El estudio de la revolución cubana de 1959, aun siendo uno de los eventos fundacionales del pasado siglo y tópico de una continua discusión entre cubanos y estudiosos sobre Cuba y América Latina, ha permanecido dentro del gran relato construido por la visión del Estado cubano, o bien delimitado por el diferendo histórico entre la isla caribeña y los Estados Unidos. Si bien es cierto que la historiografía ha avanzado muchísimo en desmitificar este relato comunista y nacionalista gracias a los trabajos de historiadores de dentro y fuera de la Isla (solo tendríamos que recordar recientes estudios como Cuba y Estados Unidos, 1933-1959. Del compromiso nacionalista al conflicto de Vanni Pettinà, El viejo traje de la revolución de Sergio López, o Inside the Cuban Revolution: Fidel Castro and the Urban Underground de Julia Sweig), puede afirmarse que aún se desconoce, en buena medida, la compleja textura de los conflictos políticos, culturales, y represivos que acontecieron en la primera década de aquella transformación política.
Es justo en este vacío que el reciente libro Visions of Power: Revolution, Redemption, and Resistance, 1959-1971 de la historiadora cubanoamericana Lillian Guerra busca reconstruir el período que se pudiera definir como la década de la consolidación de la cultura del fidelismo y del Estado revolucionario. Guerra, quien es también autora de The Myth of José Martí (2005) y Popular Expression and National Identity in Puerto Rico (1998), se distancia de buena parte de la historiografía tradicional de la Revolución cubana, escrita dentro de la Isla así como en la academia norteamericana, para articular una crítica del relato de Estado, y de esta manera abrir un espacio analítico e historiográfico de los conflictos internos que dieron lugar a la legitimación simbólica y política del devenir fidelista.
Visions of Power es, por tanto, un libro único en la historiografía de la Revolución cubana dado que sugiere un tercer espacio de reconstrucción histórica. No a través de un análisis centrado en la geopolítica de la Guerra Fría y el diferendo con los Estados Unidos, tampoco mediante las líneas teleológicas y nacionalistas de cierta historiografía oficial que sostiene que la Revolución fue un proceso centrado en el grupo alzado, liderado por Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio, y que concluye una larga lucha por la libertad, la inclusión, y la independencia nacional iniciada en el siglo XIX.
En su libro, compuesto de diez capítulos más una introducción y un epílogo, Guerra reconstruye esa primera década con el fin de explicitar la manera en que la cultura política del "fidelismo" (habría que pensar en otro lugar y momento por qué la historiadora emplea "fidelismo" y no "castrismo", y si ambos son acaso sinónimos) se definió a través de conflictos internos. La pluralidad de actores que participaron en tales conflictos indica la existencia de "otra revolución", y supone también que el gran relato de Estado (la "grand narrative", premisa central para Guerra) fue construido para silenciar y reescribir, a la manera de un palimpsesto, otra historia que difiera de lo ocurrido.
La reconstrucción de Guerra parte de un presupuesto hermenéutico similar al de Sybille Fischer en Modernity Disavowed: lectura desde abajo y a partir de los silencios. Aunque, a diferencia de la estudiosa de Haití, ella trabaja con los archivos de la década de los sesenta, así como con los testimonios orales de actores del "día a día", lo cual le permite una minuciosa reconstrucción que avala sus argumentos. Como lo deja ver en uno de los momentos claves de su introducción:"However, I argue that self-conscious dissidents and self-styled revolutionaries were equally responsible for inserting pockets of debate and influencing alternative forms of identity-building in the public sphere. Because their stories were silenced, elided, or covered by the grand narrative of the state, the process of revolution itself can best be understood as a political production of palimpsests". (p.31)
Visions of Power se instala también en la importante discusión sobre las maneras de recordar e imaginar la historia que, en el campo de los estudios cubanos, han emprendido libros como Cuban Palimpsets, del crítico literario José Quiroga, o Tumbas sin sosiego del historiador Rafael Rojas. Pero, más allá de ser este un libro escrito para abrir el debate sobre el pasado —tema del epílogo del libro, del cual me ocuparé más adelante—, Guerra excava en los huecos mismos de los lenguajes, las representaciones, y las heráldicas políticas de los revolucionarios de la primera década.
Del fidelismo como nueva religión
En los dos primeros capítulos —"Today, even Fidel is a counterrevolutionary" y "The Olive Green Revolution"—, Guerra recupera episodios que muchos cubanos (por no hablar de entusiastas de la figura política de Fidel Castro) encontrarían iluminadores. En ellos se ocupa del discurso mesiánico y católico de Fidel Castro en los primeros años del triunfo revolucionario, así como del repudio de los rebeldes a "las bolas" en las que se avisaba desde muy temprano de la presencia comunista o socialista en los mandos del Gobierno. En aquellos primeros años, la teatralización y la performance del "fidelismo" estuvo más cerca del populismo latinoamericano en general que de una solidificación ideológica por parte de los aparatos del Estado. La "Revolución" fidelista estaba lejos de ser roja o negra, e incluso miembros del Partido Socialista Popular (PSP) eran vistos como cómplices de la dictadura de Fulgencio Batista, o en palabras del propio Fidel Castro, como demagogos, puesto que "esta Revolución no es roja, sino verde oliva".
Asimismo, la cultura política de la Revolución fue construida desde antagonismos internos y centrada unánimemente en torno a la imagen heroica de Fidel Castro. Aunque los usos del castrismo sobre la imagen y los medios han estado presentes en la historiografía, el logro de Guerra está en mostrar cómo esta estrategia cultural operó, no precisamente para manipular y desvirtuar la realidad, sino justamente para fomentar un consenso en torno al fidelismo como carácter moral revolucionario. El fidelismo en estos primeros años, o sea de 1959 a 1963, fue más que un proyecto político ideológico, ya que también se definió como un proyecto moral y de redención total de la nación.
En este sentido (aunque no es propiamente la línea teórica de Guerra) el fidelismo también pudiera ser leído como un populismo, en la lectura contemporánea de Ernesto Laclau, es decir, como la interpelación de los abajo con el fin de articular una hegemonía representativa hacia arriba. El fidelismo y Castro inundaron los imaginarios a todos los niveles a partir del mismo 1959, eliminando de esa manera la pluralidad de otros actores de la lucha contra Batista en el llano, y de distintos actores sociales como socialdemócratas y católicos, estudiantado y capas medias.
La reproducción de imágenes de Fidel Castro en manuales escolares (Aprender a leer y escribir, manual pedagógico para las fuerzas campesinas, es tan solo un ejemplo), en revistas como Bohemia y periódicos como Revolución, o en murales habaneros (Guerra rescata una interesantísima foto de LeRoy Lucas en donde aparecen Fidel, Guevara, y Almeida como los tres Reyes Magos que se dirigen a la cuna del recién nacido "Cuba"), o posteriormente en el imaginario cinematográfico del Instituto Cubano de Artes e Industrias Cinematográficas (ICAIC), igualaron a la Revolución a Fidel Castro, la hicieron a su imagen y semejanza.
En términos religiosos, pudiera decirse que el fidelismo fue la transubstanciación de un proceso interno de transformación total de la cultura, sus prácticas y representaciones hasta convertirse: "as the people's new religion and asserted the revolutionary state's monopoly on morality. Fidelismo thus came to encompass a new interpretation of the Gospels and Jesus Christ's life as forerunner and prophecy of the Cuban Revolution" (p.146). El fidelismo fue una épica que incluyó —casi olvidados por completo hoy—escaladas al Pico Turquino, concentraciones campesinas en ciudades, la alfabetización hecha por niños en zonas rurales, y la entrega total del ciudadano a un proyecto esencialmente espiritual.
Radicalización revolucionaria desde abajo
Visions of Power va más allá de una lectura vertical de la nueva construcción del fidelismo y de la nueva cultura política revolucionaria (y en ello reside uno de los aportes principales del estudio de Guerra) mediante el concepto de "grassroots dictatorship" o de la dictadura desde abajo. La radicalización del proceso revolucionario, según su reconstrucción, no puede leerse analíticamente a partir de una imposición vertical desde el Estado hacia la sociedad civil, sino al revés. O sea, fueron varios actores y grupos de la sociedad misma los que operaron como "policías" morales e ideológicos de la nueva conducta revolucionaria.
Los capítulos quinto —"Resistance, Repression, and Cooption"—, sexto —"Class War and Complicity in a Grassroots Dictatorship"— y séptimo —"Juventud Rebelde"—, recorren organizaciones como las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), Federación Estudiantil Universitaria (FEU), o la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), centrales en la prácticas disciplinarias en medio de la radicalización, periodizada más o menos desde 1961 hasta 1967, en la cual tuvo lugar una guerra de clases y posiciones. Esta lectura "infrapolítica" de la represión desde abajo tiene como corolario el modo en que distintos actores y conductas alternas buscaron desafiar a las prácticas ideológicas de los CDR o de la nueva "juventud rebelde" en el espacio mismo de la nueva sociedad comunista.
Los continuos ataques de los CDR contra los "gusanos" o la normalización de las conductas sexuales por parte de la UJC, como registra Guerra en la impredecible historia personal de Anna Veltfort, da cuenta de cómo los actores fidelistas populares llevaron hasta el final la destrucción total de cualquier disenso o desvío ideológico, incluso dentro de las filas de los que se asumían como "revolucionarios". Este matiz es, en efecto, de importancia central, ya que para Guerra la represión no operaba meramente como respuesta rápida a "contrarrevolucionarios", sino dentro de cierta lógica de exceso ideológico. En otras palabras, se suprimía por la rivalidad misma de alcanzar la "verdadera" autenticidad revolucionaria.
Tal y como lo demuestra Guerra al analizar el caso de los ataques de Jesús Díaz y el Caimán Barbudo contra los jóvenes poetas de El Puente, los ataques por parte de un actor de la "dictadura de abajo" no inmunizaba a este actor de ser, en algún momento, vilipendiado por otro militante incluso aun más radical.
Como impecablemente argumenta Guerra: "As the experience of Jesus Diaz shows, criticism of another on behalf of the state did not necessarily immunize anyone from the same treatment or its consequences. Nonetheless, other young militants took the risk of criticizing problems in socialist practice directly, that is, by point out failures in the day-to-day operations of the state rather than the defect of their peers. The authority that they clearly felt in doing so undoubtedly hailed from their long personal experience as political wards of the state. Belief that they were part of something bigger than themselves and that this 'something bigger' would never betray tem surely buoyed a shared conviction". (p.232-33)
Los últimos dos capítulos del libro se ocupan respectivamente de disidencias raciales contra el Estado fidelista y del fracaso popular del proceso revolucionarios en dos eventos, la Ofensiva Revolucionaria y la Zafra de los Diez Millones, que intentaron inducir, con poca suerte, una nueva euforia entre las bases populares del fidelismo. En estos capítulos, Guerra reconstruye "contra-relatos" del Estado, a partir de testimonios de prostitutas del barrio Pueblo Nuevo de Artemisa, así como el testimonio de David Palacios, un cortador de caña que recuerda con desencanto y melancolía la Zafra de los Diez Millones como instancia de camaradería y última cruzada heroica de la Revolución.
Estos testimonios limitan, por una parte, el marco de reconstrucción histórica "desde abajo", pero por otra parte aportan voces individuales que se contraponen a la homogenización del recuento historiográfico sin cabida para los afectos, o para la comprensión entre los sectores bajos y la experiencia eufórica de la Revolución. Estos dos capítulos de alguna manera se leen como una desviación del resto del libro, ya que humanizan y llevan a los límites subjetivos y materiales una contra-memoria de aquella cultura política, tal y como fue exteriorizada por el ciudadano común.
Lo que quedó filmado
El último capítulo, dedicado al cine —"The Reel, the Real, and the Hyper-Real"— ofrece una lectura de los imaginarios políticos en las producciones cinematográficas de cineastas como Nicolás Guillén Landrián, Santiago Álvarez, o los fellow-travellers David Stone y Saul Landau. Sin dejar de apuntar que la lecturas sobre Landrian y Álvarez no dejan de ser interesantes, el comentario sobre las cintas del miembro del grupo de guerrilla urbana Weather Underground, David Stone, es un aporte significativo, tanto para el argumento de Visions of Power como para el estudio del audiovisual cubano.
Stone, quien viajó a la Isla durante el comienzo de la zafra de 1969, filmó cinco meses de la actividad cotidiana de los cuadros políticos y de los trabajadores voluntarios revolucionarios. Aunque el grupo de Stone era afín a la ideología oficial cubana y durante sus recorridos por los sitios de producción fueron acompañados por personal de Seguridad del Estado, Guerra logra distinguir en el trabajo de Stone momentos en los cuales lo real (lo que realmente fue) interrumpe el imaginario de lo hiperreal (lo que debía o se pretendía ser).
Así, las muchas escenas que comenta de las cintas de Stone (encontrables en hoy en los fondos de la Universidad de Yale) no es exactamente las imágenes de "realismo socialista" de trabajadores felices cortando caña o riendo en cámaras, sino las de jóvenes que no saben emplear una guataca y que llegan cansados al campo después de que una guagua se rompiera, las de brigadistas borrachos en plena jornada laboral, las de permanente jocosidad sobre la "moral" guevarista del trabajo, o impotentes discusiones en una asamblea de la UJC para elegir "democráticamente" una trabajadora ejemplar. (Sin los filmes de Stone quizás sería imposible conocer la manera en que las propias brigadistas se delataban en público por el hecho de robar o tomar prestadas un par de medias.)
La mirada del fellow-traveller, a contrapelo de una lectura del exotismo o la idealización del proyecto revolucionario, logra develar una dimensión desnuda de la realidad que de otra manera sería imposible de atestiguar. Algo similar argumenta Guerra a partir del documental Fidel! del francés Saul Landau, en donde el camarógrafo acompaña varios días a Fidel Castro mientras este visita pueblos que dan sus quejas sobre el transporte y la ropa escolar de los niños, y el Comandante solo aspira a regalar caramelos o inventarse algún chiste, muy en la línea de los primeros presidentes republicanos y su relación condescendiente con el pueblo.
Asimismo, dentro de Cuba, los documentales de Nicolás Guillén Landrián interpelaban la visión "hiperreal" del Estado, al cuestionar los distintos dispositivos simbólicos de la cultura revolucionaria como la raza, la espiritualidad, o la Historia.
Un inmenso trabajo de archivo
El epílogo —"The Revolution that might have been and the revolution that was"— es el capítulo menos convincente de este importante libro. Además de varios errores (por ejemplo, se confunde "El Pavongate", la conocida guerrita de mails, con el periódo histórico del pavonato; se inventa el nombre "Los Paisanos" para aludir a Los Aldeanos), Guerra intenta traer la reconstrucción a un presente que por un momento pareciera contradecir la arquitectura general de su brillante argumentación a través de Visions of Power.
Consideramos, por ejemplo, una de los núcleos centrales de su conclusión: "Just as it did in 1960 with mass nationalizations of private business and in 1968 when all micro-enterprises from one-man barbershops to lemonade stands were criminalized, the state has made Cubans think twice about protest; dissent remains unattractive and unstable in a society where one's livelihood and the ability of one's family to advance depend on tacit or active loyalty to the state. True dissent can only occur if and when one decides to leave" (p.364)
Aunque es cierto que la disidencia en Cuba es relativamente pequeña comparada con la totalidad de la sociedad civil, ¿no estaría Guerra de esta forma quitándole importancia a una pluralidad de actores disidentes —católicos y socialdemócratas, conservadores y neo-marxistas— que conforman hoy una nueva etapa de la disidencia interna en Cuba, muy similar a la pluralidad cívica que interpeló el fidelismo en aquella ella primera década que se estudia en los primeros capítulos de libro?
Al concluir que el "verdadero disenso" solo ocurre cuando el cubano decide abandonar la Isla, Guerra estaría desaprovechando un presente que, por contrario, le aportaría incluso más peso a su línea de argumentación: muy semejante a cómo ocurriera en los años 60, la sociedad civil cubana ha comenzado a implementar, desde distintos espacios, nuevas formas de contestación crítica a los lenguajes y reductos oficiales.
Otro momento impreciso del epílogo ocurre cuando Guerra comenta el caso Padilla y el hallazgo en uno de los archivos de la Biblioteca Nacional de un expediente con un listado de obras literarias censuradas por Rolando Rodríguez, entonces director de Instituto del Libro. Guerra dota a este hallazgo de cierta aureola fundacional de la represión cultural, cuando en realidad tendría que haber sido leído como sintomático de todos los eventos de la "dictadura de abajo" que desde el primer capítulo de su libro se había trazado en la genealogía de la radicalización del fidelismo. ¿Por qué es este documento del más que conocido "Caso Padilla" el "destape de la caja de Pandora" (sic) y no otro momento más en la cadena de represiones revolucionarias? Esto es algo que sin lugar a dudas no queda muy claro una vez que hemos llegado a las últimas páginas del libro.
Estas faltas, menores y debatibles hasta cierto punto, no desacreditan en lo más mínimo el esfuerzo analítico y el inmenso trabajo de archivo que recupera Visions of Power: Revolution, Redemption, and Resistance, 1959-1971. Evitando los lugares comunes de la historiografía cubana dentro y fuera de la Isla, Guerra logra colocarse en ese raro espacio del compromiso por la verdad, en un momento de cinismo generalizado signado por la descreencia poshistórica. A contrapelo de estas corrientes, este libro interviene de una manera profunda e impecable en el debate de cómo recordar, leer, y dar voz a aquellos sujetos que han quedado sepultados por las grandes empresas del Estado y por esas "figuras heroicas" de cierta historiografía monumental.
Lillian Guerra, Visions of Power: Revolution, Redemption and Resistance, 1959-1971 (University of North Carolina Press, 2012).