Hace más de cuarenta años, Iván Cañas lograba sacar de su casa a Lezama para dar un paseo fotográfico por el Prado. Más o menos por aquellos días, yo hacía otro tanto, invitándolo a ver la película brasileña Dios y el diablo en la tierra del sol estrenada en el Cine Fausto.
Hoy me parece una osadía haber llevado a un poeta tan católicamente fáustico a un cine así llamado, además para ver una película de Glauber Rocha donde Dios contiende con el Diablo.
Ya en la sala oscura, Lezama, de tan gordo que era, se trabó en la butaca. Forcejeos con la luneta, espectadores quejándose, luces parpadeando, chiflidos. Lezama quiso salir enseguida entre ahogos claustrofóbicos y jadeos asmáticos.
En esta exposición desfilan sus seres más queridos: la simpática nodriza (Baldomera o Baldovina), la misma que siempre me abría las puertas de aquel templo de columnas salomónicas en Trocadero 162. María Luisa, la esposa que tecleando una Underwood lo acompañó hasta el final. Lezama se asoma con su tabaco en esa ventana por la que escaparon —junto con el humo— nuestros diálogos socráticos. Lezama ríe en su biblioteca donde emerge un frasquito de Old Spice, acaso vacío, pero siempre con su velero viento en popa, sobreviviendo a mil naufragios.
Gracias a estas imágenes, Lezama también sobrevive, vuelve a pasear por el Prado, a la sombra de los laureles en flor, discurriendo entre bancos marmóreos y broncíneos rugidos de leones, rumbo a la eternidad.
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Este texto fue escrito para el catálogo de la Exposición de Iván Cañas "Lezama inédito" inaugurada en la pasada Feria del Libro de Miami.