Conocí a Enrique Labrador Ruiz (Sagua la Grande, 1902-Miami, 1991) por correo y a través del crítico de arte y curador José Gómez Sicre, de quien era amigo entrañable desde los años 30. Le escribí unas líneas expresando mi admiración de lector por su cuento "Conejito Ulán"” y sus ensayos reunidos en El pan de los muertos. Labrador me escribió una nota encantadora y comenzó nuestra conversación epistolar.
Al final nos conocimos en persona en Miami, y hasta visitamos el taller del maestro Rafael Soriano en compañía de Gómez Sicre y sus sobrinos Horacio y Roberto.
Enrique y yo de veras nos hicimos amigos. Éramos fanáticos de Quevedo y Kierkegaard, del buen whisky y el tabaco. Nos veíamos cada vez que él visitaba Nueva York o Nueva Jersey, y yo lo visitaba en su modesto apartamentito que compartía con su mujer María Mercedes "Cheché" en la Sagüecera de Miami.
Cada vez que podía le enviaba paqueticos de libros que él me pedía; leía de todo, lo mismo poesía que ensayo, novelas, teología y filosofía. En traducción le di a conocer a Theodor Adorno, Herbert Marcuse y Louis Ferdinand Céline. Al principio le gustaron los tres, al final me aseguró que el único que valía era "el viejo Teodor".
Tenía razón. Me trató siempre con el nombre de "sobrino", y el mismo se puso el nombrete de "Don Quique Agrícola", el cual usé en casi toda mi correspondencia con él, la cual doné hace unos años a la Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami.
Cada vez que Labrador venía a Nueva Jersey se quedaba en casa del académico Elio Alba, en Verona. Lo visité varias veces en la casa de Malvern Place, y en octubre de 1983 lo entrevisté sobre su interés por las artes visuales, su amistad con pintores y otros temas.
Labrador Ruiz escribió varias notas, ensayos y artículos sobre las artes visuales a lo largo de su vida. Siempre se interesó por las artes plásticas.
Esta entrevista tuvo lugar el 15 de cctubre de 1983, en casa de Elio Alba. La transcribí de cinta magnetofónica en el verano del 2000.
Enrique, háblame un poco sobre tu fascinación con lo visual.
Mira sobrino, creo que fue en mi niñez en Sagua La Grande. El paisaje, la luz y los colores. La densidad del monte. Interesante que en mi obra de escritor el paisaje me ha importado un carajo. El chino Lam capta en su obra esto que te digo de la naturaleza alrededor de Sagua. También recuerdo la iglesia de los jesuitas, que era un templo barroco de cierta belleza para una ciudad de provincia. Recuerda que Sagua era ciudad, no pueblo… [Jorge] Mañach se refería a Sagua como "Sagua la Máxima".
¿Cuándo te fuiste de Sagua?
A los 18 o 19 años. Y no volví más. El resto de mi vida la he pasado en La Habana, y en mi amargo exilio en Madrid, Caracas y Miami. Sabes lo que escribió Ovidio sobre el exilio… algo así como "todos los exilios son amargos y te enloquecen y el último te mata"… Quizás esté equivocado con la cita.
Cuéntame del primer arte que viste en La Habana.
Fueron las ilustraciones de la Revista de Avance. Recuerdo los dibujos de [Eduardo] Abela y de Carlos Enríquez, de quien fui amigo. También las esplendidas caricaturas de Conrado Massaguer y las de Rafael Blanco. Mira, Blanco era un dibujante y pintor único, extraño, muy original. Algo así como un expresionista criollo.
Más tarde debido a mi amistad con Pepe Gómez Sicre conocí a varios pintores como Amelia [Pélaez], Cundo [Bérmudez], [René] Portocarrero, Mariano [Rodríguez], Felipe Orlando, Mario Carreño… Por mi propia cuenta, yo ya conocía a Abela, Carlos Enríquez, [Fidelio] Ponce, Jorge Arche, y por Arche conocí a Arístides Fernández poco antes de su muerte. También conocí a esa figura de poca importancia que era Víctor Manuel García. Víctor era un personaje arrastrado, alcohólico y amanerado.
Conocí a Carlos Enríquez por mi amigo el escritor Félix Pita Rodríguez —quien, por cierto, es un gran cuentista y poeta—. La influencia de [César] Vallejo llega a Cuba por vía de Félix, quien trató al gran peruano en París. Después por Carlos conocí a Ponce.
De todos los artistas plásticos de la Cuba de mi época, los que eran mis amigos eran Carlos y Ponce.
¿Con quién más tuviste amistad entre los plásticos?
He sido amigo de Portocarrero y Raúl Milián, de Martínez Pedro, que ilustró un libro de mis cuentos, de Carmelo González, el grabador.
Carmelo era un comunista feroz, pero era un magnífico grabador. Ilustró mi novela La sangre hambrienta.
Tuve amigos en la academia también, el grabador Caravia y el escultor Santí. En una época fuimos los tres a varias sesiones espiritistas.
Arche pintó tu retrato, ¿no?
Jorge era un gran tipo. La verdad es que como pintor lo encuentro muy seco. Con el tiempo no me gusta. Lo que si era un buen retratista. Nos pintó a todos los escritores de un momento: a Mañach, a [Fernando] Ortiz, a [Juan] Marinello, a [José] Lezama [Lima], a mí. No recuerdo si pintó a [Nicolás] Guillén.
Caravia fue el que pintó a Guillén —¡en el retrato Nicolás parece un obispo!
¿Cundo Bermúdez también pintó tu retrato?
Sí, también Cundo, pero ese retrato no me gusta tanto. Me puso un cuello de gordo, que va más con Lezama que conmigo.
Háblame de tu amistad con Carlos Enríquez y con Fidelio Ponce.
Carlos y yo fuimos muy amigos. Bebíamos juntos, salíamos juntos, yo siempre era invitado a sus fiestas en El Hurón Azul. Creo que es un gran pintor, lleno de violencia y poesía. Déjame decirte que como escritor Carlos no es malo, superior a muchos de sus contemporáneos, de mis contemporáneos.
Lo de su "romancero guajiro" o "romancero criollo" es genuino, auténtico… Él no era un guajiro ni nada por el estilo, sino un hombre culto, de clase alta que le dio la espalda a la clase media de su época, a toda la mediocridad de nuestra seudorepública, su hipocresía, su racismo, sus injusticias. El alcohol lo jodió, como casi me jode a mí también. Si existe un cuadro que define la vanguardia pictórica de Cuba, yo creo que ese cuadro es "El rapto de las mulatas".
¿Fueron amigos hasta su muerte en 1957?
No, tuvimos un mal entendido debido a su mujer Eva, y terminó nuestra amistad. Ella lo dejó por una sáfica inglesa discípula de León Davidovich Bronstein, es decir Trotsky. Lo recordé con afecto en El pan de los muertos, donde escribí: "Carlos estaba en la profunda cepa del que sabía contar con el pincel, con la espátula, con pluma nada pesimista y era quien ve mejoría en la sordera espiritual de un país junto al clamoreo de la gente que no desea perecer. Flaco, distraído, pero no desvitalizado no lloroso".
¿Y Ponce?
Era un ser extraordinario. Un verdadero antisocial. Un verdadero paranoico. Un gran pintor atípico de nuestras tierras. La luz en sus cuadros no es nada dulce, es feroz, se devora las cosas, los objetos, los paisajes, todo.
No hay color en Ponce, solo luz, una luz aplastante que el pintaba con sus pastas de pigmento blanco, creo que usaba blanco de plomo. Los cristos, los santos de Ponce están pintados con un amor crispado. Son como locos y marginados que no tienen cabida en ninguna parte. Me recuerdan a un pintor desconocido por Ponce, el belga Ensor.
Ponce detestaba a todo el mundo con la excepción de Carlos [Enríquez] y Amelia [Pélaez], y también Porto [René Portocarrero], por quienes sentía genuino afecto. Odiaba a Víctor Manuel, a [Antonio] Gattorno, a [Domingo] Ravenet. Era indiferente a Lam, Cundo, Mariano y los demás.
Cuando lo recluían por su tuberculosis, reaparecía inventando viajes a Europa. Te decía: "Estuve en Oslo, pero me fue imposible pintar, había mucha niebla". O te contaba que había estado en París, donde Picasso lo invitó a beber y le dijo que era un genio de la pintura.
Ponce nos visitaba mucho en casa. Le tenía mucho afecto a Cheché. Le decía que la quería pintar con las trenzas sueltas. En mi casa en la calle Reina yo tenía su pintura "La pianista". ¡Qué cuadro Alejandro, qué cuadro!
¿Y con los pintores del grupo Orígenes no tenías amistad?
Yo no era del grupo Orígenes, aunque publiqué en la revista algún que otro cuento. Nadie parecía, pero todos lo eran… De ese grupo no me interesa nadie, excepto Lezama. Como poeta, no como novelista. De novela Lezama no sabía un carajo, pero es un gran poeta. El verdadero heredero de Góngora. En fin, tuve amistad con Mariano, con [Alfredo] Lozano y con Porto.
Los gallos de Mariano, debo de confesarte que me gustan. Los que pintó en los años 40.
De quien sí fuimos muy amigos Cheché y yo fue de Porto y de Milián. Los interiores del Cerro, las catedrales, los ángeles, hasta las Santa Bárbaras de Porto me parecen buenas. El suyo es un barroco muy criollo, lleno de luz, colores y alegría. Porto tenía genuinas preocupaciones religiosas, igual que Ponce.
¿Algo más sobre tus experiencias de las artes visuales?
En los años 50 fui presidente de un jurado de un Salón Nacional. Mandé a [Roberto] Estopiñán a su casa y le dije que no se preocupara. Le dimos el premio de escultura por una poderosa talla en madera. Gran escultor el amigo Estopa. Hace tiempo que no lo veo. ¿Vive en Nueva York, no?
Antes que terminemos, quiero mencionarte que estoy escribiendo mis memorias. Se titularán Las memorias de un camello negro. Para los árabes el camello negro se para en la puerta de tu tienda y no se va hasta que te lleva —es la muerte. En fin, sobrino, estoy pensando mucho en las cosas últimas.
Adorno habla de un "estilo tardío" en ciertos artistas como Beethoven, Brahms, Tiziano. Yo pienso en mi propia obra, en la obra última de Ponce, de Picasso, del mismo Carlos, aunque no era un viejo cuando dejó de existir. Existe cierta rabia, cierta virulencia técnica, sea en las palabras para los escritores, o en el dibujo y color para los pintores... Pienso en los últimos autorretratos de Rembrandt, en las pinturas negras del viejo Goya, las últimas novelas de Faulkner, es como si en estas obras mandas al carajo al mundo y le mientas la madre a la Muerte.
¿No encuentras interesante que varios escritores más o menos de tu época, como Lezama y Carpentier, y tú mismo, tuvieran colección de arte y escribieran sobre nuestros artistas plásticos?
No lo encuentro interesante, es un hecho. Éramos amigos de los artistas, escribíamos sobre ellos y ellos nos regalaban obras. Mañach y Marinello también escribieron sobre nuestros artistas plásticos. Alejo [Carpentier] y Lezama tenían una gran sensibilidad para la pintura. Alejo escribió buenos textos sobre Lam, Abela, nuestro barroco tropical. Lo que Alejo nunca hacía era pagar la cuenta. Si salías con el, eras tú el que pagaba.
Enrique, ¿y de tu obra como escritor que me…?
Nada, otros han escrito y escribirán. El tiempo dirá lo que va a quedar. De muy joven descubrí a Quevedo el prosista. Él ha sido mi maestro. Después vinieron otros maestros: Ramón Gómez de la Serna y Valle Inclán. Encuentro coincidencias de estilo, de visión del mundo con Faulkner, con el Joyce de Ulises, con la última obra de Virginia Woolf, y en las Américas con el primer Onetti, con la novelística de mi amigo Marechal… En fin, la lista es larga…
¿Y Kafka?
Muchacho, si Kafka hubiera nacido en Cuba no fuera más que un escritor costumbrista. Sobre todo después de la desgracia del 59…
Enrique, seamos honestos sobre política, tú y yo hemos hablado de…
Sobrino, esto queda entre tú y yo…Si quieres lo usas después de mi partida. Por años me negaron la entrada en este país debido a mi breve membresía en el Partido Socialista Popular (PSP), que era el Partido Comunista en Cuba.
Me hice miembro durante la guerra. Era el apogeo del Frente Popular y el antifascismo. Además, coño, la perdida de España nos había dolido a todos, los comunistas y los no.
Neruda fue a Cuba y nos fuimos a dar unos tragos y él me dijo que me hiciera miembro, que mucho me iban a ayudar como escritor. Nos emborrachamos y fuimos y me inscribí. Después lo celebramos con Nicolás Guillén y Félix Pita Rodríguez. Los únicos que me dijeron que estaba comiendo mierda fueron Ponce y Pepe Gómez Sicre.
Cuando llegó Fidel, yo ya estaba fuera [del partido]. Neruda visitó la Isla poco después del triunfo, y como el había sido estalinista, me aseguró que Fidel era la reencarnación tropical del georgiano. Pablo estuvo claro… Bueno ya, apaga esa maquinita y vamos a ver si Cheché nos cuela un cafecito.
Tú y Neruda fueron grandes amigos.
Sin duda, compartimos mucho… Tragos y prostíbulos en La Habana, México, Santiago. Pablo es un gran poeta, eso nadie lo puede negar. Los grandes poetas de América son Darío, la Mistral, Vallejo, Pablo y Paz. Él mandó a Jorge Edwards a que me visitara en La Habana, y Edwards se me apareció con un par de botellas de whisky enviadas por Pablo. Fueron bien bebidas. Me han contado que él me mencionaba mucho en sus memorias, pero que, después de su muerte, por órdenes del partido, me editaron de sus páginas.
El cafecito, Alejandro.
Está bien, Enrique.