El nombre Jorge Lian García Díaz significa mucho para amigos y para familiares, pero Jorgito Kamankola —el artista que se agita y trasciende a la persona— representa todo lo que en música y versos se hilvana en una isla rota por el peso de seis décadas sin horizontes.
Delirio y plomo, la última producción musical de Kamankola, lo redefine como un músico que, más allá de acordes y armonías, entroniza una lógica poética donde está contenida la sobrevida del barrio (de un país), el drama que implica la obligación de crear a contracorriente, y el dolor de una generación marcada por la evasión y la ruptura con su entorno histórico.
En el EP, seis canciones entrelazadas por el desgarro de una perspectiva —que a un mismo tiempo es la historia de vida de dos generaciones de cubanos anclados en la Isla— es de una textura poética áspera; donde la jerga (no la metáfora) es emboscada y revelación a la vez, como el track "A recogerse":
"No estoy pa' aguantarte la labia turbia esa/ ni pa' hablar de lo mismo/ ya tú sabes lo que hay/ y lo que hay tú sabes que es puestísimo/ no creo en tu política ni en tu fanatismo/ yo soy más martiano en esto del patriotismo/ que yo no tengo fanáticos/ yo tengo socios alcohólicos/ que mi único miedo caótico es intentar llorar sin miedo."
Poeta cabal que deja pedazos de sí mismo tras cada canción, Kamankola es esa especie de músico que no vive ajeno a la realidad que lo circunda, que lo desboca y que lo trasnocha. No vive ajeno de sí mismo proyectado contra esa realidad, y desde ese discurso sentencia sus potestades cuando afimar que "el artista que censura a otros artistas se vuelve un obrero del arte. Cuando cuestionas la libertad del arte dejas de ser artista, y te quedas sin obra de arte, y te quedas sin el arte de la obra, y sobre todas las cosas, te quedas sin libertad".
Obviando las nomenclaturas (si es trovador o rapero es un asunto sin importancia) lo que nos ofrece Kamankola en Delirio y plomo, y que ya había demostrado en su discografía anterior, es la evolución de un artista que supo trazarse a cuenta y riesgo un camino distinto al coro trovadoresco y rapero que permea los márgenes trazados por una política cultural en proceso de oxidación.
Lo que relatan las canciones incluidas en Delirio y plomo —"A recogerse", "Y tú qué cuentas", "De vuelta a casa", "Delirio y plomo", "Estalla" y "Madrid"— es también el dolor de una isla donde la certeza personal se convirtió en un lujo bajo una cotidianeidad que devora virtudes y nada es más preciado que una puerta entornada hacia un salto al vacío. La canción "Estalla" es como un guiño al respecto:
"La sangre se viste de portada/ los brazos del mundo nos enseñan las cortadas/ la vida se paga con vida y las muertes se callan/ es la guerra eternizada/ es dolor contra dolor y es bala contra bala/ y son los restos ardiendo en la llama/ y los restos del odio gritan pero no se sanan."
Próximo a su lanzamiento, Delirio y plomo es un EP emblemático, no solo para la impronta personal de Kamankola, sino para el conjunto de lo que se insiste en catalogar como música urbana (o world music) y que, en los últimos años, ha sufrido de intermitencias y de un interminable sangrado hacia la diáspora, en el mejor de los casos. En un escenario musical donde ya escaseaba, quiérase o no, la autenticidad, el riesgo y el delirio de crear canciones para toda la vida, Delirio y plomo se alista para redimirnos y hacer justicia.
Y Kamankola lo sabe, tiene esa certitud que es intrínseca a todo gran músico y poeta que logra trasvasar la humildad y erigirse en voz de todos. Esa certitud nos la desliza en un tema bellísimo como "Y tú qué cuentas":
"Escuchar al corazón es un camino largo/ los delirios, la adicción, y los excesos/ el equilibrio hasta el latido es un balazo/ puedo perder la voz pero nunca el verso".