El suplicio inherente a cualquier tipo de cautiverio adquiere matices singulares para las mujeres, sobre todo cuando les toca atravesar entre rejas el proceso de convertirse en madres. Dos exreclusas cubanas que conocen la experiencia de las prisiones de la Isla accedieron a compartir con DIARIO DE CUBA lo que presenciaron.
"Algunas mujeres entran ya embarazadas a la cárcel; pero otras, buscando salir del régimen de máxima severidad, se preñan en el llamado 'pabellón', o con algún trabajador de mantenimiento, un preso, un guardia, el que sea", cuenta Lola, quien cumplió condena en la Prisión de Mujeres de Occidente, conocida como Prisión del Guatao, entre los años 2016 y 2019.
En esa cárcel, las reclusas embarazadas eran enviadas a un "destacamento materno" a partir del tercer mes de gestación. Desde allí asistían a consultas y recibían cierto seguimiento. No obstante, las condiciones a las que estaban sometidas distaban de garantizar su seguridad y la de sus bebés una vez que daban a luz.
"Una embarazada lleva cuidados. Es una mujer con cambios de ánimo, muy estresada. Entonces, algunas son las más violentas de la prisión. Se pelean por todo, así tengan una barriga de ocho meses, y fuman", afirma Lola, quien prefiere no revelar sus apellidos.
Por su parte, Kenia León, quien cumplió sanción en la prisión San Miguel de Paradas, en Santiago de Cuba, asegura que en ese centro "las embarazadas estaban junto a las demás reclusas".
"Recuerdo a una que se llamaba Dayana. Estuvo cuatro días sin bañarse en medio de una depresión. La 'reeducadora' la golpeó por la pierna y la obligó a pararse gritándole '¡tienes que bañarte, cochina, aquí nadie está obligado a soportar tu peste, mira esa ropa qué sucia!'. La muchacha estuvo deprimida muchos días más luego de la humillación", relata León.
Con respecto a la alimentación, esta exreclusa comenta: "¿Merienda? ¿Qué merienda? Ellas comían lo mismo que las demás. Solo les echaban un poquito más de arroz. Leche, nunca. En el desayuno, cocimiento".
No existen estadísticas públicas sobre la cantidad de mujeres que dan a luz en las cárceles cubanas, que se caracterizan por el hacinamiento, la falta de ventilación y las pésimas condiciones higiénicas y de alimentación. De hecho, el embarazo en prisión es un tema soslayado tanto por las autoridades de la Isla como por la prensa en general.
Aunque no toda la comunidad científica coincide, algunos especialistas asocian la maternidad en cautiverio con trastornos físicos en los niños, como una menor estatura y aumento del índice de masa corporal, además de con un alto porcentaje de trastornos emocionales.
Otros perjuicios al desarrollo infantil, según afirma Daniel de la Rosa, coordinador de la ONG Horizontes sin Fronteras, son una capacidad de aprendizaje tardía y menores capacidades visuales y de reacción.
"De las embarazadas que vi parir, muchas tuvieron niños con complicaciones o malformaciones pulmonares, de corazón, médula… problemas críticos, eso me llamó mucho la atención", dice Lola.
Según el régimen actual en Cuba, la madre permanece en prisión con su bebé por un período de un año, durante el cual el niño está sujeto a las mismas condiciones que un recluso cualquiera.
Esas embarazadas, aclara el abogado Leonel Rodríguez Lima, "reciben, o deben recibir, un tratamiento similar al de las embarazadas institucionales, que es como se denomina a aquellas que requieren de cuidados especiales por presentar alteraciones emocionales o físicas que amenazan su salud y la de sus bebés, o porque residen en zonas montañosas o de difícil acceso".
"El Código de Familia y la Instrucción No. 14 del Ministerio del Interior —continúa Rodríguez Lima— son los principales reguladores del tratamiento que deben recibir las gestantes y madres reclusas. Este último establece que las mujeres que estén embarazadas, al ser recluidas, tienen derecho al mismo tratamiento pre y postparto, por lo que les es autorizado dar a luz en un hospital materno con las mismas condiciones que cualquier otra embarazada. Pero, por supuesto, deben estar bajo custodia, en un pabellón espacialmente diseñado para ellas".
Instrumentos legales como los antes mencionados, así como las Reglas de Bangkok, resultan insuficientes para la protección de madres reclusas cubanas, en unos casos por ser inespecíficos y no cubrir todos los aspectos de la vida en cautiverio de las embarazadas y de sus hijos, y en otros porque no se cumplen, como ilustra el testimonio de Lola.
"Al niño lo sacan diariamente 15 minutos a coger sol; cuando está un poquito más grande, lo dejan hasta una hora. El espacio que el niño tiene es la cunita —que no amplían de tamaño a medida que va creciendo—, el sillón, la cama de la mamá y encima de ella. Si la madre se lleva mal con la madre de la cama de al lado, ya te puedes imaginar".
"Ese niño no pasa tiempo con el resto de su familia fuera de las visitas mensuales. Pero lo peor es cuando llega el primer cumpleaños, que es la fecha de separación entre la madre y el hijo. Se lo celebran en la prisión. Es lo más demoníaco que he visto", señala Lola.
"La Dirección de la prisión se encarga de buscar el cake, la ensalada, como para un cumpleaños normal. Participa la familia, el resto de las reclusas, las reeducadoras, por un espacio de dos horas a lo sumo. Luego el niño se va con la persona que lo va a cuidar, que a veces es un desconocido, en caso de que no haya otros parientes o que la familia no se quiera hacer cargo, y vaya a parar a una casa de niños sin amparo, o como le llaman aquí, 'hijos de la patria'".
"Algunas reclusas utilizan la maternidad para evadir por un tiempo el régimen severo, pero muchas crean verdaderos lazos con su bebé. Por eso el momento de la separación es muy desgarrador. Un beso y no mirar atrás".