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Censura

La historia que nos quitan

'Desde hace un tiempo, tengo la sensación de ser una detective clandestina que hurga entre trazas borradas, lo que es mi país.'

La Habana

Desde hace un tiempo, tengo la sensación de ser una detective clandestina que hurga entre trazas borradas, lo que es mi país.

Indicios que me llegan aleatoriamente: un nombre que alguien menciona o con el que tropiezo en un audiovisual, un mensaje electrónico, un artículo de la prensa independiente pasado de USB a USB.

El primero fue María Elena Cruz Varela, cuyos poemas escritos a máquina leí por azar en casa de una amiga que la conocía, por los años 90. Lecturas atropelladas que me dejaron una especie de golpe en el plexo y el deseo de seguir un rastro que desaparece en el vacío.

Luego descubrí a un Reinaldo Arenas del que pude leer poemas sueltos, de un pesimismo devastador. Un Guillermo Cabrera Infante que testimoniaba sobre los horrorosos UMAP en el documental Conducta impropia, y del que me llegó casi enseguida La Habana para un infante difunto.

Por otro documental sobre cubanos que viven en edificios en ruinas, supe de un Antonio José Ponte sentenciado al silencio oficial aún no sé por qué. Refiriéndose a su caso Reina María Rodríguez aplicó el término exacto: "muerte por silenciador": asesinato con el ruido mínimo para que otros no se enteren, mientras el tiempo y la insolidaridad se encargan de dispersar el estallido.

Poco a poco, he ido reuniendo huellas, bosquejando un inmenso rompecabezas al que aún le faltan montones de piezas. Nombres que me llegan sin rostro, datos básicos que (a falta de internet), busco ávidamente en la Wikipedia, pero ahí tampoco aparecen todos:

Raúl Rivero, Néstor Díaz de Villegas, Alessandra Molina, Manuel Díaz Martínez, Damaris Calderón, Joaquín Ordoqui, Rogelio Saunders, Rolando Sánchez Mejías…

Día tras día llegan voces esclareciendo ecos casi perdidos en mi memoria: Jesús Díaz, Chely Lima, Daína Chaviano… Muchos son prácticamente de mi generación, compartimos tantas referencias físicas, sociales, culturales. Hasta me pregunto si alguna vez coincidimos en cualquier lugar de esta Habana que contempla inmutable cómo desaparecen sus hijos.

Mientras las editoriales del país publican obras de cuyos autores nos separan países y siglos, la distancia de un mar se ha tragado ya ¿qué porciento del legado que nos pertenece como herencia directa? De cubanos escritores, pintores, dramaturgos, músicos, pensadores. Cubanos que le soñaron a la Isla un futuro distinto a la mutilación y al aborto.

Me siento ignorante y deudora de las almas que fundaron lo que pretenciosamente llamamos Patria y simbolizamos con tres franjas, la escisión del triángulo y la estrella "que ilumina y mata".

Hasta Martí boga entre sus obras picoteadas y ha visto hundirse en la omisión cuerpos y objetos, mientras los sobrevivientes del naufragio practican todas las comodidades de la ignorancia o el olvido. 

Sin embargo, últimamente dudo de si los que sobreviven son ellos, los que quedan a la vista. Los que firman presentaciones públicas en Cuba, los que aparecen en la TV o en la prensa y aseguran sus viajes apostrofando a quienes tienen el valor de decir lo que piensan; los que deciden o acatan qué es o no publicable o exponible, quiénes entran o no al regazo incestuoso de las instituciones.

Los que no tienen obra y viven de lealtades pasadas, de indolencias presentes; los que ven desteñirse sus obras tras las vidrieras de las librerías.

Los que preparan su relevo con egresados de la mentira, que pagan con mentiras su ubicación laboral y hasta el acceso a Facebook. Ante estas generaciones que no se cuestionan los parches porque no sienten respeto por una historia editada, lejana de sus experiencias y sus egoísmos, se ven débiles, inconsistentes como fantasmas.

Tienen miedo de las voces que no han dejado de vibrar bajo los borrones y las tachaduras. Tienen miedo de que un día estallen, irrumpiendo en el espacio sonoro de esta Isla, porque ni censores ni oficiales de aduana tienen poder contra algo tan intangible como el pensamiento.

Y quizás ese día ocurra lo que augura Chely Lima en su poema "Lo que les dijo el licántropo":

 

Atrás, cazadores de colmillos embotados.

Atrás, pastores trémulos y perros ovejeros.

No hay una sola bala de plata en vuestras escopetas

mercadas con el sudor de las frentes.

 

Y ténganle mucho miedo al plenilunio,

que un día

las plazas, las playas, los santuarios,

las autopistas de vértigo,

las estúpidas oficinas,

las discotecas de plástico

de esta inmunda ciudad

se llenarán de aullidos.

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