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Al decir bolero nos referimos a una especie de anecdotario esencialmente cantabile, aunque se baile, de trabajos de amor no siempre perdidos. Aunque se sabe que el repertorio de infortunios es mucho más extenso que el de los relatos de dichas y plenitudes, también hay muchas piezas de exaltación del hallazgo del amor con enumeración profusa de los dones físicos que goza el ser amado, e invariables promesas de pasión eterna, estén donde estén, pase lo que pase. A pesar de que quedó claro desde Matamoros que "el amor hace vivir hondos dolores y condena a vivir entre miserias" [1], en no pocas ocasiones se solicita o evidencia una intervención celestial, de imponderable sobrenaturaleza para aliviar el trance.
En general, el bolero consta de dos partes (A-B), un puente instrumental, y el retorno a la segunda de estas partes. La letra se dosifica en estos dos segmentos. En el primero, a modo de introducción, se expone "el caso" y se perfilan los personajes: el "bueno", el "malo". En el segundo segmento se desarrolla la historia, el suceso, hasta arribar a su conclusión, que casi siempre sucederá en el futuro: ya sea ruptura definitiva u ofrenda de adoración imperecedera.
Hay letras de boleros que terminan de manera sorprendente, que contradicen lo dicho en la primera parte, en una especie de giro inesperado como es el caso de "Porque me siento triste", de María Teresa Vera [2], compuesto en 1935 que concluye tras referir un estado de hondo abatimiento que provoca la nostalgia de su profundo amor:
¡Oh Dios, omnipotente, apiádate de mí!
Arranca de mi pecho mi amor desesperado
o avívale la llama, para que vuelva a mí.
Y no solo hay un perdón implícito a la culpa del ser amado que abandonó al protagonista-narrador, sino que implica al mismísimo Sumo Creador en la cuita amorosa, sugiriéndole las dos posibilidades únicas que han de provocarle "alivio a su dolor", y ambas, por cierto, extremas.
En esta falta de consideración con la imaginación del Altísimo incurren cientos de boleros. Agustín Lara, le encarga al Cielo en múltiples ocasiones la resolución de sus conflictos con la pecadora, la ingrata, la siempre divina Mujer. Y tu castigo se lo dejo a Dios, dice caballerosamente don Agustín en una de sus obras más difundidas [3]. Se establece una especie de relación tripartita de hecho entre los dos miembros de la pareja y el Creador, al que se le reserva un rol de juez o árbitro, aunque puede hacer las veces de verdugo. Manuel Corona en los años diez del siglo XX llegó prácticamente a la exigencia, al sugerir:
Castígala, gran Dios con mano fiera.
Que sufra mucho, pero que no muera…
¡Ay, Aurora, yo te quiero todavía!
Más de treinta años más tarde, José Antonio Méndez, en "La gloria eres tú" —bolero de felicidad— escribió esta apasionada estrofa para cerrar la pieza:
Dios dice que la gloria está en el cielo,
que es de los mortales el consuelo al morir.
Desmiento a Dios porque al tenerte yo en vida
no necesito ir al cielo tisú,
si alma mía, la gloria eres tú.
Cuando Toña la Negra fue a grabarlo a finales de la década de 1940, los ejecutivos de la casa disquera aconsejaron cautamente sustituir el mentís, demasiado hereje, por la exclamación "¡Bendito Dios!", aunque esta quedara algo inconexa en relación al resto del texto. Así se siguió cantando "La gloria eres tú", y posiblemente de esta manera se seguirá cantando.
2
Bienvenido Julián Gutiérrez, en un bolero son que registró en disco Miguelito Cuní [4] no dudó en cotejar perdones y pasiones, humanas y divinas: "Por la señal de la santa Cruz que ya te perdoné./ Te perdoné, porque también amé igual que amó Jesús"; y Roberto Espí con su conjunto Casino en 1950 desafió leyes de la Tierra y el Cielo con un amor más fuerte que yo, que mi vida, mi credo y mi sino en el bolero de Francini-Pontier-Bahr titulado "Pecado": "Porque a veces de tanto quererte me olvido de Dios".[5]
Rafael Hernández, en "Diez años", nombró al Creador como único testigo de un romance que a la larga, fracasó, aunque al parecer, de dulce manera:
El sueño venció tus ojos, cerró los míos.
Yo sentí que tu boca linda me murmuró
"abrázame, por tu madre que siento frío"
y el resto de este romance lo sabe Dios.
Roberto Cantoral en "El milagro" se erigió en instrumento de la Providencia —"Dios quiso terminar con tu calvario/ por eso yo he venido a redimirte"—. Pepé Delgado llegó a nombrar al Señor único garante de sus "Cosas del alma" —"Dios solo sabe que en mis sentimientos/ hay cosas del alma de mí para ti"—, y en situación de incertidumbre René Touzet llega a sospechar que sus antiguas inconstancias sentimentales recibían Superior escarmiento [6]:
...será que esto que por ti siento
ha de ser un eterno tormento
con el cual quiera Dios de una vez
castigarme por todas mis locuras
de amor.
3
Aunque en el planeta Bolero los amantes (o examantes) están frecuentemente en manos de un albur —Dios, la vida, la suerte, el destino ("¿Por qué te hizo el destino pecadora/ si no sabes vender el corazón?", Lara dixit), que los junta o separa a capricho, no hay duda que el reproche dirigido a una segunda persona —tú o usted— ya sea por (tu) extravío, (tu) abandono, por (tus) mentiras o (tu) traición consumada es el gran tema.
El diálogo —o más bien monólogo— con el o la causante del "tremendo quebranto" se regodea señalando culpabilidades y enumerando heridas. Hacia el final, ya aparecerá el desolado paisaje de mi alma destrozada y la fe perdida irremediablemente porque sé que en la vida todo es llanto y dolor [7].
Ese es el bolerón, que puede alcanzar lindes sangrientos y proclamar en último caso que el único amor verdadero es el de una madre, conclusión a la que también había arribado el tango argentino por su propia ruta[8].
4
Hay un curioso bolero de Rafael Ortiz, "No me pidas", en el cual la interlocutora no es la mujer amada o desamada, sino la progenitora del protagonista —"mi viejita"— a quien tras detallarle él cómo había derrochado amor sobre la ausente ("La quise con un cariño, como quieren los que quieren…") le manifiesta:
Madre, no me pidas que la quiera
aunque yo de amor me muera
no quiero su salvación.
Es preferible vivir de ella alejado
que vivir a su lado
sin fe y sin ilusión.
El último bolero que grabó Benny Moré se llamó precisamente "Mi amor, mi fe, mi ilusión" [9], triada de cuanto aspira el enamorado en el cosmos sentimental que se hace más estrecho cada vez cuanto se siente apeligrado por la ausencia o negación del amor.
Antes, en un bolero de su autoría, "Amor sin fe", Benny le inquiere a la mujer que regresa a implorar que le perdone: "¿Y de qué te sirve ya mi amor sin fe?"; y otra pérdida de crédito en la persona amada la recoge uno de los llamados cuatro grandes de la Trova Cubana, Alberto Villalón, en "La fe": "Como se pierde por el espacio el humo,/ así he perdido de tu amor la fe".
5
Ante la imposibilidad de tener "los besitos de tu boca/ que mejor me hará vivir", sentencia Bola de Nieve en "Si me pudieras querer": "Deja que Dios o que el destino quiera/ y entonces la vida también lo querrá". Y ese aguardar por la imparcialidad celestial que proporcione dicha al fiel enamorado no solo es esperanza última, sino esencia de aquellos boleros que claman por una nueva intervención suprema que corte males y desbroce la maraña de obstáculos en el camino de la comunión de dos almas que en mundo había unido Dios [10].
Luis Demetrio en "Eres todo para mí" —cantado, desde luego, por Olga Guillot— llega a hacerle a la persona amada esta declaración más bien descomunal: "muchas veces pienso en la locura/ que si no hubiera Dios, mi Dios tú fueras".
En "Sabrá Dios" Álvaro Carrillo admite la existencia de un secreto que supera las posibilidades cognoscitivas de un pobre mortal: "Sabrá Dios si tú me quieres o me engañas". Cantoral, en "Demasiado tarde", concluye amargamente la crónica de un desencuentro sucedido en una noche larga, interminable: "lo poco que nos queda de ternura/ que lo reciba Dios entre sus brazos".
Alberto Domínguez, en "Perfidia", uno de esos boleros que, de seguro, alguien estará cantando ahora mismo en cualquier rincón de la superficie terrestre, atribuyó a cierta fémina la posibilidad de conseguir un Divino Testimonio:
Mujer: si puedes tú con Dios hablar
pregúntale si yo alguna vez
te he dejado de adorar.
Mientras bailan enlazados al compás que marca el bongó, ante víspera o cercanía de desamor, real o imaginado, ella o él musita en el oído del otro o la otra una oración en tiempo de bolero que en muy sencillos versos demanda la intercesión del Todopoderoso, referee, custodio y testigo de la historia. Pues quien lo ha entregado todo, mística y también, ¿por qué no decirlo?, interesadamente, aguarda siempre una suerte de premio o de compensación de las alturas. Al menos es así en el mundo del bolero.
[1] Miguel Matamoros: “Juramento”.
[2] La letra de “Porque me siento triste” pertenece a Guillermina Aramburu.
[3] "Imposible", de Agustín Lara fue popularizado por Pedro Vargas aunque lo cantaron muchos otros intérpretes del Flaco de Oro. Una experiencia singular era escuchar "Imposible" por Amparo Montes. Es oportuno observar que también abundan referencias y alusiones a lo celestial en la canción ranchera. No me resisto a recordar parte de una letra que Amalia Mendoza "La Tariácuri" grabó a finales de los años 50 ("Siempre hace frío"): "¡Mátame cielo, trágame tierra, llévame Cristo, si no vuelve más!"
[4] "Por la señal" en: Sones de ayer, de Miguelito Cuní y su septeto (LP Gema 1108, La Habana, 1958). Hay varias ediciones en disco compacto.
[5] Música: Enrique Francini y Armando Pontier. Letra: Carlos Bahr. Caetano Veloso incluyó "Pecado" en su disco Fina estampa, de 1994.
[6] "Por todas mis locuras". Vicentico Valdés. Orquesta de Joe Cain. Grabado en New York en 1961, acoplado en el LP Una vez más (Seeco, 1961). En otro sentido, el brasileño Lupicinio Rodrígues en "Loucura" apela al Señor "mientras eu sofria por aquele amor", echando mano a un argumento teológico: "¡Oh! Deus, será que o Senhor não está vendo isso/ então, porque é que o senhor mandou Cristo/ aqui na terra para semear amor". Buenas versiones: la de María Bethânia y la de su autor, ambas en YouTube.
[7] Avelino Muñoz: "Irremediablemente solo".
[8] En el tango "Esta noche me emborracho bien", por amor a una percanta, el protagonista confiesa que "chifla’o por su belleza/ le quité el pan a la vieja" y, por tanto, "me hice ruin y pecador". Otro ejemplo tanguero del encuentro con la madrecita al final de aventuras, desengaños y vicisitudes: "La casita de mis viejos", de Discépolo. En "Madre hay una sola", por Carlos Gardel, como en "Mammy", por Al Jolson: la madre es comprensiva, venerable Penélope.
[9] "Mi amor, mi fe, mi ilusión". Letra y música de José Claro Fumero. Grabado en La Habana el 20 de mayo de 1960.
[10] Don Fabián: "Dos almas".