Aunque no se encuentren sus volúmenes en las grandes librerías junto a los otros autores que representan a la literatura cubana a la vista del lector más inmediato, José Lezama Lima sigue siendo un punto recurrente para quienes imaginamos a la Isla como una nación poética.
Tras el fervor que a mediados de los años 80 nos permitió repasar sus versos, sus ensayos, y llegar a Paradiso poco después, cuando en 1991 se volvió a editar esa novela inclasificable en Cuba, las aguas parecieron correr en otra dirección, no siempre orientada hacia la calle Trocadero, donde el poeta respiró mal que bien su asma hasta morir en 1976.
José Lezama Lima es más que eso, más que el mito sostenido con firmeza por sus libros, su afán barroco, su hermetismo, y los lugares comunes que insisten en retratarlo como un habanero que viajaba más allá de lo que le permitían aquellos funcionarios que una y otra vez le escamoteaban posibles salidas al extranjero.
Las cartas cruzadas con su hermana Eloísa, inéditas aún en Cuba, ofrecen un retrato íntimo y desgarrador de los últimos años de ese hombre extraordinario, que como aquellas que Virgilio Piñera (su más rendido antagonista y admirador) enviaba a Humberto Rodríguez Tomeu, recopiladas por Thomas F. Anderson, sirven para desmontar otros mitos, e invitar a ir más a fondo de esa imagen que ambos legaron a sus posibles lectores futuros.
La generación de los 80 estaba colmada de esos lectores. Leer a Lezama Lima implicaba ir contra el canon literario que nos impusieron por largo tiempo, y que evitaba ahondar en el grupo Orígenes, cuya fama de católicos y torremarfilistas tenía poco que ver con lo que Cofiño, Martínez Sobrino, Pavón y otros retrataban en sus páginas, por mencionar solo algunos.
Basta repasar ese raro Who´s who que fue ¿Quiénes escriben en Cuba?, publicado en 1985, para que se tenga una idea de semejante panorama. El retorno de los origenistas y otros arrinconados, se produjo lentamente, y no sin tropiezos. Reaparecen en una antología preparada por Enrique Saínz en 1980, impresa en saludo al congreso del Partido Comunista junto a otros libros, y se van filtrando poemas y ensayos acerca de sus textos (como aquel de Abel Prieto que leía en paralelo "El Albatros", de Baudelaire, y "Rapsodia del mulo", en la revista Revolución y Cultura), al tiempo que intentaba edulcorarse el trato duro que se les dio durante ese período de ostracismo.
El regreso fue por cuenta gotas, no olvidemos que Piñera fallece en 1979 sin recibir la llamada de su rehabilitación: era demasiado peligroso incluso para aquellos que guiaban la operación restañadora.
Lisandro Otero combatía los testimonios de su ostracismo en un artículo que narraba la biografía letrada de Lezama, pero que concluía abruptamente en 1970, cuando se celebró el cumpleaños 60 del poeta y se le publicaron sus últimos volúmenes en la Isla.
Añádase a todo esto su afán metafórico, su compleja madeja verbal y conceptual que exasperaba a funcionarios y profesores amansados, y se entenderá por qué esa nueva oleada de artistas y escritores lo asumió como una especie de arma secreta contra quienes, desde los espacios de poder, persistían en una literatura doctrinaria y monocromática. Sostener la edición de la Poesía completa, preparada por Emilio de Armas; o Cercanía de Lezama Lima, compilación de entrevistas y memorias preparada por el siempre riguroso Carlos Espinosa, era alzar contra aquella visión dócil de la cultura una espada de doble filo.
La obra lezamiana cautivó a poetas, coreógrafos, pintores, teatristas y también a realizadores audiovisuales. El cine cubano se ocupó produciendo una serie documental con Alejo Carpentier como protagonista, pero se cuidó de hacer lo mismo con otros intelectuales acaso más peligrosos. Los pocos segundos que perviven de Lezama en celuloide aparecen entre las sorpresas que Ernesto Fundora rescató en esta especie de viaje personal que él ha emprendido hacia la figura del maestro.
Con el estreno del documental Lezama Lima: soltar la lengua, el pasado 25 de septiembre en la Universidad Internacional de Florida, el reconocido realizador de videos musicales deja ver algo que en verdad es solamente la punta de un iceberg: dos horas de metraje en el que hablan amigos, discípulos, estudiosos e investigadores del autor de Fragmentos a su imán, entrevistados a lo largo de varios años.
En verdad, eso son estas entrevistas: fragmentos que vuelven al imán lezamiano, y que desde muy diversas perspectivas nos permiten entender no solo al escritor, sino además al Lezama persona, como le llamó en un poema Fernández Retamar (uno de los pocos que se negaron ante la persistencia del director de este documental a brindar su testimonio). Esa ausencia viene a ser aliviada y superada con las presencias de un Cintio Vitier ya cercano a su muerte, un César López que aventura metáforas martianas, Froilán Escobar que rememora el Curso Délfico, un Eliseo Alberto Diego ya enfermo y que luce particularmente amargado, los detalles que da Moreno del Toro de su ingreso final y su agonía, y tantos más: desde Carlos M. Luis a Belkis Cuza Malé, Miguel Barnet, Fina García-Marruz, Luis Marré, Gonzalo Celorio, Guillermo Rodríguez Rivera, Reynaldo González, Carlos Olivares Baró, Manuel Pereira, los hermanos Vitier, Silvio Rodríguez o Enrico Mario Santí.
Es este último quien asegura que "el futuro de Lezama está en su desciframiento", una clave para entender este proyecto como una obra aún en movimiento, que podría asumir otras visiones de estudiosos que, como Víctor Fowler, Rafael Rojas, Antonio José Ponte, Nancy Calomarde o Duanel Díaz, por citar solo a algunos más, amplifican y dilatan esa galaxia lezamiana.
Como se ve, por la sola mención de esos nombres, Fundora ha tenido que moverse de un punto a otro, persiguiendo esa huidiza "definición mejor" del gran habanero. Desde su emplazamiento en México, ha ido y venido para acumular esas palabras y anécdotas, asumiéndolo como un proyecto personal en el que el propio Lezama le ha servido de contraseña para abrir casi todas las puertas.
En un esfuerzo también contra reloj, en pos de dialogar con algunas figuras cuya edad o salud ya le advertían que tendría que apurarse, y que no logró dar con José Rodríguez Feo, Eloísa Lezama Lima o Gastón Baquero, entre otros rostros posibles. Aparecen en fotos, ya conocidas o provenientes de archivos como el de Iván Cañas o Chinolope, que se fascinaron ante aquel gordo imponente de hablar torrencial y una obra que solo puede conectarse, como se repite aquí, con el eco de Martí en términos de hondura y autoconciencia del lenguaje como desafío.
Al habla con Ernesto Fundora
En México, donde la editorial Era mantiene Paradiso y Oppiano Licario en su catálogo, y donde Sexto Piso ha publicado un hermoso volumen con la Poesía completa, me gasté más de lo que pensaba cuando compré, en una librería de la calle Donceles, los dos tomos de las Obras que Aguilar le publicó a Lezama Lima, hoy tan raros de hallar. Y aquí también, aprovechando mi estancia, le pedí a Ernesto Fundora que me hablara del documental y me dejara verlo. Y así nos encontramos, cerca de Parque Hundido.
"Algunos llamarían a Lezama un conservador. Para mí es un preservador, de aquellos ritos y de aquella memoria fundamental que le permite dar sentido y brújula a una nación", me dijo el director de esta obra que es, asimismo, el pórtico de una serie de varios capítulos en los que se rescatan las 28 entrevistas que entre 2008 y este año fueron dando cuerpo al documental.
"Lezama era un dicharachero, tenía un enorme sentido del humor, y eso hay que decírselo a las nuevas generaciones, porque creen que era un gordo hermético, que alucinaba, que no vas a entender nunca. Y todo lo que encuentras en Lezama, frase por frase, tiene un sentido, una conciencia profunda. Y eso es algo admirable", agrega Fundora.
Esa admiración lo llevó a ir, pacientemente, hilando la estructura del documental. Fue difícil, "colapsé muchas veces", porque el empeño de dar vida al poeta en imágenes es arduo. Apoyado por fotos, animaciones que intentan "poner en movimiento" las grabaciones que dejó en su voz de varios poemas, y el ir y venir de la memoria, el documental nos pone de nuevo a Lezama en la punta de la lengua. Lo revela en su biografía letrada pero fundamentalmente en el recuerdo vívido que dejó en quienes le conocieron y le leyeron desde una forma cubana de la pasión.
"Religión Lezama", dice su hermana Eloísa en el prólogo de su edición crítica de Paradiso que me recomendó Abilio Estévez, y el término puede ser discutible. Pero es innegable que hay una seducción que este hombre supo desplegar desde la palabra, que perdura entre quienes se iniciaron en su culto, y que es capaz de depararnos obras como esta. Mal leído hoy, semiolvidado en una era nada imaginaria donde se imponen credos más inmediatos y vacíos, volver a su escritura implica un determinado compromiso: palabra tan de capa caída. Pero en su esencialidad, radica una riqueza que de cualquier modo nos es imprescindible. Esa es la garantía que nos permitirá siempre recobrarlo. A él y a lo que Orígenes nos impone en tanto espejo y metáfora.
Continúa Ernesto Fundora: "Yo creo que si mañana desapareciera todo el acervo cultural de Cuba y nos encontráramos nada más Paradiso, a partir de ese libro podemos reconstruir lo cubano. Yo fui un universitario lastimado, porque no me dejaron hacer mi tesis de licenciatura, porque yo era políticamente incorrecto. Yo me debía una maestría y un doctorado, como un reto personal. Y yo quise escoger la figura de mi fascinación en la cultura cubana, podía elegir entre Martí, Ortiz o Lezama, pero Lezama era al que con más solemnidad se le habían acercado, y yo empiezo a descubrir estos visos de criollo, de gordo sabroso, de choteador, de hombre de calle, que él tiene y que, desde que lo dijo Mañach, son preceptos que definen a un cubano".
Con esa perspectiva se fue acercando a lo que el documental ahora nos permite ver. Ocho de sus testimoniantes ya han fallecido. Quedan, junto a los que perviven, como voces que nos permiten hacer estallar concepciones fijas sobre un hombre que las hizo reventar casi todas, y que trazan ese panorama desde su infancia hasta la muerte en un pabellón del Calixto García al cual tanto costó trasladarlo.
Para el entendido en su obra, el documental permite un repaso por territorios acaso ya conocidos y el goce de recuperarlos en esta coral que repite una y otra vez su nombre y el de Cuba; para los que por primera vez se acercan a este escritor, las dos horas de metraje contienen algunas pistas esenciales que serán útiles en búsquedas más ambiciosas.
Hoy, Lezama Lima está de vuelta a las librerías y bibliotecas de la Isla. Eso no quiere decir que se le lea como su obra nos demanda. Ojalá pueda verse Lezama Lima: soltar la lengua en Cuba. Y que sea, como lo fue para su realizador, un reto a los lectores futuros hasta que se adentren en esa maleza, en ese otro monte de las letras cubanas, que guarda en su centro el misterio hechizante y procreador de lo lezamiano.