Quien haya tenido el privilegio de haberlos visto y oído cantar juntos, sabe que este día acabaría llegando. Durante mucho tiempo, en un diálogo que es el de una familiaridad y un respeto mutuo que el tiempo ha sabido afinar, esta entrega que ahora nos sorprende venía fraguándose. Y al fin ha sucedido: acaba de presentarse en distintas plataformas el disco Malena Burke canta a Meme Solís, en un primer volumen que logra, por la excelencia de lo que ambos artistas han recogido, que esa segunda entrega se convierta en un reclamo que ojalá no tarde demasiado en llegar a quienes ahora les escuchamos agradecidos.
Producido por Lena Burke (ganadora del Grammy Latino, hija y nieta de Malena y Elena Burke) y Raúl del Sol, el álbum fue grabado en los estudios Criteria de Miami. Y es una prueba más de que basta un piano, un compositor y acompañante de lujo como es Meme Solís, y una voz privilegiada como la de esta cantante para que, en medio de un ámbito musical cada vez menos grato, surja algo que nos recuerda las muchas dimensiones, riquezas y texturas de lo que desde el acervo sonoro que tiene su origen en Cuba aún puede regalarnos dos artistas de talento.
Doce temas componen este primer proyecto, elegidos del amplio repertorio de Meme Solís. Nacido en Santa Clara, acompañante de figuras tan relevantes como Olga Guillot, Rosa Fornés, Elena Burke, y creador de un cuarteto legendario, su nombre ya es sinónimo de elegancia, sutileza, eficacia en sus versos y acordes, así como también lo es de un instante que por suerte no se detuvo en la nostalgia de quienes aún añoran los célebres conciertos que ofreciera en La Habana de los 60, en aquel tiempo de efervescencia y noches míticas. Este disco sirve, entre muchísimas cosas, para corroborar que la capacidad comunicativa que Meme cedió a estas canciones sigue intacta, y elude las consideraciones de museo. Incluso ahora, cuando los gustos de las grandes disqueras van por caminos tan opuestos a esta otra noche imaginaria, este regalo del cielo nocturno que él y Malena Burke nos extienden.
Su trabajo como compositor es el de un creador que nunca da una nota falsa. Forjado en el frenesí de ese tiempo donde llegó a tocar en tantos cabarets y pequeños clubs habaneros, se hizo pronto de un sello propio, capaz de asumir la herencia de la canción cubana tanto como de los nuevos aires de la época. La balada, el eco de Michel Legrand y otros compositores que renovaron la idea de lo romántico, la herencia del filin, todo eso coincide y se extiende de un modo muy singular y genuino en lo que Meme Solís tiene como hoja de vida musical. El cuarteto por el cual pasó su gran amiga Moraima Secada, y que tuvo su encarnación definitiva con las voces de Farah María, Miguel Ángel Piña y Héctor Téllez, amén de su fundador, se acercó a una popularidad que aprovechaba además recursos pioneros del pop y el rock, para preocupación de los comisarios culturales de la época. Los cortos que José Limeres filmó para el ICAIC en 1966 muestran el esplendor de lo que ese conjunto vocal logró con brillantez.
Al final, esos comisarios consiguieron acallar al cuarteto, y trataron de hundir a Meme Solís en un silencio que solo rompían, como desacatos tenidos por graves, algunas de sus grandes amigas, que se atrevían a incluir en sus conciertos y presentaciones temas del compositor de "Otro amanecer" y "Como sea". No fue hasta la década del 80 que por intervención del entonces presidente de España, Felipe González, Meme pudo salir de Cuba. Su carrera desde ese momento hasta acá no se ha detenido. Este álbum es otra magnífica línea que se añade a su fabulosa vida musical.
Malena Burke es parte de una estirpe —una "dinastía", ha dicho Meme Solís— que ocupa sitio seguro en la tradición musical de la Isla. Su madre, tras haber sido parte del cuarteto de Orlando de la Rosa y de las D'Aida, llegó también a la década del 60 con paso firme en su fase como solista. Con esa voz redonda, grave y perfecta, un oído musical infalible y acompañada por Enriqueta Almanza o Froilán Amézaga, se convirtió en la presencia más rotunda de un largo periodo. Y su hija, a la que llevó por esa senda, ha conseguido ser reconocida no solo como su heredera directa en tantos sentidos. Verla en alguna de esas noches de Miami, adonde llegó tras su salida de Cuba y su paso por otros países, es corroborar cómo también Malena se ha forjado un carácter, y sin temor a evocar a su madre como una presencia protectora, también puede sacar partido de ese legado para ser ella misma sin que ninguna deuda lastre su desempeño.
De Elena aprendió, también, a ganarse el favor del público de una noche de cabaret, a crear atmósferas de intimidad y gozo, a ir del tono grave a uno más agudo, cuando la intención de lo que se canta se lo permite y se lo demanda. Fraseo, dicción, musicalidad y cercanía a algún tono teatral si la intensidad de lo que canta se lo concede, están de su lado. Y de ahí viene esta conexión con Meme Solís, amigo y parte de esa familia que se recompone, por encima de pérdidas, abrazos y adioses, en el tiempo que dura una canción.
Ambos se encuentran aquí, y este primer volumen demuestra que las horas de amistad, cariño, descarga, ir y venir sobre temas que traen el recuerdo de otras tantas personas queridas, han sido también una escuela a su modo. Y en ese sentido, Malena Burke canta a Meme Solís es una especie de graduación, de doctorado en estas letras y melodías, donde ambos empastan voces, notas, palabras, en la complicidad de ese piano ante el cual Meme Solís se sabe dueño de su propio reino. Madurez, es una palabra que podría cifrarse aquí, pero lo que este disco ofrece es mucho más. Es un espejo donde ambos se miran y comparten no solo canciones, sino también señales y secretos que develan a lo largo de esta docena de temas.
Lo que se cuenta en este álbum es, no podía tal vez ser de otro modo, una historia de amor. Desde que se oye el primer tema ("Cuando me hablan de amor") y hasta el último ("Un olvido distinto"), las muchas maneras en las que un romance surge, se complica, sobrevive o se disipa, forman parte de ese arco de emociones al que cada canción añade un nuevo color. Entre un momento de esa historia y otra aparecen los dúos de Malena y Meme: "El olvido", que ya es uno de mis preferidos, "Di que me amas" y "Yo sé que un día volveré", que subraya tantas cosas que el desarraigo y la distancia hacia la patria no pueden opacar. Y aún hay espacio para homenajes directos, como ocurre con "A Moraima", dedicado por supuesto a la gran cantante de "Perdóname, conciencia", santaclareña como el compositor, o "Sin un reproche", que Rosa Fornés convirtió en su desafiante carta de presentación, y con la cual cerró, a manera de círculo perfecto, su trayectoria ante el público que la adoraba, en Miami y junto al autor de ese tema memorable.
Lo que han vivido la intérprete y el compositor se filtra, a modo de biografía, en esas canciones. Moraima es la amiga que sabe serlo "cuando otros no saben ser amigos", en "Di que me amas" no es posible eludir la sonoridad del famoso cuarteto y su célebre acople de voces, y la presencia benéfica de Elena Burke les acompaña durante todo el álbum.
Ante el piano, Meme Solís se muestra libre y dueño de sus recursos, de su cultura musical, que le permite añadir otras texturas a las nuevas versiones de sus temas, añadiendo lo mismo este toque de cubanía con la que afirma que regresará a una Cuba (aunque sea a esa Cuba musical donde otros aires llegan desde una delicada nostalgia), o jazzea para también aludir a otras influencias y referentes. Pero siempre es él, con ese don melódico que lo arropa siempre. Pródigo, generoso, como lo demuestra al ir junto a Malena Burke en cada página, sin que ninguno arrebate protagonismo a otro, como una pareja que viene de regreso para volver a contarlo todo, canción por canción, sentimiento por sentimiento. Tras oírlos una y otra vez, regresé a las grabaciones de A solas contigo, aquel programa radial donde Elena y Meme regalaron tanto a los oyentes. Este proyecto, como una extensión y variación de aquellas horas que ambos compartieron, nos devuelve a ese tiempo. Es, a su manera, también un acto de resistencia a favor de la sencilla necesidad con la cual nos unimos a una canción, para sentirnos vivos dentro de ella.
Hay que agradecer a Lena Burke y Raúl del Sol por defender el concepto de este álbum, y entender que estas dos voces y ese piano bastan para obrar el pequeño milagro que ya es. "Me acostumbré a tu ausencia", "Pensando en ti últimamente", "Amo", "Qué infelicidad", "Y pensar" esperan por hallar a su destinatario, como piezas de ese idilio que aquí se desgrana y que aunque concluye en una despedida y una renunciación, también adelanta lo que acaso encontremos en el segundo volumen de algo que puede ser ya una joya de colección, concebida para quienes aún pueden, dentro de la sensibilidad de lo que aquí se ha recogido, hallar un punto de sosiego y confesión para nuevas noches y reencuentros. Digno de celebrar es también el trabajo de Carlos Álvarez por la grabación y mezcla del disco, y a Mike Fuller por su desempeño en la masterización.
Lo que da origen a un amor es ciertamente un misterio. Y cómo ese amor perdura en muchas formas, incluso en canciones, no lo es menos. Aquí está el testimonio de ese amor que Meme Solís y Malena Burke han mantenido con la música, con la música cubana y varios de sus ídolos y protagonistas. Y por eso no solo cantan ellos dos, en perfecta armonía, a lo largo de estas 12 canciones. Cantan una idea de Cuba que proviene de esos iconos, y de la extraordinaria sensibilidad que emana aún de ese misterio que es Cuba, y su música. Este álbum no es solo una buena noticia, sino el preludio de la segunda entrega de esa noche en la cual, cuando aparezca el siguiente volumen, nos reencontremos con Malena y con Meme. Con Cuba y su música. Y confieso que espero, con la ansiedad de quien anhela un nuevo amor, la inminente llegada de ese momento.