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Obituario

La productora que llegó del frío

Margarita Alexandre estuvo en los inicios del instituto oficial de cine, no aceptó presiones y organizó el Teatro Musical de La Habana.

Miami

La conocí en la sala de proyección de la RKO en "La Corea", esa calle llamada Almendares que corre paralela a Ayestarán y donde se alojaban las oficinas de las distribuidoras de cine, una tras otras a cada lado de la calle, en idénticos chalets individuales. Margarita era alta, de pelo rubio, ojos azules, y muy elegante en su grueso traje sastre madrileño: una visión inesperada en el trópico. Con ella estaba Rafael Torrecillas, su pareja y socio en una productora española de cine. Recién llegados a La Habana, Margarita y Rafael intentaban vender sus películas en la Isla. Aquella era una exhibición a la prensa cinematográfica.

Nada menos que un arkángel, de Antonio del Amo, era una comedia en la onda de Bienvenido Mr. Marshall, tomándole el pelo a las soluciones "mecánicas" al subdesarrollo. El "arkángel" del filme era un tractor enorme que resolvería de un golpe, según los funcionarios franquistas, todos los problemas del campo español. Por su parte, Un hecho violento, dirigida en inglés por José María Forqué, contaba los abusos que en una supuesta prisión estadounidense sufrían los reclusos. Ninguna de las dos películas eran muy buenas, pero ambas transmitían la fuerza y las ilusiones de sus productores.

Fue entonces que supimos que Margarita había sido actriz a los 17 años y que su productora con Torrecillas era un recurso para dirigir sus propias películas. No era fácil para una mujer dirigir cine en la España franquista. Así se hicieron Cristo, un largometraje experimental sobre la pintura; La ciudad perdida, una coproducción con Italia, y La gata, con Aurora Bautista y Jorge Mistral, la primera película en Eastmancolor y Cinemascope que se rodó en España.

Después de aquella proyección, Margarita y Rafa se fueron a México, donde esperaban que Luis Buñuel se interesase en una biografía de Lorca, pero cuatro meses más tarde ya estaban de vuelta en La Habana. A Buñuel no le interesó el flamenco cinematográfico y en Cuba se había producido nada menos que, no un arcángel, sino una revolución. "Nos regresamos a Cuba por 15 días y nos quedamos 11 años", escribió Margarita para Intrusos en el paraíso, ese libro esencial de Juan Antonio García Borrero sobre los cineastas extranjeros en el cine cubano de los 60.

El primer trabajo de Margarita en Cuba fue la escritura y codirección de La vida comienza ahora, con Antonio Vázquez Gallo, un proyecto que nunca tuvo mucho pie ni cabeza. Pero era trabajo después de todo, y la productora era la RKO de Cuba, con quienes tenía contratos de distribución. Fue entonces que el ICAIC le ofreció un puesto como productora.

Tomás Gutiérrez Alea que conocía la calidad de su trabajo y sabía que había sido la primera mujer en dirigir una película en España, le ofreció enseguida la la organización del rodaje de Las doce sillas. Con Ramón Suárez en la cámara y Margarita en la producción, la película es un ejemplo sólido de su trabajo en el cine cubano.

En el ICAIC Margarita trabajó con otros directores, pero sus mejores esfuerzos lo hizo siempre con Gutiérrez Alea. Hasta que un día de 1968 la mandaron llamar de la dirección del organismo y le dijeron que no podía intervenir en las asambleas de los obreros —obreros que ella conocía bien y con quienes trabajaba todos los días—, ya que era personal dirigente. "Respondí que me sentía una mujer libre y que diría lo que me pareciera conveniente. Yo quiero mucho a Cuba y admiré mucho esa revolución pero no pude dejar de ser crítica porque es mi manera de funcionar. Total, que me echaron del Instituto del cine y me metí a organizar el Teatro Musical de La Habana."

Esto se lo contó a Diego Galán en El País, en abril  de 2015. Pero Margarita no le mencionó lo peor: lo injusto y triste que le tuvo que resultar perder la posibilidad de producir Memorias del subdesarrollo, la mejor película de Gutiérrez Alea.

Y escribió para Intrusos en el paraíso, de García Borrero: "No fui extranjera en Cuba. Sobreviví, como todos los ausentes de las canonjías, anclada a un modo verbal, el gerundio, que era la ilusoria meta de las esperanzas: trampeando, resolviendo, inventando. Lo mismo que todos, resolvía con la cartilla de racionamiento y con la generosidad propia del cubano, que desde siempre ha repartido los granos de arroz de su plato con la misma generosidad que Jesucristo repartía el pan y los peces. Ocupé imaginarias trincheras enemigas, peleé contra el sueño durante las guardias, trabajé en la agonía de la agricultura: caña, papas, tabaco, café. ¡Ah, el café!: acarreábamos el agua en cubos y regábamos con botes agujereados amarrados a un palo… Desde arriba de la lomita aquello parecía un documental del Vietnam. Y el día que me rendí a la evidencia y decidí abandonar los sueños empapados en el sudor de los esfuerzos inútiles, los burócratas probaron largamente mi paciencia antes de concederme una salida como a cualquier otro: ligera de equipaje y cargando todo el dolor que es capaz de soportar el alma. Mi hija, mis compañeros del cine y del Teatro Musical, el pueblo que amé. Lágrimas y mucha, muchísima rabia. Como todos".

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