Iván Cañas no fue a la calle Trocadero 162 a retratar a José Lezama Lima porque el escritor fuera una personalidad muy importante. Ni entró a la casa para hacerlo inmortal con una cámara. Cañas tocó a la puerta porque él era (es, será) un artista que se creía (se cree) con el derecho, el deber, la obligación, el compromiso, el desafío, el sueño y el delirio de fotografiar a Cuba.
Así es que dejó su guitarra con un bolero en el aire y se fue a Centro Habana para que no se le escapara un poeta de esa ilusión. Para no dejar fuera a un hombre complejo, fundador de una cubanía cantada en otras claves. Una música que ensayaba mientras se tomaba un helado en el Anón de Virtudes o se comía unas empanadillas en El Prado, escondido de los leones.
Iván Cañas salva la imagen familiar de Lezama con fotos hechas en un encuentro de amigos. Con su talento natural, sus grises vasallos de otras claridades, y la sensibilidad que le permite descubrir recados intensos en el poeta y en las dos mujeres que le acompañan en su ámbito de fundación y soledades.
Esta muestra de Cañas le enseña a Cuba una visión especial del escenario amable de la privacidad del poeta. Y le aporta al cumpleaños la emoción de los enigmas del tiempo interrumpido.