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Centenario de Lezama Lima

Salir del territorio o Lezama el caníbal

Olvidar a Lezama ya no es tan necesario como saber salir de la dicotomía de literatura cubana con o sin Lezama.

La Habana

 A Adrian López Denis

      "Una cosa es perderse en un mapa y otra, muy distinta, entrar sin mapa al territorio y pasear frente a la risueña dentadura del caníbal".

Octavio Armand (Lezama Lima o la muerte de Narciso)

 

Entrar a Lezama Lima no es tan difícil como parece. Sus puertas son múltiples. Uno de los grandes del siglo XX, autor de obras del calibre de Muerte de Narciso, en poesía,y la novela Paradiso, por poner dos ejemplos. Creador de un sistema poético cuya visión holística de la experiencia, desde los ojos de la poesía, le llevó a ser el precursor de ese gesto de importancia crucial en Latinoamérica: el neobarroco. Gestor cultural sin par, movilizador de voluntades, transformador de la agencia cultural en un nudo que sabe atar la realidad con cierto grado de elocuencia manifiesta. Sin embargo, y aunque ninguna de las líneas anteriores logren en realidad un acercamiento al autor José Lezama Lima, salir de su obra es más complejo que incursionar en ella. 

Cuando leí a Lezama por primera vez tenía 17 años y participaba de un taller literario. Mucho se decía sobre su literatura; unos la amaban, otros la aborrecían. Los términos medios no parecían ser medida aplicable en este caso. Tanto ruido alrededor de un escritor me hizo ser testaruda, no escuchar. Mi primer encuentro fue pues el paladeo, un disfrute de la cultura por un autor que recepciona y canaliza a través de la palabra y a flor de página. El regodeo, la fascinación, la intención de trastocar el paisaje, salir de la isla, del Caribe, deslocalizando la experiencia de lectura: en varios sentidos el de Lezama pienso fue un proyecto de hibridación cultural, de entrecruzamientos manipuladores signados por la voracidad intelectual. 

Severo Sarduy pudo encontrar fácilmente allí las maneras de una literatura que preparó derroteros tales como la poesía del argentino Néstor Perlongher o la narrativa de la chilena Diamela Eltit. Escrituras que pudieron trascender el exotismo y llegar a la actividad política de la escritura. Siguiendo esa línea que viaja de La Habana a París, y de París al Cono Sur, puede encontrarse en la Cuba de hoy, en autores que comenzamos a escribir a comienzos del siglo XXI, los rastros de un Lezama que permutó realidades con comodidad, confundiéndolas, para luego realizar la transición que viaja levemente desde Paradiso (1966) hacia Oppiano Licario (1977), y con mayor intensidad y evidencia, de Dador (1960) a Fragmentos a su imán (1978).

Olvidar a Lezama ya no es tan necesario como saber salir de la dicotomía de literatura cubana con o sin Lezama. Siguiendo un juego lezamiano de supervivencia, habría que usar sus puertas mientras se finge olvido, entrar a sus salas. Luego, sentarse frente al banquete a escribir algo así como, digamos, El Pabellón del Vacío, donde evapora al otro que sigue caminando. ¿Es posible no ceder ante la última lección de Lezama?: Lezama ya no es Lezama. "Ya no fui lo que soy", escribió el escritor cubano Octavio Armand sobre sí mismo, y en un texto sobre el autor de Analectas del reloj, de poeta a poeta, las siguientes relaciones:

"Saber y sabor. Palabra y paladar. Lenguaje y lengua. Gourmet y guru."

La marcha forzada de asociaciones lezamianas es un proyecto cultural, un proyecto de sucesión de máscaras, confusión de identidades, uso astuto del hibris. Comer y escribir.  En el texto literario se digiere mucho más que vegetales, peces y mamíferos menores. José Lezama Lima, el autor que reconozco desde un mapa propio que no incluye sólo a Cuba, es notablemente valioso. Para la literatura que produzco o intento producir, es ingenuo pensar que no es el escritor quien exhibe restos de cena en los dientes.

 

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Lizabel Mónica nació en La Habana en 1981. Poeta. En 2007 fundó en La Habana el proyecto de difusión cultural y la revista Desliz.

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