En los años 80, en sus continuas visitas a La Habana, el trompetista norteamericano Dizzy Gillespie comentó a sus colegas, que a pesar de la constante diáspora que sufría la Isla, cada año saltaban al ruedo nuevos talentos, portadores de ideas originales, ritmos, cantos y sonidos genuinos, cultores de una nueva forma de fusión: el jazz cubano.
Y, aunque la música suele llevarse todo el protagonismo en nuestras manifestaciones culturales, con las artes visuales ocurre un fenómeno semejante.
La producción de las artes visuales en Cuba cuenta (o ha contado) con un mecanismo, cuya articulación comienza con la enseñanza artística, crece con el apoyo gubernamental y se sostiene en la difusión internacional a través de galerías, fundaciones y personalidades que visitan la Isla atraídos por la fotogenia de la era posrevolucionaria.
De ese mecanismo solo escapan los artistas censurados por las instituciones, artistas que decidieron, o no tuvieron otro remedio que partir, escapar, para realizar su obra, difundirla y defenderla fuera de la Isla.
¿Cómo competir con toda esa estructura? Es ahí que intervienen los gestos de resistencia del creador. Gestos de supervivencia para la conservación de la obra ante cualquier bandazo geográfico, económico, sentimental y social.
En el exilio he podido descubrir artistas cubanos con estilos y conceptos disímiles, de los que jamás escuché hablar en los medios, escuelas o instituciones de Cuba. Carmen Herrera, Feliz González-Torres, Luis Cruz Azaceta, e incluso, la propia Ana Mendieta, son nombres que no conforman el imaginario del arte establecido, etiquetado y comercializado en y desde la Isla, como "arte cubano".
Al salir de Cuba y visitar galerías, colecciones privadas, museos y estudios de artistas, pueden descubrirse nuevos modos de universalización y actualización en los rasgos esenciales de ese sentido de la nacionalidad.
Según Jacques Derrida, la filosofía occidental se ha obsesionado con la presencia y la ausencia, pero debemos reconocer que la ausencia también es una presencia. En esa "presencia" está la obra de Arnaldo Simón es parte de esa otra presencia con su otra imagología, esa que va más allá de ser, o dejar de ser "lo cubano", "lo que viene de Cuba", "lo que nos dejan pasar al otro lado".
Bajo una luz cenital, en la obra de Arnaldo Simón se iluminan y enfocan planos y tramas arquitectónicas sui géneris, morfologías de una poética muy particular, hilada a mano cual filigrana de plata y acero. Sus piezas, sonoras y macizas, se funden en un palimpsesto cultural trazadas desde la pericia del dibujante con tradición arquitectónica.
El pulso de Simón vuela, del dibujo virtuoso, a la conceptualización ideoestética sin fronteras, muy poco vista en nuestro panorama cultural. Sus temas aluden a síndromes adquiridos en sociedades cerradas, regímenes totalitarios, mentes, voces y gestos dictatoriales.
Zapata Gallery, novedosa galería en Miami, se encarga de difundir lo mejor del arte cubano contemporáneo. Su nueva muestra —T.O. (Theater of Operations)— exhibe el trabajo reciente de Arnaldo Simón, y quedará abierta al público a partir del sábado 15 de febrero del 2025. Curada por Rodolfo de Athayde, la exposición funciona como un péndulo atemporal que recorre momentos trascendentales de la humanidad, donde la destrucción y la violencia se derraman como pólvora en los territorios asentados.
T.O. (Theater of Operations) ocurre en todas partes, en todos los tiempos. Seguirá sucediendo, construyéndose y deconstruyéndose, mientras estallen y se delimiten las áreas de un conflicto.
Como purista de la estructura, Arnaldo Simón ha creado un grupo de obras con la teatralidad necesaria para conformar un escenario en forma de circuito cerrado. Encerrándonos en su concepto, exponiéndonos ante las relaciones entre historia, destrucción y reconstrucción, viajando por el cuerpo arquitectónico, utilizándonos como testigos, jueces, implicándonos en procesos históricos de los que fuimos, somos y seremos: actores secundarios, que ahora, gracias a la obra de Simón, logran elevarse al grado de protagonistas.