Hija, mamá decidió parar hoy. La vida, no. Pero nos garanticé un día bastante tranquilo.
Nos hicimos pan artesanal. Nuestro primer pan artesanal desde el principio, porque el primero primero lo hicimos con Naghim en casa, cuando eras muy pequeñita, tan pequeñita que aún te alimentabas solo de la lechita de mamá. Aquel día juntamos a muchas mamás con sus hijos y jugamos, además de amasar y hornear. Hoy estábamos solas.
No te gustó meter las manos en la masa fría. Y, aunque el pancito no me quedó delicioso, sí te gustó comerlo. Ahora, a ver dónde se consigue harina de trigo para atreverme a hacer uno con un poco de salvado que tenemos. Es un poco más complicado para mamá que no sabe mucho de cocina.
Hemos jugado en la cama a saltar, dar vueltas. Ahí, tiradas en un trono de almohadas, leímos por ratos. En la mantica inventamos torres altas altas que nadie nadie pudiera derribar, nadie menos tú. Dibujamos elefantes, elefantes pequeños y grandes —los medianos no te interesan—. Yo los esbozaba con estas dotes de dibujante que me han brotado y tú los rellenabas con color. Trepaste. Bajaste. Deambulaste mil veces la casa. Miramos por la ventana.
Por supuesto, viste los dibujos animados más vistos en esta casa. Los demandaste. Pero, a diferencia de otros días, los vimos juntas. No solo mamá acompañándote, sino participando de tu mirada. Pocoyó, Elly, Pato... son como amigos en esta soledad de coetáneos. Les presentas al resto de tus juguetes. Eso me da cierta ternura.
Pero lo más importante fue la lluvia. Nos dejamos mojar por las minúsculas goticas que entraban por la ventana. Y le cantamos como tres canciones, varias veces, y le bailamos. Mamá había pensado en bañarnos juntas en el primer aguacero de mayo. A mamá de gusta bañarse en los aguaceros. No sé si será posible ahora. Si merecerá la pena el riesgo, incluso, a una gripe común en estos tiempos.
Mamá también sintió pena por su alegría. Escuché a unos vecinos pedir que no lloviera. Uno pide que no llueva por motivos mayores. Imagino, encerrada, tienen que ver con su casa, con una casa que se llueve. Mamá tuvo una casa que se llovía. Sin embargo, eso no me quitó mi amor por la lluvia y el olor de la tierra que sube. Sí me dejó la solidaridad.
Aquí hoy se sumó el olor a brea. Embriagador.
Hoy tampoco hubo baño de piscina por temor a las gripes comunes. El aire seguía siendo de lluvia, una lluvia ya lejana. Así que a la bañadera pequeña nombrada por Tía "la piscina olímpica", con las tradicionales burbujas y el espejo y los juguetes.
Un poquito de leche de vaca Mumú y a la tetica de mamá a las 8:00 PM, tu horario de siempre. Quizá se deba al día tranquilo de mamá, a que no te pasé agobios de ninguna índole, a que postergué chats, llamadas, regaños... Mamá va a pelear los fines de semana para nosotras, Nina. Al menos, los fines de semana. Después voy por las vacaciones. Pero para eso tengo que tener todo en orden, sobre todo en mi cabeza.
Son las 10:04 PM y alguien suena el claxon de su carro. Tener un carro aquí es visto como un privilegio. Y la gente con privilegios en Cuba cada vez es menos educada, menos solidaria. Me asomo a verte. Te mueves en la cama, obvio. Veo por la ventana. Distingo hombre y mujer. Igual no hay forma de hablarles ahora que no sea a gritos. Igual no hay leyes para la contaminación sonora. No hay leyes para casi nada de lo que me duele en esta isla.
Voy a terminar de responder los mensajes que me quedan. Te amo, Nina.