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Literatura

Jorge Luis Arcos habla de la obra y la vida de Lorenzo García Vega

'Lorenzo sentía que era seducido por Mefistófeles.'

Bariloche

Después de haber escrito diversos ensayos sobre los escritores origenistas, ideólogos a su manera de eso que Lezama llamaba "la pobreza irradiante", Jorge Luis Arcos sorprende con Kaleidoscopio. La poética de Lorenzo García Vega (Colibrí 2012 /Hypermedia 2015), un libro sobre el Gran General Albino, como al autor de El oficio de perder le gustaba firmar algunos de sus mensajes.

Para la entrevista, nos citamos en un asador en el centro mismo de San Carlos de Bariloche, donde Arcos vive y trabaja desde hace varios años, y compartimos anécdotas, nombres, admiraciones, fotos. Sin querer, los dos traemos una camisa de cuadritos azules, unas patillas encanecidas y un cinturón de hebilla grande, como aquellos que usaba John Wayne en algunas de sus horribles películas… Nada como la pampa para volver a conectar a uno con la locura.

Antes de este libro sobre la poética de García Vega, habías publicado libros como En torno a la obra poética de Fina García Marruz, La solución unitiva. Sobre el pensamiento poético de José Lezama Lima y La palabra perdida. Ensayos sobre poesía y pensamiento poético, entre otros. ¿Cómo llegas a Lorenzo García Vega? ¿Podríamos decir que a partir de tu cercanía con Lorenzo se produce un "corte" en tu manera de entender la maquinaria literario-poético cubana?

Yo conocí a Lorenzo a través de las anécdotas que me hacía Enrique Saínz, su gran amigo. Primero, fue acostumbrarme a la radical extrañeza de su percepción de la realidad. La persona antes que sus libros (que no teníamos), aunque, como sabes, persona y texto están endemoniadamente mezclados en su obra-vida.

Con respecto a mi "corte", fue gradual, aunque inexorable. Solo tenía que recuperar zonas de mí mismo y sacarlas afuera. Después, el insilio interior, mental, en Cuba, y, luego, el exilio (tan secretamente añorado siempre en mi poesía), me ayudaron mucho… Eso se aprecia mejor en mis poemas (donde era más libre) que en mis ensayos (donde no podía serlo tanto). La poesía funciona como el magma oculto de la memoria, el daimon sumergido…

Si alguien lee el cuaderno inicial, "Poemas escépticos", escrito entre 1994 y 1997, de mi libro De los ínferos, no se sorprenderá tanto de ese cambio… Llegó el momento en que me di cuenta de que muchos de los poemas que escribía no podría publicarlos en mi país, es decir, que ya no podía sostener esa representación…

En otra dimensión, en 1994, cuando tenía que regresar a Cuba, después de unos meses en España, sentí por primera vez miedo de regresar a ese… infierno. Esto fue, creo, decisivo. Después, hecha ya la fractura mental, irme o quedarme no era lo más relevante. Finalmente, la expulsión de [Antonio José] Ponte fue el detonante final, aunque ya cualquier hecho semejante hubiera provocado una ruptura radical a la que solo le faltaba el gesto último… Me di cuenta, además, de que tenía que cuidar mi psiquis, mi mente, ya seriamente dañada. Hasta el propio Lezama pasó de su apoteósico barroco a su "barroco carcelario". Nadie está libre (acaso por suerte) de sufrir esas iniciaciones…

En la intro­duc­ción a Kalei­do­sco­pio hablas de que la per­cep­ción de la real­i­dad de Gar­cía Vega es el más "nove­doso tema de toda su obra". ¿En qué con­sistía esta percepción?

Era una per­cep­ción jodida. Mirar la real­i­dad como un autista de ruinas, como un arqueól­ogo del kitsch, un oniról­ogo del fin del mundo. Bastaba una mirada, la suya, para bor­rar (o desnudar) esa rep­re­sentación (la de la Real­i­dad Cubana, la de la Revolución, etc., en fin, la de cualquier Gran Relato, incluyendo el de la Poesía). Como el per­son­aje de las Elegías de Duino, incluso ante el esce­nario vacío, decir: "Siem­pre hay algo que ver".

Nadie como Lorenzo para minar los ceremoniales, para detectar la parte falsa, solemne, para denunciar "el lenguaje enfermo". En fin, los peligros de la Forma, su peligroso hieratismo. Una mirada "inmadura" (a lo Gombrowicz) pero de una extraña y radical lucidez, que conducía a un inusual autoconocimiento. Nadie como Lorenzo para exponer(se). Lo memorialístico (y el autoanálisis) no ha sido una tradición latinoamericana. Lorenzo, más argentino que cubano, como reconocía el gran Héctor Libertella, fue una excepción, y un escándalo… Los años de Orígenes, Rostros del reverso, El oficio de perder…, libros sin antecedentes en nuestra pacata tradición… Recuerda que Octavio Paz escribió sobre ese diario de creación (e imposible novela, y ensayo, y testimonio, etc.): "Pero un día —se lo aseguro— su libro será leído como lo que es: uno de los testimonios más lúcidos de estos años infames"… Todo en Lorenzo se resolvía a través de un devastador autoanálisis…

¿Hay alguna relación entre este autoanáli­sis del que hablas y el "resentimiento" que proyectan muchas de sus pági­nas? ¿Es, en Gar­cía Vega, este resen­timiento poética?

Su resentimiento terminó siendo una fuerza creadora contra la enfermedad (neurosis): pérdida y exilio de la infancia, de sí mismo, de su identidad. Inmediatamente, de nuevo el resentimiento contra la castración jesuita. Luego, para volver a salvarse, creando, aceptar un maestro (Lezama con su frase ambivalente: "Todo poeta es un farsante", y Curso Délfico), pero, al terminar por hacer concesiones ("lenguaje enfermo" de Espirales del cuje) a la "gravedad" origenista, a sus ceremoniales, a sus selectivos olvidos, a su mitificación, entonces comienzo de un lento y difícil proceso de "desvío" (de los ceremoniales o "el pulmón de hierro" origenista, del síntoma de la "grandeza venida a menos", del "sitio en que tan bien se está"). En general, rencor contra la Historia (toda la historia de Cuba), contra la Realidad (Exiliado del Mundo). Así lo describió siempre Cintio Vitier: como "Rencor".

Cuando triunfa la Revolución, que él esperó con entusiasmo como venganza contra la llamada frustración republicana, otra vez resentimiento al no cumplirse sus expectativas: contra la ácida negación de que fue víctima por Lunes de Revolución, contra la creciente vertiente totalitaria y, para colmo, contra la "claudicación origenista" (conferencia "El violín" de Vitier en 1968), contra la sustitución de la pobreza última, de la intemperie origenista por la "pobreza irradiante" (término de Lezama), por la teleología vitieriana (encarnación de la Poesía en la Historia), por el "bailongo barroco" (Paradiso) de "el niño terrible de las acuarelas" (Lezama), contra la ambivalencia hamletiana, contra su Padre, contra su Maestro (que llega a comparar con el barón de Charlus), com­plejo y ende­mo­ni­ado pro­ceso catár­tico que, exilio físico medi­ante, en 1968, con la dolorosa sepa­ración de su hija, cul­mina en las inten­sas y creado­ras pági­nas de Ros­tros del reverso y, final­mente, de Los años de Orí­genes, ahí­tas de implaca­ble autoanáli­sis…

En fin, resentimiento contra la Enfermedad (su insondable neurosis, sus imposibles ontológicos o existenciales, su síndrome Oblómov), contra la Historia, contra el Exilio, contra la Forma, contra la Academia (que lo rechaza en Miami), contra la Izquierda Universal (que también lo rechaza en España, en Nueva York). El resentimiento es contra el Afuera enorme, pero ¡contra el Adentro también! (su sí mismo o ego heroico)… En fin, de este exilio incesante, de este dilatado resentimiento, emerge finalmente su último personaje (reencarnación del afantasmado Zequeira), a través de múltiples heterónimos: Doctor Fantasma, constructor de cajitas, onirólogo, escritor y notario no escritor, autista o alquimista albino, místico del destartalo (la lista sería interminable), como Poética del Reverso (o poética de la inmadurez u Oficio de Perder), como Escritura del Exilio, Mitología Albina (Era Imaginaria lezamiana en clave de reverso albino: Miami/Playa Albina/Vilis), o "exilio sin rostro, sin identidad".

Es decir, a través de su Poética del Reverso (general, cosmovisiva), Lorenzo finalmente accede a una escritura del exilio que he denominado poética kaleidoscópica (poética personal). El resentimiento y la enfermedad se transforman en una poética descentrada, abierta, laberíntica, proteica, daimónica (de lo inexpresable, de la inmadurez, del reverso, de la hibernación, de lo marginal, del destartalo…). Del Reverso, del Exilio, del Vacío, emerge finalmente su singularidad creadora: la albinidad.

Esta "albinidad" que, como bien dices, es una escritura y a su vez una poética, ¿cómo aceptaba o digería a Lezama? ¿Qué te contaba Lorenzo del autor de Paradiso en las múltiples conversaciones que sostuvieron cuando construías el libro?

La relación maestro-discípulo entre Lorenzo y Lezama, como se relata en el libro, ha sido tal vez la más interesante de la literatura cubana. Es muy compleja, con muchas entradas y salidas. Fue siempre parte de una tensión, de una angustia insondable.

El Lorenzo final fue como el desarrollo de un Lezama sumergido. El propio Lorenzo nos habla de ese Lezama surrealista y delirante, que él conoció personalmente tan bien. Es decir, el joven fáustico desarrolló las facetas ocultas o no enteramente desplegadas de su Mefistófeles, de ahí la necesidad imperiosa del desvío, de la mala lectura. Pero esto, con ser mucho, no agota la ambivalencia hamletiana de la relación de Lorenzo con su maestro, al que nombra como "el niño terrible de las acuarelas".

Lorenzo conoce a Lezama ("¡Mucha­cho, lee a Proust!") en un momento muy vul­ner­a­ble de su psiquis (a punto de recibir elec­troshocks). Se salva de la locura a través de la literatura y de la ascen­den­cia de su mae­stro, que fun­ciona como un mago, un sanador. Pero el pre­cio, ¿fue muy alto? Lorenzo, como relata en El ofi­cio de perder, clam­aba por un mae­stro, pero, a la vez, se sen­tía incó­modo den­tro de los cer­e­mo­ni­ales del grupo Orígenes.

Su relación con Lezama (Curso dél­fico inclu­ido) fue intensa pero ambiva­lente. El fantasma del Barón de Char­lus, el miedo al mayor homo­sex­ual, que tiene una ascendencia sobre el joven vul­ner­a­ble y depen­di­ente, hizo de esa relación un infierno soter­rado (así la padecía sobre todo, claro, el más débil).

Una tarde, en la Res­i­den­cia de Estu­di­antes de Madrid, entre un whisky y otro, Lorenzo me con­fesó, en un exabrupto, que muchas veces le tem­bla­ban las pier­nas cuando se qued­aba solo con su mae­stro. Tam­bién, en un correo que trascribo en mi libro, se hace todavía evi­dente la inten­si­dad angus­tiosa de aque­l­los momen­tos donde Lorenzo sen­tía (¿imagin­aba, temía?) que era seducido por Mefistófe­les…

Antes de impar­tir la última con­fer­en­cia sobre Lezama en Madrid, "Mae­stro por penúltima vez", me escribía pidién­dome que le hablara de Lezama, y me trasmitía sus impre­siones, sus dudas, sus pre­gun­tas no resueltas. Lo hizo tam­bién con Enrique Saínz, con quien, me decía, tenía esa con­ver­sación pen­di­ente. En otro correo me dice que me ve como una pro­lon­gación de su amis­tad (esta, arquetípica) con Enrique, como para jus­ti­ficar sus con­fe­siones… En resumen, al final de su vida, todavía se sen­tía inse­guro cuando se acer­caba a ese nudo de su psiquis y de su obra-vida, aunque la con­fer­en­cia (acaso por ello mismo) fue deslum­brante, y como siem­pre en él: una lib­eración y una catár­tica creación.

Uno de los fundamentos origenistas, de Eliseo a Cintio, de Las miradas perdidas a La isla infinita, ha sido "lo cubano" (sin que nadie llegara a entender al final qué era esto). ¿Hasta qué punto García Vega participó de esta obsesión?

Lorenzo sí par­ticipó de esa obsesión (que no solo fue cubana sino lati­noamer­i­cana y española: fue un tópico de época: la argen­tinidad, la mex­i­canidad, la cuban­idad, etc.). Pero lo impor­tante no es el qué si no el cómo. Todavía en El ofi­cio de perder (2004), Lorenzo citaba el lib­rito de Cin­tio, La luz del imposi­ble, la dis­tin­ción entre el man­tel de hilo y el man­tel de hule. Y él apos­taba por el man­tel de hule, por lo pobretón, el destartalo, lo lacio, lo roto.… Una pobreza última, como él decía, vul­ner­a­ble, la pobreza del clown… Lo aprendió en su niñez en el campo, junto a los gua­jiros… El prob­lema fue (porque Lorenzo, a difer­en­cia de los ori­genistas, lo con­vir­tió en prob­lema, en sín­toma, en clínica incluso) cómo relatar eso.

Siem­pre se arre­pin­tió de su mirada en los relatos de Espi­rales del cuje (su libro más origenista), donde decía que lo había traicionado el lenguaje… Porque miti­ficó, ide­al­izó, a través del lenguaje (a través de la mirada), su real­i­dad… Ahí está el nudo de su necesidad de desviarse del ori­genismo. Ese fue su punto ciego. A par­tir de entonces, comenzó, lenta pero inex­orable­mente, su desvío, su legí­tima y creadora mala lec­tura: el regreso al espíritu de Suite para la espera, aquel libro de un "van­guardismo anacrónico"…, que Fina [García Marruz] vio como un "cer­rado van­guardismo" (y a Lorenzo como a un "mal­cri­ado", citando un verso de Lezama…).

Lorenzo, en las Espi­rales…, no descendió a los infier­nos, no vio (como después) lo ominoso, al mon­struo oculto, a lo feo, a lo sucio… Fue, en aquel libro, para él en parte fallido, el Zequeira de "Oda a la piña" y no el Zequeira alu­ci­nado, fan­tas­mal, anfibio, de "La ronda"…

Recuerdo que Lorenzo me dijo una vez que Espi­rales del cuje era un libro que le daba "como pena". Después de revisar su obra com­pleta, ¿pien­sas que no obstante hay más conex­iones entre este libro y los que vienen a poste­ri­ori que lo que el autor de Dev­astación del hotel San Luis quería admi­tir? ¿Cómo leíste a este primer Lorenzo?

Lorenzo, en El ofi­cio de perder, se encarga de rescatar algu­nas aris­tas del libro que, por supuesto, con­tin­uaron en él: cierta habla (o mirada) ráp­ida, que él nom­bra como sop­los poéti­cos, algu­nas ful­gu­ra­ciones de lo lacio, los relatos míti­cos de los gua­jiros, y una como pobreza última, inex­presable… Pero, más allá de estos ele­men­tos, que siem­pre per­sistieron en él, lo que falló fue el lenguaje con que me doy cuenta de, que él llamó "enfermo", porque a través de él se con­t­a­m­inó de una mirada ori­genista, blanca, que no le per­mi­tió asumir el otro mundo, el reverso de una cuban­idad amable…

En fin, creo que el mundo temático de Lorenzo fue siem­pre muy reducido y muy constante. Lo que cam­bió en él fue la forma de recrearlo. En eso, su poética de la memoria, de una memo­ria kalei­doscópica, fue deci­siva. Una vez que Lorenzo hace la liber­adora y creadora catar­sis de la última parte (la no ori­genista, la de su exilio) de su diario, Ros­tros del reverso (y no me cansaré nunca de indicar el valor par­a­dig­mático de este lab­o­ra­to­rio creador o taller de alquimista albino, sin equiv­a­lente en la tradi­ción liter­aria insu­lar), accede a una aper­tura for­mal donde logra una iden­ti­dad con su cosmo­visión gen­eral y sus múlti­ples y simultáneas (a man­era de palimpsesto) poéti­cas sin­gu­lares…

Es ese proceso mediante el cual Lorenzo confundió todos los géneros clásicos. Una promiscuidad genérica a través de la cual se distanció del "cuento", del "poema", de la "novela", para escribir textos o artefactos plásticos… En fin, no es el lugar para explicar todo esto, como trato de hacer en el libro. Pero entonces accedió a escribir, para decirlo de alguna manera, textos kaleidoscópicos, minimalistas, alquímicos, mezclados, borrosos, en clave de reverso de cualquier fijación clásica genérica… Es que la memoria, para Lorenzo, es decir, la imaginación, fue su reino daimónico.

Yo leí a ese primer Lorenzo (el de Espi­rales del cuje) luego de leer Los años de Orígenes, y, sobre todo, Poe­mas para la penúl­tima vez. 1948–1989, ya a prin­ci­p­ios de la década de los 90, por lo que no hice una lec­tura diacrónica. Todo el Lorenzo que leí ya estaba con­t­a­m­i­nado de la mirada, primero, de las anéc­do­tas orales (esquizos) que me hiciera Enrique Saínz, y, después, de la deslum­brante lec­tura de tex­tos como "El santo del Padre Rec­tor", que recuerdo que siem­pre leía en mis clases en la Escuela de Letras antes de irme del país (donde, por cierto, tuve a un alumno de sen­si­bil­i­dad afín con Lorenzo, Pablo de Cuba).

Ese solo texto es como el hueco negro de toda la cosmovisión y de todas las poéticas lorencianas. Es uno de los textos que más me han influido en toda mi vida… Lorenzo encarnó una imposible utopía vanguardista: la identidad obra-vida…, pero no como relato sublime sino como "oficio de perder", aunque, más allá de la forma (y la forma es lo decisivo siempre), en última instancia, ¿no son una las dos? Ya se sabe: escritor inmaduro, escritor-no escritor, antirrelato, antipoema, novela mala, todo en clave metapoética macedoniana, entre otras fuentes…

En tu libro hablas sobre el "oblomovismo" de Lorenzo. Pensando que el personaje de Goncharov desarrolló toda una filosofía política de la inmovilidad junto a un discurso muy ligado a la búsqueda de la Verdadera Esencia Rusa, ¿qué quisiste decir…?

El oblomovismo que yo marco (que también aisló como síndrome o síntoma de nuestro tiempo Enrique Vila-Matas) proviene más de la película de Mijalkov que de la novela… Esa mirada imposible, rota, esa mirada que lo ve todo, intensa y profundamente, pero no puede tocar la realidad: No la puede poseer. Entonces esa pérdida insondable, ese "oficio de perder", se acumula, como magma o larva, en la memoria dañada, en la imaginación herida, como una hibernación, digo en mi libro, y luego se recrea como texto, aparece o se expulsa como ectoplasma… Siempre como una mala lectura. Es un oblomovismo más en la tradición de Retrato del artista adolescente, de Joyce (el niño que mira jugar al fútbol pero no puede jugar).

En El ofi­cio de perder, Lorenzo narra cómo vivió la misma escena con respecto a una piscina… O como en el relato de Lorenzo más sin­tomático al respecto: "El santo del Padre Rec­tor": uno de los tex­tos más inten­sos de la lit­er­atura cubana… Como dijo Lorenzo: "el frío que se acepta como una sec­reta vocación".

La obra de Gar­cía Vega, junto al Board­ing Home de Ros­ales, ha sido de lo más apre­ci­ado por los escritores cubanos en los últi­mos años. ¿Dónde piensas que estuvo el rap­port para que una obra invis­i­ble durante dece­nios se con­virtiera, para muchos, en territorio-de-escritura?

Primero fue invisible porque no existía, porque Lorenzo se exilió y fue borrado, la persona y sus libros, físicamente. No fue lectura, y no fue. Era su secreta vocación: la del fantasma. Y regresar, después, como lo oculto o lo reprimido u olvidado (Harpur dixit). Con la fuerza del secreto, del cofre abierto de repente: Pan o la pesadilla, como dijera James Hillman… Luego, después de su vuelta de tuerca con Rostros del reverso y Los años de Orígenes, Lorenzo comenzó lentamente la recuperación imposible de su perdida o rota identidad creadora y personal… Es la experiencia o poética de Fantasma juega al juego, pero que no se constituyó en su definitiva expresión creadora hasta Vilis, por ejemplo, ese libro o no-libro abierto, kaleidoscópico… Poética kaleidoscópica es la propuesta de mi libro…

También, junto a ese proceso interior, de salida o doma de su enfermedad, acaecía un proceso de conciencia de "descojonación" en su Atlántida sumergida, en la Isla, de donde salió una mirada otra, la de Diáspora, por ejemplo, que terminó siendo afín con la de Lorenzo… Una de las coincidencias más inevitablemente creadoras de la cultura cubana contemporánea… Como la salida (o el regreso) a una intemperie… Como la apertura a un horizonte desconocido… Una suerte de big bang cuya expansión no cesa… Eso, y la recuperación, por el propio Lorenzo, y la invención, por parte de Diáspora, y de otros creadores, de una suerte de nuevo vanguardismo (o, si se quiere, mejor, de una extraña u otra mirada). Y recordemos que en Cuba el vanguardismo fue casi inexistente…

Cuando Lorenzo dice, con naturalidad, que es un "apátrida", o cuando prefiere, como en un jubiloso paroxismo infantil, oír el rugido de King Kong, en su peregrinación mística a Disneyworld, al mundo de los cómic, a cualquier diálogo político entre Miami y Cuba, o a la voz del Tirano Máximo, está mirando, escribiendo desde el otro lado de la luna, desde ese país de al lado, desde ese otro mundo daimónico, y es ahí, en esa linde, en esa intercepción, donde confluyen las miradas de muchos escritores cubanos de los últimos años y la de Lorenzo… En esa suerte de pos inacabable… Y no solo cubanos, por cierto, sino iberoamericanos… Y ahí está la explicación de la recepción creadora de Lorenzo en la primera década del siglo XXI, como, paradójicamente, la de un maestro secreto, un "monje loco" sacado de su profundo ostracismo…

Tam­bién Lorenzo, como buen polemista, como un irre­ductible mar­ginal, con­serva y crea tam­bién sus inevita­bles antag­o­nistas, que tam­bién los hay, roñosos y chiq­ui­ti­cos, pero que son para el fan­tasma de Lorenzo como la sal de la vida…

Ahora que men­cionas el pos inacabable… ¿qué noti­cia o idea de Gar­cía Vega (más allá de su no-circulación) tenían ust­edes, los escritores de la pro­mo­ción de los 80, en la Cuba de aque­l­los momentos?

Entiendo que por escritores de los 80 te refieres a quienes comen­zamos a pub­licar entonces. Aunque, por edad y for­ma­ción, yo pertenezco a la pro­mo­ción ante­rior, nunca me reconocí en esa gen­eración. Creo que eso le sucedió tam­bién, a cada uno a su modo, a Raúl Hernán­dez Novás, a Reina María Rodríguez, a Soleida Ríos, a Ángel Esco­bar, a Efraín Rodríguez, a Jorge Ygle­sias, entre otros… Por eso sentí, sim­bólica y secretamente, que el día que Antón Arru­fat pre­sentó la antología Doce poetas a las puer­tas de la ciu­dad, en 1992, me ini­ciaba, en forma clan­des­tina, lit­er­ari­a­mente, den­tro de una comu­nidad afín. Por eso tam­bién te agradecí tanto tu ded­i­ca­to­ria a Memo­rias de la clase muerta. Poesía cubana, 1988–2001 (pro­lo­gada por Lorenzo): "A Jorge Luis Arcos, que de alguna man­era tam­bién pertenece a la clase muerta". Hecha esta ráp­ida aclaración, paso a con­tes­tar tu pregunta.

Los escritores que comen­zamos a pub­licar en los 80 no habíamos leído a Lorenzo García Vega. La exclusión había sido efec­tiva (y por eso después Lorenzo regresó como un fan­tasma). Creo que casi todos lo leí­mos tardía­mente, ya en la década sigu­iente (que coin­cide con el renacimiento de Lorenzo tanto en Cuba como fuera, aunque en Cuba comen­zara por el polémico y opor­tuno texto de [Antonio José] Ponte sobre Lorenzo en 1994, en el con­greso sobre el cin­cuente­nario de Orí­genes, y fuera por la pub­li­cación, a par­tir de 1993, de var­ios libros suyos). Esos libros fueron lle­gando poco a poco a la Isla. Yo había leído Los años de Orí­genes. Tenía ese libro omi­noso (que com­partí con Alberto Gar­randés, con Idalia More­jón, entre otros) y que leí con fruición y un profundo reconocimiento. Recuerdo que Enrique Saínz y yo interrogamos solapadamente, con complicidad y alegría infantil, a una investigadora del Instituto de Literatura y Lingüística hasta comprobar que era uno de los nefastos personajes (Marta Eulalia) que Lorenzo nombraba con seudónimo en aquel libro maldito…

Yo tuve el privilegio de contar con la amistad de Enrique, el mejor amigo de Lorenzo. Enrique había sido, muy joven, amigo y discípulo de lecturas, de Lorenzo (como yo entonces era de Enrique, y como Lorenzo había sido de Lezama). Como ya comenté antes, a través de Enrique conocí, no en sus libros, sino a través de anécdotas, la personalidad, la psiquis, la mirada, la extraña y singular percepción de la realidad de Lorenzo, quien ejerció una inmediata y profunda influencia en mí. Por eso propicié aquella valiente y oportuna ponencia de Ponte sobre Lorenzo en el Congreso Internacional Cincuentenario de la Revista Orígenes, en 1994 (primero la impartió en un curso de postgrado en la Universidad de La Habana, que coordinamos, como después el congreso, Víctor Fowler y yo, por la Cátedra de Estudios Literarios Iberoamericanos José Lezama Lima de la Fundación Pablo Milanés), y luego la publiqué en el primer número de la revista Unión, que dirigí a partir de 1995 por diez años, y, también en la revista, publiqué textos de Lorenzo con nota de Enrique y fotos delirantes que se hizo a sí mismo.

Ya para entonces comen­zamos a inter­cam­biar correos. En una ded­i­ca­to­ria de Poe­mas para penúl­tima vez, le dice a Enrique "el último sobre­viviente de mi Atlán­tida", y a mí que "acaso nos encon­traremos o en el Limbo de los jus­tos o en el Limbo de los niños". Cuando llegué al exilio en Madrid, en 2004, le escribí a Lorenzo diciéndole que acababa de estrenar mi condición fantasmal. Lorenzo me respondió enseguida: "qué bueno es estar bien acompañado".

Lorenzo, en cierta forma, fue mi maestro en el exilio. Intercambiábamos sueños, obsesiones, confesiones… Tenía que tener cierto cuidado con esas confesiones, pues él después las publicaba, sin consultarme previamente, por ejemplo, en el maravilloso blog que compartió con la escritora Margarita Pintado Burgos… Tenía esa vocación de collage, de intertextualidad, de todo: cualquier cosa que uno le dijera podía ser incorporada en sus textos y convertida en materia literaria… No había literalmente fronteras… Los últimos meses, antes de morir, leyó obsesivamente el libro daimónico, y de culto, de Patrick Harpur, El fuego secreto de los filósofos. Una historia de la imaginación, por sugerencia mía. Fue como una última (o penúltima) epifanía.

Conservo con Lorenzo una enorme cor­re­spon­den­cia que un día habrá que pub­licar en una suerte de edi­ción crítica o comen­tada. No todos los correos pude incluir­los en mi libro (pues él alcanzó a leer la primera ver­sión ter­mi­nada de mi libro). Todavía le debo una relec­tura de su obra a la luz de Harpur, mucho más pro­funda que la que alcancé a hacer en mi libro…, el cual, como fue orig­i­nal­mente el texto de un ejer­ci­cio de doc­tor­ado en la Uni­ver­si­dad Com­plutense de Madrid, pade­ció de cier­tos inevita­bles límites académicos…

Solo a man­era de ejem­plo algu­nas de las anéc­do­tas que me trasmi­tió Enrique y que yo asim­ilé y viví como tex­tos vivos, como la pres­en­cia car­nal de una sin­gu­lar­i­dad. En primer lugar, algu­nas tenían que ver con su fobia a las letri­nas en los tra­ba­jos en el campo. Un día, cuenta Enrique, al regre­sar a la caída de la tarde, casi noche, de una jornada agrí­cola ago­ta­dora (¿no eran aque­l­los como una suerte de cam­pos de tra­ba­jos forza­dos?), pasó por la car­retera un camión ahíto de hom­bres con guat­a­cas que iban a tra­ba­jar a algún lugar. Entonces Lorenzo miró desolado, anonadado, a Enrique y le preguntó con un hilo de voz: "¿Por la noche tambieeeén?"

Había una sindicalista que lo asediaba en el Instituto de Literatura y Lingüística para que firmara su disposición a ir los domingos a trabajos voluntarios al campo. Lorenzo, parado frente a ella, y mirando al piso, meneaba la cabeza y musitaba: "Imposible, Emelina, imposible"… Pero, entre tantas otras, mi anécdota preferida es cuando un día irrumpió en el Instituto una investigadora gritando: "Hay íntimas en la farmacia", y cuando todas las mujeres salieron corriendo a comprarlas, Lorenzo dijo lapidariamente: "Tenemos alegrías de presidiarios".

Tam­bién entonces, leyendo Los años de Orí­genes, aprendí a dis­fru­tar, y nunca podré explicar cuánto, su habla lit­er­aria tan sin­gu­lar: "rebumbio", "destar­talo", "pobretón", "cur­silón", "roto", etcétera, etcétera… (pues denun­cia­ban, ellas solas, una suerte de clínica de lo cubano), porque eran parte indis­ol­u­ble esas pal­abras, y hasta su imag­i­nado tono, de una cos­mo­visión, de una man­era única de mirar la realidad. Y esa fue, sin dudas, su influencia más avasalladora. Lorenzo, solo, con esas actitudes y palabras, corroía lo falso de esa representación en donde vivíamos. Y eso funcionaba, lo confieso, como un paroxismo literario para mí. Como un profundo reconocimiento también.

Una última anécdota, y ya con más lúdica recreación. Un día que nos encontramos en la Residencia de Estudiantes, en Madrid, lo esperé afuera, en la entrada, sentado en un único banco antiguo que hay allí. Cuando Lorenzo se sentó a mi lado, le dije: "Lorenzo, ¿sabes que estás sentado en el banco preferido de Cintio Vitier y Fina García Marruz, en el llamado por ellos 'banquito de Juan Ramón'?" Y entonces Lorenzo, con el júbilo de un niño, se levantó corriendo mientras gritaba a su esposa: "¡Marta, me he sentado en el banquito de Juan Ramón!" Como si allí, como un reverso, lo angelical se convirtiera en lo demoníaco. Y no hay que decir que, como en el famoso poema paródico de Cernuda (psiquis tan cercana a Lorenzo, por cierto), Juan Ramón Jiménez, y también Cintio y Fina, representaban (valores aparte que él no negaba) lo kitsch, el sublime poético que su hiperestesia casi neurótica contra ese síntoma, no podía tolerar…

¿Algún nuevo proyecto sobre Lorenzo para el futuro?

Tengo un proyecto (no sé si posi­ble) de con­struir un libro con muchos de los tex­tos críti­cos o ensayís­ti­cos de Lorenzo a man­era de una edi­ción con­ver­sada por otros escritores, para ser fiel a esa tradi­ción de promis­cuidad crítica, un poco caníbal, que le agrad­aba a Lorenzo… Pero el ahora o el mañana, ¿qué sig­nif­i­can? Solo pudiera responder con un verso de [José] Kozer (que lo toma de Ratto y le agradaría mucho a Lorenzo): "Y en el bosque de la China una china se perdió".

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