Un amigo escritor me comentaba, mientras recorríamos los stands de la recién inaugurada Feria Internacional del Libro de La Habana de este año, por qué el Instituto Cubano Libro gastaba tanto dinero en alquilar las instalaciones de la antigua fortaleza colonial de La Cabaña para poner en venta la eximia producción editorial nacional que ahora se exhibe en todo el recinto ferial.
A fin de cuentas, me decía, en un parquecito de los tantos de la calle 23, como se hace por lo regular durante el verano, se puede armar un grupo de carpas y vender los títulos que comúnmente vemos en casi todas las librerías de la capital año tras año.
Mientras entrábamos al espacio reservado a la editorial Letras Cubanas, una anciana lectora irrumpía preguntando completamente asombrada dónde estaban los libros cubanos en venta.
Creí que la pobre mujer no había visto los títulos en venta sobre el mostrador y en los estantes, en verdad muy pocos, pero me engañaba: había sufrido ella el mismo impacto que me causó la entrada al reducido espacio donde una de las más importantes editoriales del país exhibía sus libros. Una de las vendedoras respondió que en otras salas y carpas también se efectuaban actividades de venta y presentación de los supuestos títulos que indicaban una producción más amplia de la que allí se exhibía, por ejemplo, el poemario País de la Siguaraya de Jamila Medina Ríos y la novela Caballos con arzones de Ahmel Echavarría, ambos Premio Carpentier del pasado año. Solo que, en realidad, los libros de marras también estaban en el local.
Pensé que solo se trataba de un caso específico pero no demoramos en constatar que las principales casas editoriales colocaban a la venta sus títulos producidos por lo menos en los últimos tres años. La editorial Oriente, por ejemplo, salvaba la honrilla con Felicidad, la nueva novela de Aida Bahr y El nacimiento de una pasión. El cine en Cuba (1898-2014) de María Eulalia Douglas, y Ediciones Unión, además de la compilación de ensayos y crónicas de Ena Lucía Portela, intentaba seducir al lector con Fabián y el caos, lo último en ficción que se publica en Cuba de Pedro Juan Gutiérrez.
Es verdad que la Feria del Libro de La Habana brinda la posibilidad de poner en contacto al lector con los escritores del país, pero en los últimos años se ha convertido en esparcimiento gastronómico más que de lectura. No hay más que ver cuánto más se come que se lee, cuánta basura se echa en las áreas exteriores donde los cestos brillan por su ausencia y cuántos, de los que regresan para abordar los ómnibus de vuelta a la ciudad, salen cargados de libros.
La Feria es un atractivo indiscutible para los jóvenes ociosos que solo van allí como pasatiempo, para hacer cualquier cosa menos procurarse el incentivo de una nueva lectura. El colmo es que, dedicada este año a la República Popular de China, los libros de ese país que ponen a disposición del público lector, en su mayoría, se venden en ¡chino!
Si esto ocurre en la capital, en provincias, donde los Centros del Libro y la Literatura son los encargados de organizar por su cuenta esta actividad hasta el mes de mayo con su cierre en Santiago de Cuba, la cosa será más precaria todavía.