La heroicidad de Ignacio Agramonte y la belleza de su breve biografía preservaron su figura del genocidio intelectual perpetrado por la historiografía castrista, que no pudo ignorar sus actos o mancillar su nombre. A cambio, lo encasilló como jefe militar y obvió su pensamiento, ya que este, liberal en lo económico y antipositivista en el Derecho, es profundamente refractario a la ideología que sustenta al castrismo.
Como mismo ningún economista que valga la pena leer escribe solo de economía, ya desde el siglo XIX nadie interesado en los destinos del hombre podía abstraerse de los principios de esta ciencia, mucho más cercana a la filosofía que a las matemáticas.
Esta imbricación implica que para analizar el pensamiento económico que Agramonte expuso en Sabatinas y comprender su antagonismo con lo que ha sido la Revolución Cubana, haya necesariamente que remontarse a aspectos aparentemente extraeconómicos de su ideología, pues son estos los que explican su perspectiva frente al intercambio y la producción.
La divergencia del pensamiento del héroe con la del villano nace de sus irreconciliables concepciones antropológicas.
Para Fidel Castro los hombres son arcilla para construir, algo que debe ser moldeado, limitado, ubicado desde arriba, apenas un medio para un fin, una herramienta para la sociedad. Para Agramonte, en cambio, el hombre es un fin en sí mismo, tiene dignidad propia basada en derechos "inalienables e imprescriptibles, puesto que sin ellos no podrá llegar al cumplimiento de su destino".
En el castrismo, el hombre encuentra dignidad y acomodo solo sacrificándose bajo las orientaciones de un ser superior —casualmente el mismo Castro— y una vanguardia —el PCC de Castro— que son los que "saben" cómo construir una sociedad mejor: el destino superior del hombre de hoy es sacrificarse por la sociedad del mañana, no debe pensar como individuo, debe "pensar como país".
Esta supeditación del individuo a lo social, a la masa, es la piedra angular del pensamiento del villano que, en lo económico, justifica así concentrar en su persona los recursos de la sociedad, pues solo él sabe como llegar a ese futuro luminoso. De ahí la economía centralizada y planificada y su consecuencia: durante 30 años en Cuba no se hacía nada importante si no era iniciativa de Fidel.
Para Agramonte, sin embargo, "nadie conoce mejor los intereses de uno como él mismo… El individuo mismo es el guardián y soberano de sus intereses". Este individualismo descarta de plano —y lo dice un hombre que lo entregó todo, voluntariamente— que la sociedad, cristalizada en un líder o una elite, pueda justificar imponer sus intereses a los del sujeto bajo el argumento del bien común.
Para el héroe la sociedad no es un algo compacto, sino un conglomerado de individuos igualmente dignos y por lo tanto no reducibles a meros fines para algún propósito ulterior. El héroe es humanista, el hombre es la medida de todas las cosas.
El camagüeyano aboga por "la centralización limitada a los asuntos trascendentales y de alta importancia", ámbito natural del Estado pues es el conocimiento que le compete, mientras que los individuos se ocupan de "sus asuntos locales, que solamente ellos conocen y más directamente les interesan".
Cien años antes de que Hayek explicase las diferencias cualitativas del conocimiento que imposibilitan la centralización de las decisiones económicas, el liberal Agramonte ya entendía que la base de la economía no es la división social del trabajo como pretendía Marx, sino la división social del conocimiento.
"La centralización no limitada convenientemente, disminuye, cuando no destruye la libertad de industria, y de aquí la disminución de la competencia entre los productores", advierte Agramonte, quien odiaría ver cómo el villano centralizó ilimitadamente, destruyendo la libertad de industria y la competencia, haciendo de cada rama de la economía un monopolio estatal; es decir, particular de él.
La libertad individual y la limitación del poder central, no son solo —que también—fundamentos morales basados en la inviolabilidad de la dignidad humana consustancial al ser y no recibida del estado o la sociedad, sino que es un axioma utilitarista: "funestas son las consecuencias de la intervención de la sociedad en la vida individual; y más funestas aun cuando esa intervención es dirigida a uniformarla, destruyendo así la individualidad, que es uno de los elementos del bienestar presente y futuro de ella".
La libertad individual, la libertad de ser sí mismo ("debe el hombre escoger los hábitos que más convengan a su carácter, a sus gustos, a sus opiniones"), es imprescindible para el bienestar material de la sociedad: progreso y libertad individual son indisolubles en las ideas agramontinas.
El héroe niega al Gobierno ese rol conductor que preconiza el villano. Para él no hay ningún gran timonel, ningún "caballo". La sociedad, que no es más que una abstracción lingüística del conjunto de individualidades que la componen, prospera cuando los sujetos prosperan cada uno en su ámbito y según su potencial, para lo que se necesita un gobierno de leyes, no de nombres.
La sociedad no está fundada en un pacto "como han pretendido Hobbes y Rosseau", sino en la conveniencia. Como mismo es provechoso que el tráfico vehicular sea regulado por leyes que garantizan la libertad de circulación que, sin las señales consensuadas sería caótica e imposible de ejercer, el Gobierno que "permite el franco desarrollo de la acción individual… es la más ocasionada a producir óptimos resultados, porque realiza una verdadera alianza del orden con la libertad".
El límite del Gobierno es claro, está en la justicia. El Gobierno habla mediante leyes, pero estas leyes no producen la justicia, sino que la revelan, la interpretan. La justicia es previa al derecho positivo, al Gobierno e incluso a la sociedad. La justicia está en el respeto escrupuloso de los derechos del individuo: no es justo, aunque sea legal, nada que atente contra la dignidad del individuo.
"Salus populi suprema lex est, es tomar el efecto por la causa", afirma el héroe. Que el bienestar del pueblo sea la ley suprema, según la alocución latina, es para Agramonte invertir el orden natural. El bienestar del individuo, único sujeto real, es el único fin concebible sin caer en demagogias.
Como ilustrado de su tiempo, debía conocer Agramonte el ataque que el socialista Proudhon —alabado en ello por Marx— hizo contra la propiedad privada dictaminándola de robo. Al camagüeyano no le impresionaron los frustrados intelectuales que veían en el Estado ese padre que les protege y sustenta cuando la sociedad misma no compra sus obras. Él mismo dice siguiendo a San Pablo: "Examinémoslo todo y atengámonos a lo que es bueno": la propiedad privada es buena porque es socialmente útil.
El héroe defiende la propiedad privada, el villano la arrasó.
De hecho, quien luego sería el mejor oficial de caballería de la Guerra Grande, quien lejos de esconderse en una cómoda comandancia en lo más intrincado de la geografía nacional murió dándole el frente al enemigo, caracterizó explícitamente al comunismo: "comienza por declarar impotente al individuo y se concluye por justificar la intervención de la sociedad en su acción destruyendo su libertad, sujetando a reglamento sus deseos, sus pensamientos, sus más íntimas afecciones, sus necesidades, sus acciones todas".
El villano, después de jurar que no era comunista, pasó el resto de su vida haciendo que todos fuesen comunistas, en la comuna de su propiedad.
No hay que imaginar la sociedad por la que Ignacio Agramonte ofrendó su hermosa vida, nos lo dijo: sería una sociedad de individuos libres, industriosos, defendiendo cada cual sus intereses, velados por un Gobierno que les protegería de injusticias ajenas y les limitaría de cometerlas. Ignacio Agramonte rechazaba con todo su ser el comunismo, habría despreciado profundamente a Fidel Castro.
Que se puede esperar , los Castros son descendientes de un soldado gallego que vino a matar cubanos,ademas de meterse entre las piernas de la criada de 14 años para engendrar bastardos.
Muy buenas reflexiones. La clave está en nuestros próceres y en la nueva generación. El Tiempo de Fidel pasó y falló.
Esa era una época de hombres grandes e ilustres. No un hideputa mayor poniendo a todo un pueblo de rodillas para beneficio particular y de su familia.
Si Agramonte, Maceo y los demás próceres de Libertad resucitaran, no quedaría ningún miembro de los Castro y sus esbirros quedarían sin recibir una tajazo de machete.