter Benjamin. Había cruzado los Pirineos huyendo de los nazis. Quería llegar a Estados Unidos vía Portugal. Se lo impidió la policía de Franco, que tenía órdenes de regresar a todo el mundo a Francia.
Goø va al cementerio ("no hay turistas en esa ruta, no hay nadie", observa) a visitar la tumba de Benjamin. Portbou es también frontera entre la vida y la muerte. Y en las fronteras siempre rondan los fantasmas.
Tercero: si la escritura no te lleva al encuentro de los fantasmas, entonces no te llevará a ninguna parte. El trabajo del escritor no sería buscarlos, sino reconocerlos cuando aparecen. Saber que están ahí (y por qué están ahí).
Lo que viene a continuación ya es grandes ligas.
Goø se queda a vivir en las proximidades del cementerio. Homeless. Le crece el pelo. Empieza a sentirse una mujer bella otra vez. Entonces la detiene la policía.
"Me pidieron mi identificación, sintieron un acento extranjero. Les dije que la había perdido. Que no tenía identificación alguna. Me dijeron que debía acompañarlos. Me llevaron a un sitio oscuro. Me dieron ropa para cambiarme. Me dijeron que no tenía un pase para cruzar a España. Les dije que me esperaban en Estados Unidos. Me dijeron que quién podría esperarme en Estados Unidos a mí, a un hombre tan vulgar y desaseado. Se rieron entre ellos."
Cuarto salto de página: la posesión demoníaca. Debería alcanzarse un estado en que el cuerpo de la escritura se desfigure y se retuerza en ángulos inesperados (es decir: ángulos letales, ángulos políticos). En que la voz individual o "literaria" se quiebre para abrir paso a algo más, no tengo claro qué.
No tengo nada claro desde que empecé a redactar estas líneas, como es evidente.
A lo mejor me refiero a ese algo que extrae su fuerza de la inoperancia, del desahucio, del fuera de lugar...
Por otra parte, recuerdo una cosa que le escribió Walter Benjamin a Adorno, que creo era quien lo esperaba en Estados Unidos. "Todavía hay posiciones que defender en Europa", le dijo en una carta, cuando aún no había decidido emprender el camino del exilio.
Esto también me sirve.
¿Qué posiciones debería defender la narrativa hoy? ¿Qué posiciones debería defender la narrativa en Cuba? ¿Las mismas que, por ejemplo, en Chile? Pero en caso de ser diferentes, ¿serían, en verdad, tan diferentes?
Preguntas. Preguntas en lugar de respuestas. Tal vez sea ese el mejor saldo que nos puede dejar un taller literario.
Claudia Apablaza, Goø y el amor (Arte y Literatura, La Habana, 2012).