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Narrativa

Un GPS y la cucaracha. ¿O era el danzón?

'Para que un buen danzón se desarrolle necesitas una cucaracha voladora, un horno y un congelador que funcionen bien, algo de mar.'

Connecticut

 

 

"Perderse es un peligroso hallarse. (…) Ahora sé lo que se hace en la oscuridad de las montañas en las noches de orgía. ¡Sé! Sé con horror: se gozan las cosas. Se goza la cosa de que están hechas las cosas."

 Clarice Lispector, La pasión según G.H.

 

 

Para que un buen danzón se desarrolle necesitas una cucaracha voladora, un horno y un congelador que funcionen bien, algo de mar.

El mar, para dar de nuevo un Norte, porque el GPS mental se ha averiado, definitivamente, en el preciso momento en que cayó dentro de la espuma rompiéndose en la arena. Y el oleaje puede resultar ensordecedor pero es remedio santo para saber escuchar tu instinto y observar, sin interrupciones, la cucaracha voladora en el armario.

La cucaracha es esencial, porque toda telenovela debe ser suministrada en dosis adecuadas. Ni más ni menos. Los gramos exactos de melodrama.

Luego, poner la cabeza en el congelador pero el cuerpo en el horno. Es importante el horno pues cuando el GPS se ha descompuesto la capacidad de desear suele atrofiarse.

Y luego no hay como tirarse en un sillón convenientemente situado en la sala junto a la ventana, para ir mirando el personal que se pasea calle arriba y calle abajo. Las abuelas conocían todos los danzones, desde antes de haber sido escritos. Las nietas hoy se preguntan cómo carajo hicieron las abuelas, ellas, que habían sido internas en las Oblatas o las Carmelitas Descalzas, según el tono de piel y la alcancía, ellas invariablemente destinadas a esposos tiránicos o esquivos ¿cómo hicieron para desentrañar los danzones? Tal vez, por eso mismo, entre monjas, esposos, paridera y costurero les sobraba el tiempo para soñar el penumbroso futuro de sus nietas. Aro y puntada bordando sábanas y toallas para las hijas, nietas, las bisnietas, junto a la ventana enrejada, pendientes del mundo que se les iba afuera con sus maridos corriendo detrás de pezones alzados y ellas allí, adentro, la puntada perfecta en el danzón. La espera, saber olvidar y sonreír, siempre sonreír: ya no sabemos ser abuelas. La bandeja de calamina y el busto de Martí saludado cada mañana deshilacharon el mantel de hilo.

Nunca hubo tiempo para esperar ni perdonar, el danzón lo cantaba Barbarito Diez en Álbum de Cuba, mientras memorizábamos los párrafos de Vida Política de mi Patria.

Tardarán las nietas en comprender que por mucho yoga que hagan o prozac que ingieran, nunca alcanzarán la perfección del balanceo en la siesta vigilante, junto al ventanal entreabierto al oculto trajín del barrio.

¿Qué es en fin de cuentas el yoga sino la versión Zen del reggeatón de turno?

 

 

En West Hartford, septiembre del 2012.


 Odette Casamayor Cisneros nació en La Habana, en 1972. Su último libro de narraciones publicado es Una casa en los Catskills (La Secta de los Perros, Puerto Rico, 2011).

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