Ciertamente esperaba menos. Después de años en caída libre, de haber llegado a 2020 con libros de saldo y un sabor a pollo frito iletrado, sin sal y con grasa, este año esperaba de la Feria Internacional del Libro de La Habana a lo sumo un par de discursos triunfalistas publicados en digital, y granizado en el área de gastronomía.
Teniendo en cuenta ese nivel mío de expectación, cualquier cosa podía contentarme. Al punto de que no sé si, después de un día entero en La Cabaña, mi relativo deleite se debe a eso o son señales que me manda la realidad. En primer lugar diré que los organizadores han tenido el buen tino de separar, por fin, la sección mercantil-recreativa de la Feria de la parte profesional: al Casco Histórico van las presentaciones de libros, los debates, etc., y a La Cabaña las colas, la bisutería, los alimentos fritos (pollo frito, arroz frito, maíz frito…) las exposiciones y las menguadas librerías. Quienes quieran un libro comprar o al hijo entretener, ya saben a dónde ir.
Este viernes me fijé yo misma el destino de La Cabaña. Lo hice porque los libros, en la Feria, hay que comprarlos el primer día. Así es que con el corazón en otra parte y habiendo olvidado comprar mi entrada con anterioridad, me enfrenté a la primera cola que ofrece el recinto Ferial que es de unos 400 o 500 metros de largo y unas dos o tres horas de duración (eso, para los que no entran pícaramente por 50 pesos o colándose).
Después de ese aviso de personas viene la parte gastronómica de la Feria que se ubica antes de entrar a La Cabaña y se ha convertido en folklore de la misma. Esto significa: la cocina cubana conocida como "gastronomía popular", que se especializa en alimentos preparados "a la grasa". Este año sin embargo, después de la merma culinaria que hemos padecido los cubanos, aquellos manjares que insinúan los sartenes de la "cocina popular" son hasta deseables. ¿Cuál no habría sido mi asombro al encontrar el pollo a la grasa a un precio módico y sin cola? Sospecho que cuando corra la voz en la ciudad, esta singularidad del universo se desvanecerá.
Por fin, con el estómago lleno pasamos a lo que verdaderamente nos atrae. Tengo para mí que voy a repetir esta idea durante el evento: México ha venido a salvarle la campana a la Feria del Libro. El área de la exposición y de la librería en la Feria del Libro de La Habana hace años que da pena. En 2020 quedaban solo las editoriales cubanas, cuya oferta puedes encontrar en cualquier sitio, y la bisutería infantil. A los expositores extranjeros, por alguna razón, ya no les da negocio venir con su mercancía. Los últimos en abandonarnos fueron los vendedores de libros de idiomas, autoayuda y esotéricos. No sé cuánta desolación persistiría hoy si no estuviera México. Pero estaba: con algunas editoriales menores y, sobre todo, con su Fondo de Cultura Económica que, aunque según su director, ha traído solo una veintena de títulos, llenó la ausencia.
Con felicidad he visto las obras completas de Octavio Paz en dos ediciones, una buena cantidad de libro de Alfonso Reyes, los Premios Cervantes de nacionalidad mexicana representados al menos por un libro (no recuerdo haber visto a Pitol), clásicos de la literatura inglesa —Wilde, Stevenson, Conrad—, entre los que se incluía a Chesterton.
No había nada de Rulfo, pero creo que se prepara una edición cubana. Había, curiosamente, dos libros dedicados a Stalin: uno de Trosky y una novela de un desertor soviético. Está la Introducción a la Teoría literaria de Terry Eagleton... Los precios son asequibles. Es una lástima que no hayan traído algo de la literatura joven mexicana. Supongo que la cuestión de los derechos de autor sea un obstáculo. Ojalá que para la librería que piensan abrir en el Vedado, envíen de vez en cuando algo joven.
Los precios de la bisutería infantil sí eran de espanto, incluidos los del protector Estado cubano (una goma de borrar a 50 y 100 pesos). Se agradecía, en cambio, el silencio: el escándalo musical que acompañaba hace años a la Feria —y que es otro ingrediente de la "gastronomía popular"— por fin se ha ido.
La Feria en La Cabaña ha quedado como el paseo de domingo de una familia. El público que la visita está compuesto por adolescentes y padres con niños. No tiene que estar mal. Veamos qué nos depara el lado profesional del asunto.
Interesante y bien escrita esta crónica.
Creo, sin embargo, que jamás pondria mis pies en La Cabaña. He leído demasiado acerca de las atrocidades cometidas allí, sobre todo los primeros años de la Revolución, y tuve un amigo fallecido hace años, que padeció prisión en ese centro. Me parece que traicionaría la memoria de ese amigo y de otros muchos que pasaron su juventud en ese calvario y otros más que murieron fusilados sin razón, gritando "Viva Cristo Rey". Hay que tener mucha hambre para ir a comer pollo a La Cabaña.