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Cine

Los ojos de Natasha Jaramillo

Pistas para armar a la protagonista de 'Matar a Jesús', el filme de Laura Mora que le habla Colombia contra la venganza.

La Habana

La piel de cobre mustio, el pelo larguísimo, oscuro, tatuajes que descansan sobre hombros delgados. Pistas para armar a Natasha Jaramillo, protagonista de Matar a Jesús, el filme colombiano que luego de un amplio recorrido internacional llega a Colombia para, dice algún crítico, hablarle a la nación.

En sus 23 años Natasha nunca actuó. La primera y única vez que lo ha hecho le cambió la vida como esos eventos que llegan y dan un timonazo.

¿Lo volverías a hacer?

—Para nada.

—¿Por qué?

—Me gustó el proceso, pero la cantidad de atención sobre mí ha sido otra cosa.

—¿Algo ha cambiado contigo en el barrio?

—No, la gente me ve y me saluda, pero lo de dar entrevistas dondequiera es extraño.

Esa noche, antes de sentarnos frente al puerto de Cartagena, Natasha pasó por una sesión de fotos en espacios patrimoniales de la ciudad amurallada. Asiéndose a rejas herrumbrosas, quieta sobre vetustos escalones, girando levemente el rostro hacia el teleobjetivo, bajo la luz led parecía ceñida por un nerviosismo capaz de anestesiar cualquier rapto de vanidad.

—¿No te incomodaban todos los ojos sobre ti en las filmaciones?

—Yo me concentraba en la cámara, y con la cámara no me siento incómoda.

—¿Y no pensabas en cómo los espectadoresrecibirían tu actuación? Mira que es impresionante verse en una sala de cine.

—Yo di lo mejor de mí durante las grabaciones, y también me ayudaba mucho escuchar los comentarios de otros miembros del equipo diciendo que les gustaba cómo había quedado una u otra escena.

Emplear actores no profesionales en el cine latinoamericano está dando buenos resultados. El dominicano Cocote, otro filme exhibido y premiado este año, empleó a toda una comunidad para actuar. El naturalismo logrado es un plus enaltecido por críticos y público. En Matar a Jesús el logro es palpable también.

La película abre cuando un sicario asesina al padre del personaje de Natasha. La trama del filme se torna trepidante en el momento que, semanas después, ella identifica en una discoteca al joven, llamado Jesús. Impulsada por un sentimiento de venganza, la joven se amistará con el homicida al tiempo que permite al espectador entrar en el mundo de violencia juvenil de Medellín, donde se desarrolla el conflicto.

Esa es, en parte, la historia de la directora Laura Mora. Tras el asesinato de su padre, ella se marchó al otro lado del mundo, a Australia. Allá estudió cine. Tenía, dijo en conferencia de prensa con periodistas ganadores de la Beca Gabo 2018, la intención de filmar aquel suceso que trastornó su vida. Y apareció Natasha.

"La vi un día durante la proyección de un documental en el Museo de Arte Moderno colombiano. Yo no podía mirar a la pantalla, solo a ella. Llevaba ocho meses buscando posibles actrices para el rol protagónico, pero Natasha se levantó y la perdí", contó Mora.

Durante dos meses estuvo yendo al museo con la esperanza de encontrarla. Nada. Hasta que un día se la encontró en bicicleta.

"Salí corriendo y la agarré del pelo", relató la directora, "y le pregunté si quería actuar".

—Yo pensé que estaba loca— dice Natasha asomando una sonrisa.

A su hermano, un par de años mayor que ella, cola de caballo, cigarro en mano, también le pareció un desatino la propuesta.

"Pero después Laura Mora fue a la casa, habló con la familia y empezamos a tomarnos aquello en serio. Qué tipo de película, como qué iba a actuar Natasha. Yo también aproveché para estar detrás de cámara observando, aprendiendo, porque estudio Producción en la universidad".

La locura ha parado en 15 lauros y proyecciones en más de 20 festivales, según Natalia Algarín, jefa de prensa del filme colombiano; entre ellos la edición 58 del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI), donde conquistó el Premio del Público.

"Vayamos a verla, porque será de lo mejor que hayan visto en años, y porque si no apoyamos el cine colombiano de calidad, las historias potentes que nos reflejan y que nos acercan a nuestra parte más humana, estamos jodidos", invitó Algarín desde su Facebook cuando el largo llegaba, este marzo, a las salas de cine del país.

"No puedo imaginar una mejor coyuntura para el lanzamiento de tan valiente película que el fin de semana electoral marcado por las trompetas del odio y la venganza", escribió, por su parte, el crítico colombiano Pedro Adrián Zuluaga.

"Ahora se habla mucho de perdonar en el país, pero yo no perdono a los asesinos de mi padre", dijo Laura Mora. "Ese es mi derecho también. Lo que sí hago es romper el ciclo de la violencia, decirle no a la venganza".

La directora nunca le dijo a Natasha o al joven que interpretaba a Jesús cómo terminaba el filme. Tampoco que era en parte autobiográfico. Por eso, quizá, prefirió trabajar sin parlamentos preestablecidos.

—Ella nos pedía simplemente que interpretáramos una situación, y nos explicaba cómo se sentían los personajes.

—¿Qué fue lo más difícil que viviste en el rodaje?— le pregunto a Natasha.

—Los llamados eran muy intensos, me pasaban a buscar a las 5:00 de la mañana, y había algunas escenas, como una en la que avanza por una calle el grupo de motoristas luego de ir de parranda, que solo se podía filmar a una hora muy específica.

—¿Qué le pareció a tu familia verte en la pantalla?

—No me habían visto hasta ahora, en el FICCI, porque la película no se había estrenado en el país. Toda la familia vino a Cartagena y la vimos juntos. Cuando acabó y volvieron las luces al cine, estábamos llorando.

—Has podido acompañar a Matar a Jesús fuera de Colombia…

—Sí, estuve en los festivales de Toronto, Canadá; de San Sebastián, en España, en el de La Habana. Realmente nunca pensé visitar tantos lugares, incluso dentro de Colombia: a Cartagena nunca había venido.

Hay algo rural en la mirada de Natasha. Digo mirada y no ojos. Es como recato mezclado con franqueza. Hace tiempo quedó atrás su pequeño negocio de tatuar que solo conoció la epidermis de algunas amistades. A pesar del revés, no ha abandonado su interés por las artes plásticas, ahora las estudia en la universidad y ha tatuado sus piernas ella misma quizá para no perder práctica.

Cuando no está en la escuela, Natasha sale por Medellín y pinta con tiza murales en las calles. A su lado hay una cajita con las palabras "colabore con el arte". A medida que el día avanza se llena de monedas o, con suerte, billetes. Eso la apasiona. Se nota que no tanto el ambiente que circunda los festivales de cine.

En la fiesta de inauguración del FICCI permanecía sentada, metida la mirada en su trago, mientras un cotorreo de directores, actores, modelos despampanantes, reporteros y groupies, hacían sonar el lugar como una colmena. Cuando alguien la identificaba como la protagonista de Matar a Jesús se acercaba dócil y discretamente para una foto. Si en ese momento le hubiera dicho a alguno de ellos lo que a mí frente al puerto, hubieran regurgitado los cócteles en las copas:

—No me interesa el cine. Además de la pintura, lo que más me gusta ahora es la agricultura.

—¿Cómo es eso?

—Con unas amigas de Medellín comencé un proyecto de agricultura sostenible. Usamos recursos orgánicos para producir alimentos.

Sobre un hombro de Natasha descansa un ave de tinta. Los colores son hermosos, parece estar tan cerca, su mirada es tan viva. Pero parece, no sé, quererse alejar de lo que la realidad ha decidido que sea. Creo que quiere volar.

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